miércoles, 31 de mayo de 2006

Hace otro mes...

Hace siete meses escribí que hacía un mes atrás había empezado a trabajar. Ahora, un mes después de retirarme, escribo sobre mis siete meses en ese mismo empleo.

La cotidianidad laboral cambió luego del primer mes: el promedio mínimo de trabajo subió a 13 horas de lunes a viernes y bajó a 6 horas los sábados y domingos. Me habitué a ello sin mayor reparo, pues no tenía tiempo para pensar en descansar. Y cuando lo hacía, mi descanso era perturbado por un Avantel y la frase de combate de mi empleado directo: “Don Esteban, tenemos un problema”. Uno se convierte en un paño de agua tibia: aunque sirva, uno sabe que no es la cura a la enfermedad.

Los inconvenientes se atendían, no por su importancia o su urgencia, sino por ambas situaciones a la vez. Y mi calma para su solución se distendía por el afán con el que los jefes actuaban. Comprendí entonces que una mente clara es más útil que un cuerpo alocado. Claro, más de un regaño me gané por predicar y practicar, pero valió la pena.

Dirigir 47 empleados permite saberse empleado y saberse jefe. La motivación en el cumplimiento de sus actividades, en mi caso, partió desde la amabilidad y la valoración del mismo, algo que para ellos era nuevo frente al ‘madrazo’ y el desdén. ‘Mamaban gallo’ como era de esperarse, haciendo que mi paciencia llegara al borde del Lado Oscuro de la Fuerza. Con el tiempo supimos cuándo y cómo hacerlo, porque, recuerden, yo también era empleado: no descuidaban(mos) el oficio y tenían(mos) claro la responsabilidad con la empresa.

Las diferencias conceptuales y de carácter comenzaron a acentuarse en el ambiente. Me di cuenta de que había cosas varias que no cuadraban con mi parecer, a pesar de la aceptación con que las tomaba. ‘Me hacía el loco’ conmigo mismo, engañándome con un buen salario y con… nada más… Finalmente, el destino me dio un espaldarazo para salir de allí a través de la única visita de mi jefe a nivel nacional: “no me gusta su trabajo desde el primer día que lo conocí… y si no cambia, no me tiembla la mano para despedirlo inmediatamente”. Ese era el estilo al que estaba acostumbrado todo el personal. Yo no.

Me retiré, dejando un área al día en calidad luego de la re-certificación. Me dio mucha tristeza despedirme de cada uno de mis empleados, que agradecían el respeto y la cortesía con que fueron tratados. Me dio mucha alegría despedirme de cada uno de mis compañeros de trabajo y jefes, que extrañarían ese mismo respeto y cortesía con que también fueron tratados.

¿Cuántos meses siguen ahora para un nuevo trabajo? Va uno. Seguiré buscando. Seguiré aprendiendo. Igualmente que con mis colaboradores, me despido de ustedes diciendo: sonriamos y tengamos fe.

miércoles, 24 de mayo de 2006

Dado - Viajero

Lado .

Es la segunda vez que Expreso Bolivariano cancela la salida del bus por falta de pasajeros en su ruta a Pasto. La primera vez, con tiquete en mano, esperaba salir en el bus de las 9:00pm, para luego el de las diez, once, doce y a la 1:00am devolvieron el dinero a los tres o cuatro pelagatos que perdimos el tiempo en el terminal. Esta vez fue de una: “El bus de las 9:00am queda cancelado. Tiene que esperar el de las 9:00pm”. Me tocó tomar una bus-buseta-colectivo-campero de otra empresa para llegar pronto.

Lado :

Lo curioso de tan típico transporte fue el vendedor de lociones y perfumes. Conocemos a los de los buses urbanos en Cali y en cualquier otra ciudad, con el memorístico prefacio, pero éste no. Su presentación encantaba a las culebras ($12.000 la que coja y tres en $30.000) con una voz fuerte y segura, explicando el porqué de tan económica mercancía (Léase entre líneas, contrabando). Como no hay semáforos dónde parar, se bajó en el primer peaje.

Lado :.

