Sólo se necesitó paciencia para explicar una y otra vez el por qué del cambio a todo aquel que con una carcajada o un gesto de asco preguntaba ¿por qué te dejaste el bigote? Cada respuesta fue diferente y en algunos casos el victorioso “porque sí” era mi favorita. Hay cosas que no tienen o quieren explicación.
Creció, creció y creció. Era libre de hacerlo. Ese era su objetivo. Esa era su estrategia. Y cumplió su misión a cabalidad hasta el último momento. No lo corté para darle forma como muchos lo sugirieron, porque precisamente se hubiera convertido en un bigote normal, estándar, regular, ordinario: como el que tiene el chofer del taxi, el que vende el chance, el que atiende el carrito de perros calientes, el que usa el politiquero de turno o el funcionario público. Las siguientes fotos lo muestran en algunas de sus particulares facetas: casual, un poco despeinado, con su amiga la barba y tomando un baño.
Sentía nostalgia con cada tijeretazo después de su compañía por casi cuatro meses. Tantas risas. Tantos apodos. Tantas malascaras conocidas. Tantos silencios anónimos…
En Bigotes invité a las interesadas a probarlo. Nadie se postuló a la vacante. Pero supongo que habrán habido amantes que en secreto desearon cada vello mío en sus cuerpos. Si era el bigote la razón por la que no se presentaron, ahora, sin él, espero alguna aplique al cargo para darle o no la razón al filósofo Arthur Schopenhauer.