miércoles, 21 de abril de 2010

Héroe de la infancia

Lana sube, lana baja. Cada vez que escucho esta adivinanza me imagino a la oveja recién trasquilada por ‘la navaja’, huyendo en un ascensor desnuda con su lana en un par de maletas.

Supongo que tan extraña asociación parte de la vez que me corté la palma de mi mano izquierda con la navaja de mi hermano. Me había dicho que no la fuera a abrir, a sacar la cuchilla, pero uno a los siete años tiene más curiosidad que un gato y pasó lo que tenía que pasar. Con la franela del carro me tapé la mano y el rojo del trapo y la sangre me hicieron una buena coartada, hasta cuando mi hermano me la pidió: empapada de mí, me delató. Por fortuna, en esa hora de temerosa valentía, la herida ya había cicatrizado.

A pesar de este incidente mi gusto por las navajas siguió. Obviamente no podía tener una siendo niño pero quería utilizarla en todo momento, en todo lugar: si MacGyver lo podía hacer, ¡yo también!

Salía victorioso de complicadas situaciones donde su vida y la de quienes ayudaba estaban en peligro. Tomaba sólo algunos elementos de su alrededor, cosas simples de uso común, y con menos que una pizca de suerte construía soluciones prácticas al problema que fuera. Y ahí estaba su mejor truco: en saberla utilizar inteligentemente.

Eso de luchar contra los malos sin armas de fuego y sin matarlos era más que una historia de ficción: era un estilo de vida. Todo televidente después del programa quería andar por el mundo con una navaja suiza multiusos dañando, reparando, inventando y enseñando muchas cosas. Cuántas aventuras compartí con él en la televisión cada tarde: me sentía empleado de la Fundación Phoenix y amigo de Pete, nuestro tolerante jefe.

Mi primera pequeña navaja llegó a los 15 años, tarde, pero la ilusión de hacer y deshacer con ella seguía intacta. Sentía el poder en mis manos cargándola a todas partes y sacándola para abrir hasta un paquete de papitas. A propósito, me la enterré en la barriga al tirarme a la cama sin tender. La cuchilla estaba abierta y sólo penetró la sábana y mi generosa capa de grasa sin afectar nada más. Pero esa es otra historia.

Una navaja con más servicios fue mi regalo de grado. No he llegado nunca a utilizar muchas de esas cosas que trae porque simplemente no he tenido la oportunidad de, por ejemplo, castrar un novillo con la filosa cuchilla gurbia. Algún día lo haré.

Richard Dean Anderson, su protagonista, a pesar de que en un capítulo de Los Simpsons dice que sólo la hacía por dinero, marcó la vida de muchas personas. La mía inclusive. Sigo comprando herramientas multiusos, ya no sólo navajas, porque la fantasía de ayudar a los demás con ellas se vuelve realidad cada vez que se necesita.

Y como Patty y Selma, hermanas de Marge Simpson e hinchas furibundas de MacGyver, yo tampoco dejaría que hablaran mal de nuestro héroe, pero también me escaparía de ellas con mi navaja si me secuestraran (como en ese mismo capítulo) por contradecirlas en su gusto macgyveriano.

.

martes, 20 de abril de 2010

Uribe es un "vendedor de caballos viejos"

Así se refiere Gustavo Álvarez Gardeazábal a Álvaro Uribe Vélez.

Me llamaba la atención que, como comentarista de La Luciérnaga de Caracol Radio, usara frecuentemente ese calificativo para describirlo: yo no he visto nunca a un vendedor de caballos, y menos de caballos viejos, pero con tremenda metáfora es evidente la capacidad que tienen las palabras para crear imágenes tan reales que superan a la misma realidad. ¡Qué buen apodo!

Asistí al Conversatorio con el Presidente realizado en la Universidad Autónoma de Occidente este 20 de abril con la misma curiosidad (felina, por supuesto) con que fui al Circo Ruso sobre Hielo.

Quería vivir esa experiencia lejos de las radicalidades políticas que corroen al país, y sentirme un mero observador desprevenido, no del gobernante, sino de la persona.

Y sí, Gardeazábal (al escritor vallecaucano le gusta que le llamen por el apellido de su madre) tiene toda la razón. Yo, y muchos de los asistentes, le compraríamos todas las bestias de segunda mano que ofreciera a la venta. ¡De contado y sin pedir rebaja!

Su habilidad con la oratoria es innegable: le queda fácil ganarse tanto los aplausos como las rechiflas del respetable público y utilizarlos a su favor en todo momento. Es como esos luchadores de artes marciales que aprovechan la fuerza del contrincante para hacerle daño.

El carisma de líder lo impone y se lo adjudican, así que eso de "manipulador" (se lo dijo un estudiante en uso de la palabra) no es del todo cierto: el auditorio, el pueblo, también se lo permitimos. Es que si le dan papaya, con mano firme y corazón grande, la aprovecha.

Ahora entiendo por qué ha durado ocho años en el poder, y pudieron haber sido muchos más. Con razón sus contradictores no lo quieren y sus seguidores lo quieren. Ambos bandos tienen razones verdaderas para "quererlo" de alguna manera.

Sea cierto o falso su discurso (de eso se encargará la historia y la justicia... ojalá...) lo sabe transmitir. Y ahí está su secreto, en el 'cómo' antes que en el 'qué': "Decir las cosas de otro modo para que de otro modo sean comprendidas", dice Saramago.

