miércoles, 26 de diciembre de 2007

Chao bigote

Listo. Un ensayo más vívido, vivido y, exagerando, hasta económico: el no afeitarme alargaba la vida de las cuchillas de afeitar, pues trabajaban únicamente para mantener a ras el resto del bello facial.

Sólo se necesitó paciencia para explicar una y otra vez el por qué del cambio a todo aquel que con una carcajada o un gesto de asco preguntaba ¿por qué te dejaste el bigote? Cada respuesta fue diferente y en algunos casos el victorioso “porque sí” era mi favorita. Hay cosas que no tienen o quieren explicación.

Creció, creció y creció. Era libre de hacerlo. Ese era su objetivo. Esa era su estrategia. Y cumplió su misión a cabalidad hasta el último momento. No lo corté para darle forma como muchos lo sugirieron, porque precisamente se hubiera convertido en un bigote normal, estándar, regular, ordinario: como el que tiene el chofer del taxi, el que vende el chance, el que atiende el carrito de perros calientes, el que usa el politiquero de turno o el funcionario público. Las siguientes fotos lo muestran en algunas de sus particulares facetas: casual, un poco despeinado, con su amiga la barba y tomando un baño.





Con tijera y cuchilla (nueva) en mano, se dio comienzo a la eliminación de mi bigotuda personalidad. ¿Por qué? Aquí sí hay una razón: al día siguiente viajaría a Pasto y con seguridad, con gran probabilidad, a mi mamá le hubiera dado un infarto al verme así. Si sólo con estas fotos se preocupó por mi salud física, emocional y mental, no me imagino qué hubiera ocurrido al verme con semejante mostacho. A nadie en la familia le gustó el experimento.

Sentía nostalgia con cada tijeretazo después de su compañía por casi cuatro meses. Tantas risas. Tantos apodos. Tantas malascaras conocidas. Tantos silencios anónimos…
Aproveché para darle forma, y casi logro dejarlo como el bigote de Javier Solis, el famoso cantante mexicano. Luego lo moldeé con la cuchilla como lo usaba Charles Chaplin; se veía muy bien. Finalmente mi rostro quedó limpio de todo vello. No me reconocía. Me reí mucho frente al espejo ya sin lucirlo. Mis labios se resaltaban y la textura de la piel era idéntica a la de una vulva recién depilada.

En Bigotes invité a las interesadas a probarlo. Nadie se postuló a la vacante. Pero supongo que habrán habido amantes que en secreto desearon cada vello mío en sus cuerpos. Si era el bigote la razón por la que no se presentaron, ahora, sin él, espero alguna aplique al cargo para darle o no la razón al filósofo Arthur Schopenhauer.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Novena

Ni mi memoria ni yo recordamos haber celebrado de pequeños la Novena de Aguinaldos en mi casa. Cantos y rezos, o no sucedieron, o están en una carpeta olvidada del inconsciente. La natilla y el dulce de leche hechos por mi mamá, las empanadas de Los Mesías, y el champús de la vecina Jaramilla (que no se llama así y no interesa saber cómo es realmente) sí vienen a mi lengua, digo, a mi mente al recordar esas fechas.



Así que la lectura de La Oración para todos los Días la escuché mucho después, una fría noche (bueno, en Pasto eso es una redundancia), cuando con unos amigos vimos que entraba a la iglesia del barrio una preciosa joven a cumplir con la cita navideña.

Era alta, delgada, crespa, perfil griego, unas pequitas en las mejillas y lucía la sudadera del colegio que le tallaba el redondo y firme trasero. A nuestros ojos resultaba hermosa, y más aún, al lado del par de amigas feas que la acompañaban.

Supongo que era 16 de diciembre, y hasta el 24 fuimos puntuales a misa de siete a la Novena, y no para rezar precisamente. La imagen de verla juiciosa, callada, atenta era un complemento de la escena principal: verla de rodillas y luego levantarse.

Estoy seguro de que lo hacía intencionalmente. Ninguna mujer en sus cinco sentidos y en público se pondría de pie en una posición casi de cuclillas, mostrándole al mundo que culo le sobraba a sus escasos 14 o 15 años. Mientras todos los feligreses estaban con los ojos cerrados, nosotros esperábamos el momento justo para abrirlos, y disfrutar de los movimientos de aquella prometedora estrella de cabaret.

Se levantaba despacio. Muy despacio. Sus rodillas apenas si querían desdoblar el ángulo que las sometía a estar por unos minutos en el piso. Su zona lumbar se hundía, formando un caballete entre su espalda y su cóccix. Ninguno de los nueve pantalones que se puso esos días logró con disimular el contorno de su dueña, que cual ninfa, lo único que buscaba era incitar al espectador devoto (fervoroso o esporádico) a contemplar todo el esplendor de una buena cola. Y esa mirada de falsa inocencia… contenía más deseo que la nuestra.

No le hablamos luego del 24 y al siguiente año ya no fue más a la novena. Por supuesto nosotros tampoco. Y ya en la calle verla no tenía mayor encanto: era una mujer bonita y punto. Lo atractivo en ella lo adornaba la época y su inclinación/levantamiento. Tanta sensualidad se volvía casi innecesaria morbosidad. Un plato navideño.

