miércoles, 31 de marzo de 2010

Semana Santa: ¡en tablas!

El hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. El arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro (placer) y acompasarlo con el blanco (deber) para correr sin perder el equilibrio”.

Platón

Equilibrio: De eso se trata la vida. Todas las religiones y filosofías coinciden en eso. Cualquier ideología o creencia lo llevará a buscarlo por cualquier medio. Y el cuerpo y el espíritu también lo necesitan.

"El que peca y reza empata": invitación neutral a hacer y deshacer. Es la justa medida entre el albedrío y el destino. Es la prudencia la que está en medio. Fue predicada por un sabio, supongo.

Y en Semana Santa ocurre o bien lo uno o bien lo otro. Las personas que se arrodillan en la cama y las que se arrodillan en la iglesia: se les puede ir la mano haciéndolo, pasándola bueno en lo que hacen, ¿y después? ¿Volverán al equilibrio haciendo lo opuesto?

No somos capaces de buscar ambas cosas en la justa medida. Si estamos cómodos en uno de los lados, ¿para qué preocuparnos por equilibrar la balanza? Si estamos en el otro, aunque sea un poquito pasados de la raya, ¿para qué molestarnos porque las cosas sean exactamente como deben ser?

Si no lo hacemos nos tacharán de inmorales, y si lo hacemos nos llamarán psicorrígidos; y sufriremos con tales acusaciones, que muchas veces nos las aplicamos a nosotros mismos. Pusilánimes... Cobardes...

Hasta en los mejores sistemas de gestión de calidad los diferentes grados de tolerancia son válidos para el buen funcionamiento de los productos y servicios: ¿por qué no aprovechamos tales holguras mentales, corporales, sentimentales y espirituales para movernos sin desajustar todo el andamiaje? Las estructuras de los más altos edificios necesitan ser flexibles.


En ajedrez es posible que un partido termine empatado, en tablas, como se dice. Pero por esa razón ¿ninguno de los dos jugadores ganó algo? Ganaron la experiencia de haber vivido la emoción de una buena partida y de reconocer que se puede jugar en medio de los límites extremos. Y aprendieron.

Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre. No es equilibrio perfecto: es cuestión de relatividad, flexibilidad, oportunidad... Es sensatez con uno mismo y con los demás. Y claro, con Dios.

Va y viene…

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miércoles, 24 de marzo de 2010

A ver si así...

Luego de un noviazgo que superó las pruebas de calidad más exigentes de Bom Bril, mi hermano Jorge se casó con Rosa María: ¡Felicitaciones nuevamente!

En aras de la tradición, la novia entregó su liga y su ramo de flores en un simple juego de azar con las pecuecas de los solteros y solteras presentes, luego de revolverlas (patearlas) aleatoriamente bajo su largo y acampanado vestido.

Y era de esperarse. Las cosas inusuales ocurren... y así como los gatos curiosos (suena redundante, pero es para hacer distinción de los también perezosos) para esas vainas no me pierdo la movida de un catre: ¡Me gané la liga!

C'est la vie.


¿La tengo que usar cada vez que le diga a una mujer que quiero que sea la abuela de mis nietos y nietas? ¿Si la llevo en la muñeca causará un mayor impacto que mis inodoras feromonas? Con este amuleto de la suerte ¿tendré más oportunidades de ganarme el Baloto del amor? ¿En qué pierna será más efectiva, en la derecha o en la izquierda? ¿Y si me la pongo en lo que sabemos tendré un mejor desempeño sexual?

Mientras pensaba en estas cosas tan importantes para el establecimiento de mis futuras relaciones, una pregunta comenzó a bombardearme a través de los familiares e invitados al matrimonio: "¿Y cuándo es el suyo?". No sé por qué me la hacían y, peor aún, no sé por qué esperaban una respuesta.

Apenas estoy pensando en qué hacer mañana en la noche para conquistar al mundo, y ya otros me interrogan sobre cómo voy a comerme las perdices del cuento del amor de nunca acabar.

Vamos por partes: ya tengo una liga de novia recién casada. ¿Eso cuenta como ventaja, no? ¿Da puntos frente a los otros competidores de la manada, cierto? ¿La puedo presentar como garantía de mis intenciones en el contrato amoral, correcto?

A ver si así, con una liga que suma en mi patrimonio, me dejan de decir, ¡por Dios, algún día!: "te quiero, pero sólo como mi amigo".

Sólo por eso, ese 'oso' de quitar con los dientes la liga de la peluda pierna de mi hermano frente a todo el mundo mientras yo tenía los ojos vendados, habrá valido la pena.

Shit Happens... Love Happens...

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Elecciones... ¡de nombre!

