miércoles, 24 de abril de 2013

Dos platos de sopa


¿Qué puede ser peor que ir a un banco un viernes fin de mes? Último día de pago, tráfico lento, lluvia intensa, vigilante propietario, calor humano in crescendo, fila general larguísima, dos cajas habilitadas, un funcionario en entrenamiento, mensajeros adinerados, un niño haciendo pataleta por salir rápido… y allí, donde la mente se da unas vacaciones obligadas de paciencia, aparece ella nuevamente.

Me habría dado gusto si hubiese entrado de última a la oficina, y estando yo a punto de ser atendido gritarle con sevicia: “¡haga la fila!”. ¡Ja, buenísimo! Hasta El Chavo del Ocho me habría animado a echar al traste esa frase con la que nos educamos: “la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”. Pero el destino apenas había servido el primer plato de sopa con sustancia de nostalgia, siendo yo el último de esa fila. El segundo plato se encontraba a más o menos una hora y media de distancia, en la meta de la cola.

El avanzar paso a paso era como acercarse a una hermosa guillotina tiernamente afilada. Sabes que te van a cortar la cabeza pero vas contento por perderla una vez más por ella, el verdugo enmascarado en una sonrisa que te dice “¡con mucho gusto, que tenga buen día!”. Eras hombre y… ¡Zas! Ahora eres dos: ella y tú.

Perdí la cuenta de a cuántos clientes les decía lo mismo; una y otra vez. El clon de ella que trabajaba en el banco se reventaba de amabilidad con cada una de sus palabras. Era igualita, la misma. Yo pensé que la Ciencia sólo había experimentado con Dolly… ¡¿Hasta dónde habíamos llegado duplicando a seres humanos, amados, por doquier?! 50 centímetros menos cada dos o tres minutos. El tiempo se alargaba mientras que la distancia se acortaba. ¿No hay otra sucursal abierta por aquí cerca? ¿Cuánto cobrarán por los intereses de mora si no  pago?

Un fajo de billetes, una consignación diligenciada, una cámara de vigilancia chismosa y un alivio por estar frente a ella, tanto a la cajera como al recuerdo de su otra ella. Miraba sus dedos, sus anillos, su blusa, su escote, sus gafas, su cabello, su postura, su perfil… era como verla nuevamente… “¡Con mucho gusto, que tenga buen día!”. Y añadió mirándome a los ojos, “Por fin… a descansar a la casita…”.

¿Qué dijo? ¿Que por fin? Si esto apenas comienza. ¿A descansar? A trabajar de nuevo en olvidarla. ¿A la casita? Al primer bar donde me vendan mucha cerveza.

Ya amaneció y hoy es primer día del mes. ¿Cuándo llega la próxima factura?

miércoles, 17 de abril de 2013

Cirque du Soleil

Unas cuadras antes de llegar a la gran carpa del circo en Bogotá, unos muchachos recibían monedas de los carros que arrancaban rápidamente con el cambio de semáforo. Hacían maromas encaramándose torpemente unos encima de otros, gritando y silbando por la atención de los conductores que se hacían los de la vista gorda para ignorarlos. Y así en el resto de Colombia, prospectos de acróbatas ganándose el pan de cada día con su arte.


Ya en el circo, otros muchachos de todo el mundo se ganan la vida con algo más que monedas, en un show imposible de describir con palabras (ni lo intentaré…). Sus precisos movimientos, acompañados de hermosa música en vivo, hacen que uno no pierda la concentración ni un minuto para tratar de creer que la magia que estamos viendo es real. Un arte que sólo a través de sus cuerpos y de nuestro asombro vale la pena admirar.


¿Dónde está la diferencia? Todos estos muchachos tienen el mismo potencial, pero alguien cree en ellos, en sus talentos, bajo unos lineamientos de disciplina y proyección artística. Una oportunidad es lo que necesitan para probarse a ellos mismos y a los demás de que son capaces de hacerlo: un chance para salir adelante valorándose como algo más que caridad. Claro, todo empieza por nuestra propia convicción de merecerla y agradecerla.

miércoles, 10 de abril de 2013

Accidentes caseros

Porque le puede pasar a usted…

A sus noventa y pico de años mi abuelita Rosa teje por/con gusto carpetas, manteles y caminos de mesa para regalarlos a quien su generoso cariño lo considere justo hacerlo. En el silencio de una tarde tranquila se abstrae del mundo a través del mantra meditativo de su agradable pasatiempo, y entrelaza con sus manos el interminable ovillo amoroso de su corazón. El hilo blanco que prefiere en sus modelos es el más delicado y la agujeta metálica que usa también es la más delgada, para que al templarlo lo suficiente aparezca en sus puntadas la elegancia y belleza de su arte. Resultó que un rebelde punto de costura, una de esas vuelticas que construye su obra, se escapó del hilo opresor y la agujeta siguió de largo hacia la yema de su dedo pulgar con la fuerza necesaria para atravesar su arrugada y suave piel. Con la calma que sólo dan los años, llamó a mi tía Alicia para que le ayudara con ese impase, pero se paralizó inmediatamente al ver esa impactante imagen y otro familiar retiró la improvisada lanza de tajo. Apenas su cicatriz sanó, ató con revancha ese escurridizo punto para continuar tejiendo hasta ahora los hilos de su historia y de ésta también.