Amén.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Qué encarte

¿Para qué soñar con ser el amo del universo? ¿Cuál es el afán de todo villano de dominar el mundo? ¿De ser el más poderoso del planeta como lo planea el Doctor Malito, o incluso destruirlo como lo desea Freezer? ¿Qué haría Mumm-Ra El Inmortal o Darth Vader cuando toda galaxia se rinda ante el paso de sus capas?

Los archienemigos del bien, reales o caricaturescos, no han pensado lo que viene después de conseguir sus siniestros anhelos. Al ser el más (fuerte, rico, inteligente, feliz, malo…) lo único que le traerá su nuevo cargo será un momento de gloria, para luego enfrentarse a la realidad de la vida. Son como quienes fantasean con casarse: hacerlo es fácil, pero seguir despiertos (o dormidos) luego de la luna de miel es difícil.

Se lo advirtieron al Hombre Araña: todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Por eso cualquier perverso plan debe considerar una fase B. Luego de vencer al héroe y a quienes pretendan derrocarlo, primero tendrá que curar las heridas del victorioso combate, para después suministrar las condiciones necesarias de sus serviles súbditos, atender las políticas de un caótico gobierno, evitar que su riqueza pierda el valor por el que tanto luchó, en destruir lo que quede en pie y cumplir con sus obligaciones maritales con la viuda del ídolo de turno. A no ser que el desquiciado y frenético amo del universo pretenda pasársela el resto de la eternidad solo. Y ahí es donde me pregunto, ¿para qué vivir así un sueño cumplido?

Qué aburrido un mundo sin un héroe que quiera desafiarme, que me exija, que me ponga a hacer algo más que bañarme en mis insatisfechas ansias. Incluso otro enemigo que luche por lo mismo, como Aliens y Depredador. ¿Qué estaría haciendo en estos momentos Smeagol si hubiera logrado quitarle el anillo de a Frodo? Administrando un enorme ejército de orcos que se eliminaría a todo aquel que se negara a adorarlo, para después disfrutar de… una tierra destruida, oscura y vacía. ¡Valiente gracia!

Cerebro no sabe el problema que tendría luego de conquistar al mundo mañana por la noche. Seguramente Pinky lo acompañaría en sus intenciones sin mayor ambición que reírse con él y de él. Pero El ratoncito cabezón tendrá que seguir ingeniándoselas para mantener su reinado, como la Iglesia Católica a lo largo del tiempo. Porque seguro habrá un gato bonachón que esté soñando el mismo sueño, irónicamente, para seguir durmiendo y soñando.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Almohada

Dormir boca abajo es placentero.

Cuna de mis sueños, micrófono de mis palabras, babero de mi boca, testigo de mis amores, compañía de mis lecturas, esponja de mi sudor y cenicero de mis lágrimas.

Suavecita.



Bajita.




Mi perfil era su forma.



Adiós… después de muchas siestas, muchas ovejas, muchos ácaros y muchos desvelos.

Una nueva almohada para acabar con mi tortícolis la reemplazará.

Ahora la prueba es dormir de lado.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Encomienda

Es una pequeña caja de cartón cerrada con cinta ancha trasparente; la misma que sirvió para reforzar su base. La etiqueta fue escrita a pulso con letras y números que inclinados a la derecha se hacen entender.

Al abrirla lo que primero salta es el olor del pan fresco que venden en Pasto. El pan que acompaña el café de la tarde en la casa para pasar el hambre, para pasar el frío, para compartir con quien esté en ese momento. Es un aroma dulzón, mantequilloso y suave que se escapa de la bolsa.

Otra bolsa contiene un queso campesino; aunque no es de hoja, igual bota algo de suero. Se lava y se guarda nuevamente para acompañar al delicioso pan en cada desayuno. Un sándwich sencillo y bien combinado.

Sigue un frasco de mermelada de mora silvestre. Ácido como si arrancáramos la fruta del matorral, y dulce como si la bañáramos en miel. Un rojo oscuro, que no alcanza a ocultar las pepitas, le da más sabor. Y claro, puede usarse con el pan y el queso.

Un tarro de maní salado. Lo prepara una amiga de la familia. Es maní del Perú: su grano es grande y su sabor concentrado y su color brillante. Un puñado no le basta a la boca, y si se combina con unas migajas de pimienta negra queda más rico.

Una bolsita tiene dulces de varios sabores. “Bananas”, como dicen aquí en Cali. Son las que me acompañan donde vaya y que suelo compartirlos con quienes me rodean, si pasan del obligatorio postre después del almuerzo.

Y la torta. Huele a batea de madera de cuarenta y pico de años de existencia. A mantequilla hecha con la nata de la leche de las vacas de la finca. A limón rallado, a pedacitos de manzana caramelizada, a pasas borrachas de vino tinto tan gordas que no tienen arrugas. A libras de azúcar y harina amasadas con el toque secreto guardado en las manos de mamá.

El mejor regalo de cumpleaños de cada año. Gracias.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Y tú sin mí

Esta tarde vi llover,
vi gente correr,
y no estabas tú
”.
- Armando Manzanero -



El lucero azul brilló.

