lunes, 24 de octubre de 2005

Hace un mes...

Hace un mes encontré lo que estaba buscando desde hace muchos más… ¿Me encontró a mí, mejor diría? Parece cierto hasta ahora; es como si lo hubiera pedido, pues tiene todos los ingredientes que conozco ya y otros que me interesan conocer. Han sido 30 días (seguidos) con un promedio mínimo de 12 horas diarias trabajadas. El horario de entrada es calculable pero el de salida no: las gracias de firmar un contrato de “manejo y confianza”.

Mi nuevo empleo es más que un pequeño escritorio en madera con silla Rimax blanca, sin teléfono, sin Internet, sin archivadores (la empresa se va a cambiar próximamente de sede, y así justifican la no inversión en mi oficina). Es un trabajo de verdad. De esos del que nadie sabe quién lo hace o si lo hace bien o lo duro que le resulte hacerlo, pero cuya importancia sólo se conoce al final de cada día, cuando mis 47 subalternos terminan mucho más cansados que yo, y el gerente evalúa los logros alcanzados.

El día a día es poco predecible. En logística se debe contar con factores externos de los que nada se sabe hasta cuando aparecen. Ahí está la chiste: saber actuar correctamente y en el menor tiempo posible. En términos de administración, ser efectivo (eficiencia + eficacia). Desde la Ingeniería Industrial, se supone que estoy en capacidad de ofrecer algo más que esto. Es de aclarar que hasta al más brillante de los estudiantes le pasa: la teoría y la realidad en poco se asemejan. A eso, hay que sumarle que mi memoria se queda corta al tratar de recordar lo intrascendente de todas aquellas clases en las que debí poner más cuidado.

¿Y por qué estoy allí entonces? Además de lo mencionado anteriormente sobre el destino y mis breves nociones de “teoría”, lo más importante es lo que aprendí precisamente cuando no tenía trabajo: la observación, la calma, la paciencia, la atención. Cuánto agradezco cada uno de los cafés que tomé con María Lourdes Becerra, mi maestra (en todo el sentido de la palabra). Jamás hablamos de estudios de tiempos y movimientos, de programación de rutas, de bases de datos a partir de Macros en Excel… todo lo que ahora necesito, por cierto… pero sí sobre cómo es la vida y cómo debe ser la vida, aunque sea a grandes rasgos ensoñados.

Es a partir de ahí que he podido interactuar con mis empleados directos, cómo tratar a mi jefe directo, cómo discutir con mis compañeros de trabajo y cómo aguantarme más a mí mismo. ¡Claro que con esto nada voy a lograr, si no lo acompaño de curiosidad, el origen del ingenio! En el trabajo no me piden que les diga que deben ser felices en sus vidas, sino que debemos cumplir con las metas que a nivel nacional nos exigen. Pero asombrosamente esas cosas van de la mano.

No sé qué tan equivocado esté. No sé si esta sea una respuesta de un egresado javeriano. No sé si con esto pueda yo pasar del período de dos meses de prueba. Lo que me están pidiendo no lo sé hacer pero sé que puedo hacerlo. El querer y el poder se enfrentan una vez más. El inconveniente es que el tiempo sigue pasando. Y no para (trabaja más que yo). Y aprovechándose de ello, el miedo me ha visitado frecuentemente.

¿En qué terminará la cosa? ¿Continuaré en la empresa afrontando la labor cotidiana o prescindirán de mis servicios para el siguiente mes? ¿Haré lo que ellos me piden? ¿Aguantaré este ritmo del que mi zona lumbar ya dio su primera queja? ¿Regresaré a disfrutar de mi caminata diaria en el parque a las cinco de la tarde con la brisa en el rostro y una cerveza en los labios?

¡Cómo saberlo! La vida es ahora. Y mi ahora es trabajar. Eso lo intentaré. Y de lo primero, después les contaré.

miércoles, 7 de septiembre de 2005

De verdades y mentiras

La última escapatoria ante una mentira es filosofear sobre cuál es la verdad de las cosas... que todo es relativo... que quién tiene "la verdad"...

Ayer, en una entrevista de trabajo, me di cuenta que eso no sirve de nada cuando el que te evalúa es un poligrafista. Era una psicóloga con mirada de Dick Tracy. Y su arma era lo que comúnmente se conoce como “detector de mentiras”. Con sensores de sudoración en la mano, de ritmo cardiaco en el brazo y de respiración en tórax y abdomen, era difícil decir mentiras, o lo que parece lo mismo, ocultar verdades.

Con los ojos vendados y en intervalos de 20 segundos, cada pregunta tenía que ser respondida con un “sí” o un “no”. La tensión aumentaba luego de pronunciar alguno de esos dos monosílabos. Cuántas ideas falsas y verdaderas se cruzan por la mente por una sola pregunta, por una simple respuesta. Y más todavía, luego de que te inyectan ideas media hora antes sobre la honestidad, la sinceridad, la justicia… y la certeza científico-médica de la medición de aparato y la imposibilidad de pasarlo por alto.

Conscientemente, sabía que era mentira o verdad lo que yo estaba respondiendo, pero mi respuesta fisiológica era registrada en esa pantalla de computador de otra manera. Tuvimos que repetir una de las tandas de preguntas porque “se está moviendo mucho”; no sé qué parte de mi cuerpo moví pero Yamile me pidió obligatoriamente que no hiciera ningún movimiento innecesario. El resultado, luego de una hora: brazos y piernas amortiguados y tallados por lo apretado de cada conector.

El estrés crecía en cada silencio. Fueron cuatro pruebas, incluyendo la que repetimos, para establecer tres gráficas de reportes independientes. De reojo, miré que la pantalla del portátil mostraba líneas irregulares en cuatro colores distintos. Nada más. Lo único que me dijo fue que una mentira no era grande o pequeña para cada indicador: para el aparato (y ojalá no para ella) era lo mismo robarse mil pesos que mil millones.

Al final, con la curiosidad de saber (según el polígrafo) si he robado en mis anteriores trabajos, he engañado la confianza de alguien, he tenido vínculos con grupos al margen de la ley… salí de esa oficina pequeña de paredes grises a las 10:05pm. Hasta la hora era misteriosa. Y más preocupado por el cuestionamiento de mi vida, de mi honestidad, de mi integridad que si me hubiera dicho de una buena vez que soy un delincuente. La razón es simple: nadie nos puede acusar más que nuestra propia consciencia.

Pero… pensemos… reflexionemos… sólo por un momento… ¿qué es la verdad?...