miércoles, 31 de enero de 2007

El rito

- ¿Y ustedes qué hacen aquí? Se quedan callados durante la ceremonia… Además de metidos, bulliciosos, ¡no señor…!

Hace algún tiempo escribí Noticias de uniones concertadas y a veces convenientes. El compañero a quien me refería finalmente se casó el sábado pasado. La boda fue sencilla y por eso mismo bonita. Juan estaba nervioso y su amada Paula lucía tranquila. Los pocos invitados acompañamos con solemnidad a la nueva pareja de esposos en tan especial momento.


- “¡Uy, chino! Mire que su amigo ya se casó… Y usted, ¡nada…! ¡Mire a ver!”, susurraban los paradigmas sociales.
- ¡Shhhh!
- “Este espécimen de la raza humana no ha dado la talla. ¿Cómo es posible que hasta ahora no haya transmitido sus genes? ¡Es el colmo!”. La evolución había hablado.
- ¡Silencio, les dije! Suficiente trabajo me costó acallar a la envidia para que ustedes vengan a interrumpir…

El novio no tuvo que esperar por ella mucho tiempo. Un pequeño retraso de unos minutos mientras los últimos detalles se ajustaban sin mayor problema. La decoración de la capilla la hacía lucir elegante y armoniosa.



[Tan-tan-ta-tan… Tan-tan-ta-tan…]

- ¡Por Dios, esa música! ¡Qué horror! Siento que es una marcha condenatoria, las notas que sentencian a la libertad ante muchos testigos… para siempre…
- Los paradigmas increparon: “¡Se lo dije, hermano! ¡Ya es hora de que camine al ritmo de esa melodía! ¡Y usted ni novia tiene!”.
- “Con o sin esa música, el muchacho ya está grandecito: ¡Que siembre semilla! ¡Para eso está en este mundo! ¿O es que piensa hacerse el loco conmigo?”, dijo la evolución.
- ¡Dejen oír la misa! Lo de la música es… algún reflejo condicionado… nada más…

Como en las películas y novelas, esperaba que el padre preguntara si alguien no estaba de acuerdo con ese matrimonio. Pero no fue así. Parece que he visto mucha televisión o el padre no quería correr riesgo de que yo levantara la mano para preguntarle qué lo motiva a uno a casarse “para toda la vida”.


- “¡Un marido fiel y un esposo solícito! Eso es lo que exige esta sociedad. Así se habla padre, ¡comprométalo ante Dios!”, vitoreaban los paradigmas.
- “Mientras se reproduzca, que sea con una o con más, a mí no me interesa. ¡Lo importante es la propagación de la especie! ¡No vayas a tirar por la borda los millones de años que llevo trabajando en esto!”, me recordaba el instinto.
- ¡Chito!…

Los asistentes aplaudimos a los novios cuando sus padres brindaron por esta nueva unión. Una torta deliciosa y un vino blanco bien frío amenizaron la recepción. Las felicitaciones aparecían mientras ambos se tranquilizaban porque ya todo había pasado


- “¡Qué bonito anillo! Ya deberías tener el tuyo propio. Casi treinta años y sigues soltero… ¿Qué dirán los vecinos?”, insistían los paradigmas.
- Por favor, es sólo un anillo… Sólo es el recordatorio de los eslabones de la cadena que arrastramos cuando nos comprometemos.
- Y la evolución exigió: “Vuelvo y le digo mijo, con anillo o sin él, a mí me cumple con la tarea Natura”.
- ¡Ay, sí… Ya sé! ¡Qué cansones! Algún día pasará. Mientras tanto tomémonos otra copa, a ver si se me pasa esta angustia…

Así terminó la boda. Nuevamente los felicité y me despedí en medio de una desazón aún mayor, muchísimo mayor: otro buen amigo me contó en ese momento que ya le entregó el anillo de compromiso a su novia. No tengo palabras para expresar lo que sentí instantáneamente.

- ¿Y ahora qué pasó? ¡Ahj...! ¡La envidia se quitó la mordaza!

Seguiré escuchando pelear a esas múltiples conciencias en mi mente y mi corazón. Quizá tengan razón.

miércoles, 24 de enero de 2007

Rata de dos patas

Rata de dos patas
te estoy hablando a ti,
porque un bicho rastrero
aun siendo el más maldito
comparado contigo
se queda muy chiquito
”.


La necesidad tiene cara de perro, dice el refrán. Y en él, lastimosamente, se justifican las personas que no se conforman con codiciar los bienes ajenos. Así, con papaya ‘ponida’ o no, se dedican a robar lo que la envidia o la pobreza les ofrezca. Allá ellos, a quienes los enriquece su ambición o su pereza; y allá ellos, a quienes la injusticia social los mantiene quincenalmente. Que alguien se apiade de ambos.

Repudiando de mi parte su acción, creo que uno de ellos, más que la misericordia, se ganó hasta la risa de Dios. Hoy su originalidad resulta apabullante, a pesar de que el método haya sido empleado hace cientos de años para torturar a hombres y mujeres, coincidencialmente, “pecadores”.

Un ratero es aquel “que hurta con maña y cautela cosas de poco valor”. Así que cualquier ladrón no es un ratero. Y viceversa. Pero una cosa es el nombre de las cosas y otra son las cosas en sí mismas. En este caso, este bribón hizo mérito para ajustar nombre y significado a su proceder.