¿Recuerdan a Mario Bros? ¿Y su ayudante Luigi? Pues bien, el conductor era el mismísimo fontanero del famoso juego de Nintendo, y su copiloto (¿?) era el hermano: alto, delgado, con bigote, distraído y abnegado. De tratarse de una empresa, este Luigi Bros sería un excelente Asistente de Gerencia.

Lado ::

Pasamos por Piendamó (Cauca) y era extraño ver cuatro chivas (medio de transporte) con gente por todos lados, en vez de plátanos y papas. Seguimos de largo. Más adelante, justo antes de llegar a Remolinos (Nariño) la Policía de Carreteras nos detiene. Hacía una hora los campesinos de la región habían taponado la carretera Panamericana. “Regresémonos” fue el consenso. Pero para ese momento ya en Piendamó los indígenas acababan de bloquear el paso. Quedamos en un sándwich. La opción: la antigua carretera a Pasto.

Lado ::.

Comenzó un segundo viaje. Cinco horas y media más por esa ruta, pronosticó Mario (por la Panamericana habrían sido máximo dos), por una carretera destapada que nos llevaría por Mercaderes, La Unión, El Empate, San José de Albán, Buesaco, Villa Moreno y Pasto. El indicador de velocidad para el límite en carretera marcó 22Km/H máximo para la mayoría del recorrido (135Km). Curvas cerradas y angostas predominaron en el viaje. Y polvo, no podía faltar.

Lado :::

El atardecer se suma a los más bonitos que he presenciado. La luna llena estaba en fase, así que el contraste y la transición fueron espectaculares. La oscuridad era absurda y las hijuemil de estrellas comenzaron a brillar. Mario iba concentrado esquivando zanjas y Luigi viajó de pie, luego de que por $15000 vendió los puestos (incluso su banquito de madera) que había y que no había en el pequeño bus para llevar la gente que estaba en la tranca inicial. Luego de 14 horas de viaje llegué a Pasto en un frío escandaloso: la satisfacción de ver a mamá despierta a las 10:30pm esperándolo a uno con una cobija caliente no tiene precio.

.

martes, 9 de mayo de 2006

¿Qué y/o cómo?


Resulta fácil producir algún texto cuando una idea insiste en darse a conocer. Pero cuando “no hay” de qué escribir, la angustia comienza desde dos aspectos. Primero, sobre qué escribir; segundo y más importante, sobre cómo escribir.

¿Cómo es posible que no haya de qué escribir? Imposible. De esto ya hay mucho escrito (irónicamente) y estas líneas se suman al listado. Cualquier tema vale la pena: lo que sucede es que resulta más interesante escribir algo (de lo mismo) pero una manera diferente.

En mis escritos propongo formas distintas de presentar la realidad, una estructura paralela a la tradicional, y es ahí donde viene la dificultad. Un juego de palabras, un final inesperado, una interacción con el lector. Son recursos que enriquecen la mera idea que punza mente y corazón. Pero requieren tiempo e imaginación.

Quisiera liberarme de ese paradigma que me he impuesto y simplemente escribir como lo hace todo el mundo, en un esquema convencional y que cumpla con el objetivo final: informar o entretener a lector. Me estoy perdiendo de escribir por escribir “distinto”. Tal vez nadie se haya dado cuenta de ello y sólo sea yo quien exige algo más que un Inicio-Nudo-Desenlace.

Cuando lo he intentado, mi gozo no es el mismo al terminar el escrito. Y tal vez el lector lo sienta así: un escrito más. Mi creatividad es capaz de “no dejar así”, pero necesita tiempo para pulir esa misma idea. ¿Y mientras tanto qué hacen las demás ideas? ¿En cola de espera mientras mi curiosidad las maquilla antes de salir? He subido de peso por no hacer ejercicios de escritura.

Procuraré, entonces, bajar de peso. Intentaré escribir más fluido y menos lento, dejando a un lado el prototipo de alternatividad que cultivé en El Clavo. Aplicaré lo que Nicolás Maquiavelo plantea en El Príncipe: “…hay tanta diferencia de cómo se vive a cómo se debe vivir, que quien deja lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende más bien su ruina que su salvación: porque un hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno fracasará necesariamente entre tantos que no lo son. De donde le es necesario al príncipe que quiera seguir siéndolo aprender a poder no ser bueno y utilizar o no este conocimiento según lo necesite”.

Lo necesito.