“Decisiones, cada día, alguien pierde alguien gana, ave María.
Decisiones, todo cuesta, salgan y hagan sus apuestas, ciudadanía”.
– Rubén Blades –
Decisiones, todo cuesta, salgan y hagan sus apuestas, ciudadanía”.
– Rubén Blades –
Un empleo más para él entre los menos para todos. La entrevista fue perfecta: una sonrisa, una anécdota, una broma; rarísimo. Él supuso que lo vincularon por su perfil, su corbata, su recomendación, su carro. No se dio cuenta de que fueron las hormonas de la jefa las que firmaron el contrato. Y las que lo llevaron junto con ella a una encrucijada definitiva por su trabajo o su amante.
En la inducción las cosas parecían normales. Le llamaba la atención que su jefa lo tratara con generosa cortesía y no sólo con el formalismo que en una transnacional se respira; había algo más, sutil, misterioso. En esos ojos se reflejaba una mujer madura, experta. Él la miraba con el respeto que uno puede tener para con sus superiores, por lo menos hasta cuando se pasa el período de prueba.
Esos dos meses pasaron y se vieron entonces simplemente como un hombre y una mujer. ¿Y quién no se derrite poco a poco ante una retina enamorada? Tanto las funciones como los sentimientos comenzaron a aumentar cada semana. No sabía que ella sentía muchísimo más de lo mismo que él desde su primer día de trabajo: pura atracción. Callaba, disimulaba; finalmente era la jefa. Pero como en el amor no hay letra menuda, éste aprovechó cada quincena que le pagaron puntualmente.
Sacaron adelante los proyectos que el área necesitaba mejorar trabajando juntos casi todo el tiempo. Una buena combinación de perfiles profesionales complementarios, decían los directores inmediatos. Una interesante mezcla zodiacal de signos y ascendentes decían los horóscopos del fin de semana.
Sus cuerpos explotaron el día que trabajaron horas extras actualizando los indicadores semestrales. Un roce de las manos catalizó lo que estaban guardando desde que se conocieron. Sólo tuvieron chance de obedecer a sus instintos. ¡Qué cuentos de gráficas, tablas, fotocopias y carpetas! Besos, caricias, abrazos y aromas. ¡De eso también se trata la vida! Esa noche acabaron juntos: su informe y su pasión.
De ahí en adelante todo lo que hicieron en el trabajo, incluyendo el amor, lo hicieron bien: planeado, ejecutado, evaluado, aplicado. Obviamente en el más excitante silencio. El escritorio fue su apoyo; las agendas dieron paso a sus poses; el aire acondicionado enfriaba su cansancio. Un gesto con la ceja indicaba una visita a la cocina por un café, por algo de azúcar, por algo salado. Ante los ojos de los demás nada sucedía: la jefa y su asistente trabajando, era obvio; ni la chismosa secretaria lo sospechaba.
Pero como no todo es color rosa, la empresa no permite relaciones amorosas entre empleados: es una de las firmes políticas de la compañía. Uno de los dos o los dos, si quieren continuar con su romance, tienen que salir de la organización. Tarde o temprano algún sapo los echará al agua y el riesgo profesional para ambos es alto.
¿Qué hacer entonces? Por favor justo lector voyeur, decídalo usted. Presento tres tentativas opciones para estos amantes:
a) ¿Que ella o él también caigan en la inopia laboral del país renunciando al pan de cada día para vivenciar la libertad del amor por fuera?
b) ¿Arriesgarse a que los despidan miserablemente por expresar la inaguantable ambrosía de sus deseos dentro de la oficina?
c) ¿Cortar de tajo una fuerte y creciente relación pasional y sentimental, para mantenerse a punta de miradas amigables pero lascivas?
¿Qué opción le recomendaría a este fulano y a esta fulana para su historia de amor? ¿O qué otras posibilidades propone usted para que la trama de este escrito continúe o acabe? Permítase dar un desenlace alternativo: tal vez esté escribiendo el final de su propia y actual o futura experiencia laboral.