- ¿Y ustedes qué hacen aquí? Se quedan callados durante la ceremonia… Además de metidos, bulliciosos, ¡no señor…!
Hace algún tiempo escribí Noticias de uniones concertadas y a veces convenientes. El compañero a quien me refería finalmente se casó el sábado pasado. La boda fue sencilla y por eso mismo bonita. Juan estaba nervioso y su amada Paula lucía tranquila. Los pocos invitados acompañamos con solemnidad a la nueva pareja de esposos en tan especial momento.
- “¡Uy, chino! Mire que su amigo ya se casó… Y usted, ¡nada…! ¡Mire a ver!”, susurraban los paradigmas sociales.
- ¡Shhhh!
- “Este espécimen de la raza humana no ha dado la talla. ¿Cómo es posible que hasta ahora no haya transmitido sus genes? ¡Es el colmo!”. La evolución había hablado.
- ¡Silencio, les dije! Suficiente trabajo me costó acallar a la envidia para que ustedes vengan a interrumpir…
El novio no tuvo que esperar por ella mucho tiempo. Un pequeño retraso de unos minutos mientras los últimos detalles se ajustaban sin mayor problema. La decoración de la capilla la hacía lucir elegante y armoniosa.
[Tan-tan-ta-tan… Tan-tan-ta-tan…]
- ¡Por Dios, esa música! ¡Qué horror! Siento que es una marcha condenatoria, las notas que sentencian a la libertad ante muchos testigos… para siempre…
- Los paradigmas increparon: “¡Se lo dije, hermano! ¡Ya es hora de que camine al ritmo de esa melodía! ¡Y usted ni novia tiene!”.
- “Con o sin esa música, el muchacho ya está grandecito: ¡Que siembre semilla! ¡Para eso está en este mundo! ¿O es que piensa hacerse el loco conmigo?”, dijo la evolución.
- ¡Dejen oír la misa! Lo de la música es… algún reflejo condicionado… nada más…
Como en las películas y novelas, esperaba que el padre preguntara si alguien no estaba de acuerdo con ese matrimonio. Pero no fue así. Parece que he visto mucha televisión o el padre no quería correr riesgo de que yo levantara la mano para preguntarle qué lo motiva a uno a casarse “para toda la vida”.
- “¡Un marido fiel y un esposo solícito! Eso es lo que exige esta sociedad. Así se habla padre, ¡comprométalo ante Dios!”, vitoreaban los paradigmas.
- “Mientras se reproduzca, que sea con una o con más, a mí no me interesa. ¡Lo importante es la propagación de la especie! ¡No vayas a tirar por la borda los millones de años que llevo trabajando en esto!”, me recordaba el instinto.
- ¡Chito!…
Los asistentes aplaudimos a los novios cuando sus padres brindaron por esta nueva unión. Una torta deliciosa y un vino blanco bien frío amenizaron la recepción. Las felicitaciones aparecían mientras ambos se tranquilizaban porque ya todo había pasado
- “¡Qué bonito anillo! Ya deberías tener el tuyo propio. Casi treinta años y sigues soltero… ¿Qué dirán los vecinos?”, insistían los paradigmas.
- Por favor, es sólo un anillo… Sólo es el recordatorio de los eslabones de la cadena que arrastramos cuando nos comprometemos.
- Y la evolución exigió: “Vuelvo y le digo mijo, con anillo o sin él, a mí me cumple con la tarea Natura”.
- ¡Ay, sí… Ya sé! ¡Qué cansones! Algún día pasará. Mientras tanto tomémonos otra copa, a ver si se me pasa esta angustia…
Así terminó la boda. Nuevamente los felicité y me despedí en medio de una desazón aún mayor, muchísimo mayor: otro buen amigo me contó en ese momento que ya le entregó el anillo de compromiso a su novia. No tengo palabras para expresar lo que sentí instantáneamente.
- ¿Y ahora qué pasó? ¡Ahj...! ¡La envidia se quitó la mordaza!
Seguiré escuchando pelear a esas múltiples conciencias en mi mente y mi corazón. Quizá tengan razón.