miércoles, 7 de septiembre de 2005

De verdades y mentiras

La última escapatoria ante una mentira es filosofear sobre cuál es la verdad de las cosas... que todo es relativo... que quién tiene "la verdad"...

Ayer, en una entrevista de trabajo, me di cuenta que eso no sirve de nada cuando el que te evalúa es un poligrafista. Era una psicóloga con mirada de Dick Tracy. Y su arma era lo que comúnmente se conoce como “detector de mentiras”. Con sensores de sudoración en la mano, de ritmo cardiaco en el brazo y de respiración en tórax y abdomen, era difícil decir mentiras, o lo que parece lo mismo, ocultar verdades.

Con los ojos vendados y en intervalos de 20 segundos, cada pregunta tenía que ser respondida con un “sí” o un “no”. La tensión aumentaba luego de pronunciar alguno de esos dos monosílabos. Cuántas ideas falsas y verdaderas se cruzan por la mente por una sola pregunta, por una simple respuesta. Y más todavía, luego de que te inyectan ideas media hora antes sobre la honestidad, la sinceridad, la justicia… y la certeza científico-médica de la medición de aparato y la imposibilidad de pasarlo por alto.

Conscientemente, sabía que era mentira o verdad lo que yo estaba respondiendo, pero mi respuesta fisiológica era registrada en esa pantalla de computador de otra manera. Tuvimos que repetir una de las tandas de preguntas porque “se está moviendo mucho”; no sé qué parte de mi cuerpo moví pero Yamile me pidió obligatoriamente que no hiciera ningún movimiento innecesario. El resultado, luego de una hora: brazos y piernas amortiguados y tallados por lo apretado de cada conector.

El estrés crecía en cada silencio. Fueron cuatro pruebas, incluyendo la que repetimos, para establecer tres gráficas de reportes independientes. De reojo, miré que la pantalla del portátil mostraba líneas irregulares en cuatro colores distintos. Nada más. Lo único que me dijo fue que una mentira no era grande o pequeña para cada indicador: para el aparato (y ojalá no para ella) era lo mismo robarse mil pesos que mil millones.

Al final, con la curiosidad de saber (según el polígrafo) si he robado en mis anteriores trabajos, he engañado la confianza de alguien, he tenido vínculos con grupos al margen de la ley… salí de esa oficina pequeña de paredes grises a las 10:05pm. Hasta la hora era misteriosa. Y más preocupado por el cuestionamiento de mi vida, de mi honestidad, de mi integridad que si me hubiera dicho de una buena vez que soy un delincuente. La razón es simple: nadie nos puede acusar más que nuestra propia consciencia.

Pero… pensemos… reflexionemos… sólo por un momento… ¿qué es la verdad?...