El año pasado, un mendigo utilizó como armas dos ratas para atracar a los pasajeros de una buseta en Bogotá. La Policía no tenía antecedentes de tal modus operandi. “El asaltante exigió 10.000 pesos para no dejar a los animales sueltos dentro del vehículo. El miedo y la repulsión de los pasajeros le permitieron recoger mucho más”, decía la noticia en El Tiempo. El chofer no se dio cuenta de nada, ni de los gritos de las señoras encaramadas en las sillas.

El ratero las sacó del bolsillo de su andrajosa chaqueta y sujetándolas por el lomo se las acercaba a la gente para asustarla. Dicen que un señor sacó un billete de dos mil pesos y se lo pasó, pero el muy sinvergüenza le respondió: “No, son diez mil o suelto las ratas”. Otra de las testigos afirmó que "con una rata en cada mano y con toda tranquilidad, el tipo iba recogiendo dinero. Luego se fue hasta la puerta trasera, timbró, el chofer paró la buseta y él se bajó muerto de la risa. Su desfachatez llegó al punto de que luego de bajarse, nos mostró las dos ratas desde la acera y nos hizo muecas", añadió Nelly.

La canción de Paquita La Del Barrio se queda corta para tal canallada.

Que el Gato de la Guarda nos acompañe y favorezca.

miércoles, 17 de enero de 2007

Sin omisión

No hay músculo más fuerte que el corazón humano”.
– Montgomery Burns en Los Simpsons

Cualquier motivo es válido para vivir. Pero no cualquiera para sobrevivir. Debe ser tan fuerte que exprima el deseo de continuar respirando y que especule tanto como la fe para derrotar a la impotencia una vez estemos abatidos.

Hace poco y después de mucho, Fernando Araújo recuperó su libertad. Nunca será suficiente escribir o hablar de su experiencia para denunciar cuán cruel, inhumano y cobarde es el secuestro. De todas las cosas que le robaron en todo ese tiempo, hay una que evidencia la atrocidad de este delito para con la persona y la familia.

Un periodista, en una de las entrevistas por televisión, le preguntó qué le había quitado el secuestro. Con la serenidad que le puede dar la paciencia y la resignación, respondió luego de una corta pausa y con una voz poco firme: “me quitó a mi esposa”.

Encerrado, obviamente Araujo defendía de primera mano su propia vida. Pero volver al lado de su recién casada esposa seguramente le devolvía la esperanza de vivir esa misma vida compartiendo el amor del nuevo matrimonio que había dejado obligado. Después de tanto tiempo anhelando su presencia, su renaciente realidad le dio un golpe más: su esposa tenía, con razón o sin ella, otra pareja.

En radio le preguntaron cómo se había enterado del asunto. Su respuesta ahora contenía todavía más crudeza: “por omisión”. Qué dolor sentí cuando escuché sus palabras. Ninguna circunstancia emocional o racional puede compararse con algo así: ella no lo esperaba en el momento en que Araújo recobró su libertad ni estaría a su lado a partir de ese momento.

Descubrir la infidelidad de nuestras parejas “normalmente” es apenas el 1% comparado con las circunstancias de este triste hecho. En un momento dado, ambos corazones estaban secuestrados y su libertad tenía su propio precio. “Sentimentalmente estoy en ceros”, añadió.

Enfrentarse con un corazón destrozado es casi tan difícil como salir de cautiverio. Pero ¿qué más nos haría sobrevivir sino es el amor? Vale la pena arriesgarse por él aunque nos encierre vivos para luego matarnos libremente.

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Epílogo


Una pasada reflexión acerca del secuestro: Intercambio.

miércoles, 10 de enero de 2007

Talco

Un gramo de talco lanzado discreta o arbitrariamente por un cualquiera detona una amigable e inevitable guerra. Esta imagen muestra la magnitud de sus efectos que se ven y se respiran por la Senda del Carnaval.



Caterina, protagonista incansable del juego, esparció y recibió parte (aunque parezca la totalidad) de los cuatro bultos de 25Kg de talco que compartió con sus demás primos antes, durante y después del desfile.



El vehículo de la casa, estacionado a 25m de una de las calles del recorrido de murgas, comparsas y carrozas, también sufrió las consecuencias de la polvareda del 6 de enero en Pasto.



Así lucía esa misma calle al día siguiente a las seis de la mañana. Cuatro días después del evento al interior de mi casa sigue llegando polvo presente en el ambiente, y la intensidad del blanco en la ciudad ha disminuido con el viento.



Para este pequeño arbusto no fue suficiente la protección de sus hojas. Un buen aguacero ayudaría bastante a lavar los estragos de esta tradición cultural.



Para quienes siguen las cabañuelas, hipotéticamente el día de hoy correspondería a octubre: aquí aún no ha llovido. Ojalá y sólo sea un errado pronóstico y no la dura realidad del Fenómeno del Niño, consecuencia mundial de nuestra tradicional ignorancia.

miércoles, 3 de enero de 2007

No pasó

Un cuchillo en su costado izquierdo se encargó de hacer brotar toda la sangre que por su corazón circulaba; se recogió en un balde, mientras colgado en de una pata trasera reclamaba por su vida. Más tarde su roja sangre se convirtió en negras morcillas.

El resto de su cuerpo, salvo sus entrañas, sirvió para la cena de año nuevo luego de prepararse al horno, una forma de cocción típica no comparable con la lechona. Toda una noche estuvo en el horno de barro junto con otros colegas que tampoco pasaron el año.

Los compañeros de corral que se salvaron por su minoría o mayoría de edad para la receta, sí pudieron celebrar la llegada del año nuevo sin necesidad de estar presentes en cuerpo y en alma en la noche del 31.