Y estaba yo, en los 90, conquistando un mundo de Mario Bross cuando sonó el teléfono (el fijo, aquel que tiende a desaparecer). No pensaba contestarlo: mi última vida estaba en ese juego de Nintendo. Aunque el timbre gritaba por atención, me hice el sordo hasta cuando el lejano “¡Conteesteeee!” de mi mamá me hizo el milagro de escucharlo. Congelé la pantalla con pause y me levanté rápidamente de la alfombra, poniendo mi mano derecha en el apoyabrazos del sofá negro y llegando de un brinco a la mesita para contestarlo. Cuando fui a coger el auricular algo me estorbó: una aguja de costura, enhebrada con hilo negro, estaba incrustada por el revés en la palma de mi mano. Impresionado al verme como un erizo y alentado por el “¡¿Poor quué noooo coonteestaaaa?!” de mi mamá, la halé sin dudarlo de su punta. Mi otra mano le dio una mano a mi otra mano y adoloridamente pude decir “¿Aló?”… ya habían colgado. En realidad mi vida había estado en juego y lo sigue estando sin pause, gracias a Dios, hasta mi próximo mundo.

¿Y de cuando me clavé mi navaja suiza en mi abullonado abdomen al tirarme encima de las sábanas sin arreglar? Otra historia que me enseñó a siempre tender mi cama.

… tenga cuidado.

miércoles, 3 de abril de 2013

Piñata

El diablo habita en los detalles”.
Dicho popular

En el acta de reunión de El Clavo se registraban los nuevos apodos de los integrantes de la Revista, presentes y ausentes en cada jornada de trabajo. La calidad del apodo se medía y se mejoraba de acuerdo a las carcajadas que nos producía. Inocentes o agresivos, a todos nos causaba gracia, incluyendo al mismo personaje moteado. Era una forma de expresar nuestra camaradería. Qué buenos tiempos aquellos. De seguro que todavía lo hacen, no lo sé; ya no me reúno con la misma frecuencia con que me gustaría.

Y de todos los apodos que me han puesto hasta ahora en la vida, muchísimos dentro y fuera de El Clavo, éste ha sido el que más me ha dolido: “piñata”. La cantidad de simples juguetes, pequeños dulces y coloridos papeles metidos en lo que por definición es una olla panzuda de papel o barro, tiene una connotación más informal en nuestra sociedad para su contenido: pendejadas, tonterías, chucherías, cosas de poca importancia.

Que me complico con ‘maricadas’, que vivo encartado con mis preocupaciones y que fastidio a los demás con mis peticiones. Que soy inconsciente de mi patología quisquillosa y que estoy obsesionado con el control. Que mi cuadrícula mental está muy marcada y que mis exigencias son exageradas. Que yo… tantas cosas que ven los demás… con razón…

Es que ya entendí qué significan los puntos negros que veo en la pared blanca: son nuestros reflejos, nuestras carencias, lo que nos falta arreglar. Y que venga un fulano a resaltárselos no tiene gracia. “¿Quién se cree que es? ¿Don Cero-Errores, o qué?”. Y quien no los reconoce se siente cuestionado en su integridad y se defiende con algo más que un divertido apodo.

Una espina, por menor que sea, interrumpe el paso del viajero”, dice El Manual del Guerrero de la Luz, y por eso muchas veces soy duro conmigo mismo, actuando en contravía de lo que reza Voltaire, “Le mieux est l'ennemi du bien”, lo mejor es enemigo de lo bueno. La búsqueda de la perfección hace más lentos mis actos, pero me dan la tranquilidad de que al menos intenté encontrar ese magis, de quitarme y quitarle las espinas a los demás ¡porque falta mucho por recorrer en ese camino!

Aceptar nuestros errores es tan bueno como aceptar que los queremos mejorar, sin recurrir al “deje así” de Andrés López de su stand-up comedy ‘Pelota de Letras’.

Soy una ‘piñatica’ de panza pronunciada y llena de bobadas, que cuando se abre gana algo con qué divertirse en ese juego que es la vida. Invitados todos a re/com/partirse.