Dos frases para destacar en medio del debate que permitió a través de preguntas abiertas. Primera: alentando a un estudiante a que hiciera una comprometedora pregunta pero en un tono menos agresivo: "Sin susto, pero con respeto"; el público lo aclamó con sonoros aplausos. Segunda: cuando una estudiante le reprochó las excesivas medidas de seguridad de acceso al auditorio, él le respondió: "Se requisan las armas, no los pensamientos"; el aplausómetro casi que lo reelige para otro periodo más.

Y habló (y no habló también) de política y de politiquería... de esas cosas que vuelven mezquinos a los ciudadanos por no darse la mínima oportunidad democrática de escuchar al otro, así nuestro Presidente sea el mejor vendedor de caballos viejos en día de mercado de cualquier pueblo colombiano.

Uno de estos insensatos personajes que juzga desde su sabelotuidad me dijo eufórico al verme entrar al auditorio: "¡¿Para qué vas a ver a ese payaso?!". "Para que me haga reir...", le respondí.

Y lo hizo... :)

.

jueves, 15 de abril de 2010

Cómo atrapar a un gato

De noche, todos los gatos son pardos”.
Dicho popular.

El gatito, de unos cuatro meses, lloraba desde el mediodía. Intentaron cogerlo, pero su agilidad superaba las buenas intenciones de los vecinos. Unas sobras de comida que le tiraron no las recibió; yo tampoco las hubiera aceptado ni como plato principal.

Al atardecer, al verse acorralado por una cantidad de niños con sus madres, se metió al motor de una camioneta en el parqueadero y ahí se quedó el muy rebelde.

Salí a comprar cordones (¿condones…? ojalá…) para unos viejos zapatos y llevaba la muestra roída por tantas ataduras a mis pasos. Escuché tremendos chillidos y lo encontré bajo unos arbustos. Y claro, pardo.

Unos niños de la unidad residencial de enfrente gritaban, tan desesperadamente como el gatito, que alguien lo atrapara para devolvérselo.

A la primera correteada obviamente el gatito huyó tan veloz como El Correcaminos. Y al igual que mi colega Wile E. Coyote, me senté a pensar cómo atraparlo. Sólo me faltaba el paisaje desértico y la música de fondo: tan tararán tararará… tararán tararán tararará…

Como ya he experimentado a favor y en contra la Ley Universal Felina, recurrí a ella para, no matarlo, sólo atraparlo. Mi paciencia tentaría su curiosidad. Y bueno, también pedí la ayuda Divina de El Gato de la Guarda, el mismo al que invoco en “Rata de dos patas”.

Mis viejos cordones no me podían fallar ahora. Sus ojos se abrieron al ver tremendo juguete marca ACME: ¡qué no se me arrancaran al primer manotazo del gatito!

Y luego de un buen rato de juego, al borde de la locura por sus incansables maulliditos, se animó, ya no sólo a mostrar sus filosas garritas, sino su cabeza por entre las ramas.

Y cual resorte de trampa para ratones: ¡JUALÁS!

El gatito no supo en qué momento estaba cerca a mi pecho. Sentía los latidos de su corazón aceleradamente temerosos. Lo acaricié un rato hasta cuando empezó a ronronear y me habría encantado extender ese enternecedor presente, pero la gritería de los niñitos por la emoción de ver a su gato me sacó del deleite.

Una niñita, con los ojos llorosos, hizo que los míos hicieran lo propio cuando le entregué su gatito. Un gritado "gracias" fue la recompensa que necesité para esbozar una sonrisa, de esas que sólo salen de vez en cuando.

Me sentí un bombero bajando de un enorme árbol el gatito de una cariñosa abuelita. Me convertí en un Boy Scout haciendo la buena acción del día.

De tantas cacerías literarias en esta bitácora, ahora era un verdadero cazador. No casado, pero cazador.

¿Azar o destino? Da igual.

.

martes, 13 de abril de 2010

Fácil y difícil

Del amor...

Es fácil:

  1. Parpadear y concentrarse en ella.
  2. Sentir por los dos.
  3. Soñar cada noche.
  4. Pensar sin lógica.
  5. Saborear un recuerdo.
  6. Imaginarse felices.
  7. Mirarla.

Es difícil:

  1. Abrir los ojos y ver que no está.
  2. Sentirse no correspondido.
  3. Levantarse solo.
  4. Utilizar la razón.
  5. Olvidar un momento.
  6. Vivir destinos.
  7. Mirarla.

Fácil… ¡Enamorarse! Yo.


Difícil… Desenamorarse… Yo (again).



.

miércoles, 7 de abril de 2010

Plumífera soledad felina

Allí.
En alguno de los árboles.
El parque es su casa.
Cada rama es su ventana.

Es tarde.
Es noche.
Es madrugada.
Ella sale puntual.

Hace lo que sabe.
Canta. Llora.
Sabe lo que hace.
Advierte. Llama.
Y todo bien.

Sus palabras son lúgubres.
Sombrías. Nocturnas.
Valientes. Solemnes.

Pero nada escucha.
Nadie le habla.
Nadie la busca.
Nadie la llama.
Ni el silencio le corresponde.

Sola.
La lechuza está sola.

También yo.

Y le hablo, la busco, la llamo.
Como el amor, tampoco contesta.

Solos.
Los dos estamos solos
Cada amanecer.

Ululamos suspiros... maullidos...

.