Como jurado de votación en la pasada jornada de elecciones del 14 de marzo de 2010, el mayor entretenimiento que encontré en medio de tanto tedio, fue recibir la cédula de los inscritos en la mesa 13 para encontrar sin tocayos: ¡había que aprovechar el día!

Mi ceño fruncido se relajó cuando recibí a Darling, una joven con piel color wenge, ojos miel y una dentadura perlada que le hacía juego con su pijama beige. En un mundo paralelo, me imaginaba a su refinado esposo llamándola a tomar el té de las cinco de la tarde con un pronunciado inglés británico: “Oh, darling Darling, the tea is delicious...”.

La siguiente fue Teresita de Jesús, una viejita de piel pasesca con una vitalidad de una uva fresca. Tan santa como la Santa (dijo) se vanagloriaba de lo que tenía después de tantos años, su belleza interior, pues a través de sus enormes ojos azul aguamarina (sin cataratas y sin anteojos) se veía su alma más cerquita de Dios.

A Mis Ner tuve que explicarle que su nombre, aunque sonara en una sola voz, lo escribiría en el certificado electoral separado y no junto, pues así estaba registrado en la cédula. “¡Pero se dice de una vez!”, me corregía, y yo le decía que se sintiera afortunada por que no le dijeran únicamente su primer nombre, con el cual todo gato también voltearía a ver al unísono.

Cada letra del siguiente nombre fue cuidadosamente transcrita a los formatos de votación: habría podido cometer un error de ortografía (?) en cualquier momento. Neygllyred firmaba, además, con las letras TH al final, en vez de la insonora letra D. Cuando por cuarta vez le pedí que lo repitiera, no me aguanté la risa y le entregué su cédula antes de que se molestara más.

Y Waldina… no sabría cómo definirla: si como un intento fallido de caricatura de Walt Disney o como la versión femenina de un varonil Waldo. Curiosamente en ambos casos mi descripción física de ella sería correcta y el nombre sería el mejor sobrenombre de la historia.

Y la última, con quien no pude disimular mi risa desde que me entregó la cédula hasta que salió del recinto. ¿Cómo decimos, con la peor de las pronunciaciones, “bebé” en inglés? Sonaría como “beibe”, ¿cierto? Ahora: ¿cómo le diríamos en español a “beibe” que dirija su mirada hacia cualquier cosa: “Mire beibe”, ¿correcto? Pues bien, a la mamá de Mirebeybe se le ocurrió que con ese nombre su hija siempre le prestaría atención.

Dicen que nuestro nombre es el sonido más dulce que podemos escuchar de boca de otra persona... ¿Seguros? ... me seguirá gustando oír mi raro “Darío Esteban”.

¡Cuán divertido es (para todos, menos para el dueño) un divertido apodo en nuestra cédula!



Encontrarán algo más del tema en la edición 29 de la Revista El Clavo, en “Suficiente con el nombre”.

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miércoles, 10 de marzo de 2010

202

202... ¿El apartamento? ¡Bah!

202 ‘entradas’ en mi bitácora personal. 202 escritos y fotografías publicadas a la fecha en este Blog, justo el doble desde el 30 de abril de 2008: 101.

Seguiré celebrando con cada número que comience y termine de igual forma. Por lo menos hasta el 1001. Me faltan muchos miércoles para llegar hasta allá pero los que ya he pasado han valido la pena. Han sido textos escritos cuidadosamente preparados y vergonzosamente improvisados. Todos, a mi buen parecer como padre de los mismos, han sido los mejores hijos.

Lo más difícil ha sido recibir realimentaciones de textos cuya última finalidad es por la que justo el lector desprevenido reclama airadamente. ¿Cómo es posible que un mensaje pueda tener interpretaciones tan rebuscadas?

Cuento con 22 seguidores registrados y las visitas a mi perfil Blogger suman ya 1600, pero extrañamente ese contador dejó de sumar desde hace ya varios meses, así que tengo la esperanza que muchos más han querido saber de mí. Igual, no hay tanto que saber: todo está en mis textos.

Eso me ha traído otra complicación: muchos no logran percatarse de la diferencia entre la realidad de Carabás y la ficción de mi vida. Me dicen: si lo escribes es que lo piensas, y no necesariamente ocurre así. Bueno, por lo menos no conscientemente. De ahí para allá será un tema de investigación psicológica.

La lista de contactos no ha crecido mucho. A pocos conocidos y desconocidos los suscribo a la lista de destinatarios y las tarjetas de presentación de El Marqués se entregan selectivamente. He intentado depurarla, eliminar a todos esos, casi todos, que jamás responden al correo o hacen algún comentario de cada escrito. Por ampliar el círculo de lectores sí me gustaría participar en tantas redes sociales que hay, pero de ello ya había hablado anteriormente. En su momento será.

La convicción de la libertad, la alegría, la tranquilidad y el amor siguen vigentes, y son el único argumento que tengo para invitarlos a continuar leyendo las aventuras del gato y su amo. Siempre bienvenidos.

Evolución.

Reflexión.

Atención.

Curiosidad.


Miau...


El más comentado:
"Casi"

El más sensato:
"No es indecisión"

El más ñoño:
"A los profes"

El más felino:
"Gato novela"

El más enamoradizo:
"Tribunal de amor"

El más apasionado:
"Sexo textual"

El más curioso:
"También funciona con mangos"

El más sentido:
"¿Qué hago yo contigo?"

Una historia:
"Me la metieron"

Una foto:
"Fue sin querer queriendo"

Una denuncia:
"¿Una piedra en el camino?"

Uno cualquiera:
"Sexo In Stereo (where available)"

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miércoles, 3 de marzo de 2010

Amores mascotescos

“Imagínate una relación perfecta. ¿Cómo describirías tu vida con esta persona? La manera en que te relacionas con ella será, exactamente, la manera en que te relacionas con un perro. Un perro es un perro y hagas lo que hagas, seguirá siendo un perro. Aceptar este hecho en tus relaciones con otros seres humanos resulta fundamental. No es posible cambiar a las personas, las amas tal como son o no las amas; las aceptas tal como son o no las aceptas. Intentar cambiarlas para que se ajusten a lo que tú quieres que sean es como intentar que un perro se convierta en un gato o que un gato se convierta en un caballo. Es un hecho: son lo que son y tú eres lo que eres”.

Tomado del libro de sabiduría Tolteca La Maestría del Amor, de Don Miguel Ruiz.

El resto del texto (que me llegó por correo electrónico tipo spam, como El Marqués) gira en torno a esa tesis.

Totalmente cierto. ¡Fácil! Sería la respuesta más concisa a la irresoluta pregunta de qué es el amor. Todo niño preguntón se sentiría satisfecho con la sensata explicación.

¿Pero en qué momento la cosa no resulta tan obvia?

Porque los que hemos tenido mascota sabemos que nuestro amado perro no grazna, bufa o ulula, pero queremos que no se orine en el sofá de la sala. Entonces, tratamos de “educarle” para que haga pipí cuando sale de la casa a las horas que mejor nos cuadren en el horario.

Cierto, no pedimos que nuestro gato ponga un huevo o que un caballo serpentee o que el loro dé leche, pero nos contentamos con que al menos nos haga caso cuando lo llamamos y que se sepa al menos un truco, una gracia, un hábito que nosotros le enseñemos. Lo mínimo para una convivencia animal consensuada con otro animal, ¿o no?


Entonces, según los Toltecas, no podemos hacer que nuestra pareja exprese sus sentimientos como nosotros lo hacemos; que tenga los mismos detalles que nosotros, gustosos, le hacemos; que nos acaricie con el mismo deseo que le transmitimos; que nos mire hasta perderse en la oscuridad del silencio donde nos encontramos. Y a pesar de ello, seguiremos amando a esa persona tal como es.

Aunque cierto, ¿es posible? ¿No nos mentimos si decimos que TODO nos gusta de nuestra pareja, y negamos el querer enseñarle un truco o cambiarle alguna de tantas mañas que nos molesta? ¿Seguros? De alguna forma, queremos “amoldarnos mutuamente” a nuestro antojo.

Las cosas en el amor son complicadas, son duras, son crueles, son dolorosas. Si no fueran así, no nos daríamos cuenta de cuán hermoso lo es en otros momentos. Su realidad se conoce a partir del contraste, a pesar de saber que a las personas no las podemos cambiar.

Si para usted son fáciles estas cosas, usted es el último descendiente Tolteca o es un cómodo-sumiso que teme enfrentarse a amar con todos los peros que eso significa. Y le cuento, por chisme nada más: esa vaina no es tan simple como dicen, por el mero hecho de que no hay certeza en él.


No sé si por eso me enredé la vida estudiando Ingeniería, tratando de encontrarle soluciones a problemas que nadie ha formulado. Como el del amor, por ejemplo. Y es entonces cuando canto a Calamaro:

No importa el problema, no importa la solución.
Me quedo con lo poco que queda, entero en el corazón.
Me gustan los problemas, no existe otra explicación,
Ésta sí es una dulce condena…”.

A propósito, creo que la empresa que más fácil se gana el dinero es la que produce las tarjetas y afiches con la leyenda “amor es…”. No necesitan tener un complemento verdadero a su frase, jamás lo tendrán y seguirán vendiendo ideas que pretenden “pegarle al perrito”.

Mejor.

Así, el amor seguirá siendo el mejor problema, la más misteriosa coincidencia, la ruta más incierta para vivir, “la difícil, la que usa el salmón”.

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