El ave enamorada le dio un beso a su amor, ilusionada.

El otoño llegó.

El mar cantó.

Y yo sin ti.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Simplemente Lo

Escrito ganador del segundo puesto Modalidad Cuento en Español, en el IX Concurso Literario "Festival Javeriano de la Palabra". Pontificia Universidad Javeriana Cali. Octubre 31 de 2007. Se publicará en el libro Palabras Mayores, de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la misma institución.

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Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta”.

Así es querido profesor Humbert Humbert. Aquí en Cali y lejos de Ramsdale encontré una pequeña locura similar a la suya, propia para otro crimen pasional. Estaba en la peluquería, aderezando aún más su cuerpo. Las circunstancias del hallazgo me causaron la misma impresión que relata usted ante el jurado, cuando dice que “una oleada azul se hinchó bajo mi corazón y vi sobre una esterilla, en un estanque de sol, semidesnuda, de rodillas, a mi amor de la Riviera que se volvió para espiarme por encima de sus gafas de sol”. Ojalá y los jueces consideraran estas sensaciones en nuestra defensa.

Su corta falda en blue jean se esforzaba por cubrir el primer tercio de sus muslos. Pero una vez que ella cruzó las piernas, estirarse no podía más, dejando al descubierto tanto como lo hacían sus blancos interiores desde sus delgadas caderas. Desde mi asiento, añoraba ser quien tomara cada uno de sus pequeños pies de huesos finos y dedos largos. Cada uña parecía tener encanto propio, y con algo de color cereza dejarían marcadas las huellas de sus tentadores pasos.

Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”. Nabokov: ¡Con razón te censuraron y luego te agradecieron por la fantasía de tu obra y de la vida misma al lado de una Lo!

Para la señora manicurista era una clienta más: la hija única de la fastidiosa señora que al lado se teñía sus canas en color bronce, la típica Charlotte Haze. Pero para mí fue fácil reconocer “ciertas características misteriosas, la gracia letal, el evasivo, cambiante, anonadante, insidioso encanto mediante el cual la nínfula se distingue de esas contemporáneas suyas…”. Era innegable su poder, su dulzura.

Se levantó las gafas para leer una vieja revista de modas y entre página y página me regalaba una voraz mirada de niña mala. Era ella, esa nouvelle, “la misma niña: los mismos hombros frágiles y color de miel, la misma espalda esbelta, desnuda, sedosa, el mismo pelo castaño”.

Mi peluquero había terminado el corte, y sólo una leve sonrisa había intercambiado con ella. Tenía que hablarle, preguntarle cómo escapó del libro. Quería saber quién era realmente y si había en su vida un Clare Quilty. Acercándome a su puesto y con la certeza de adivinarlo le pregunté:

- “Disculpa… Te llamas… Tu nombre es… ¿Lo…? ¿Lolita…?”.


Mirándome en contrapicado con esos grandes y llorosos ojos color café, respondió con un mimado tono de voz…

- “Lolita, no… Lorena”.

Mi corazón se ensanchó con tal fuerza que casi estalló en mi pecho… Lolita cayó en mis brazos, y la boca inocente de mi adorada palpitante se fundió bajo la feroz pasión de unas oscuras mandíbulas masculinas”.

Mi bella Lo.

miércoles, 31 de octubre de 2007

No "exijo una explicación"

Porque el libro de la infancia marca tu identidad como ninguna lectura en la vida”.
-Lo cita Andrea Moreno en su Messenger-

Pelotillehue. Una cena en El Pollo Farsante. Un trago en el Bar El Tufo. Una fórmula médica de la Farmacia La Píldora Falluta. Un baño con Jabón Sussio. Las noticias de El Hocicón, un diario pobre pero honrado. Un café en El Insomnio. Y un refresco Tome Pin y Haga Pum.

Antes de dormir me subía a la gigante cama a leer o a escuchar, da igual, las historias de nuestro personaje favorito: mi papá bajo las cobijas y yo encima de ellas, pasando las hojas con la tibia luz de la lámpara de noche. Supongo que me quedaba dormido y mi mamá luego me pasaba a mi cama.

La emoción estaba en abrir la nueva revista justo en la mitad, donde se encontraba Panamericana, una caricatura de un solo cuadro que ocupaba las dos páginas centrales. Eran increíbles las historias que en la carretera se contaban sin necesidad de diálogo alguno; una fotografía simple, divertida.

También me gustaban las ediciones De Lujo o De Oro de Condorito, donde se contaban nuevos o viejos chistes. Era lo de menos: lo importante era leerlos de nuevo. Con él, claro. No importaba que en noches pasadas ya lo hubiéramos hecho. No había necesidad de que mediara carcajada alguna, lo que interesaba era la compañía, el momento, el cariño.

No recuerdo si con él, mi papá o Condorito, aprendí a leer. Ambas cosas supongo. De lo que sí estoy seguro es que mi gusto por las letras nació allí. Pepo, su autor, era impecable en la ortografía y los signos de puntuación. Era obvio (y siempre lo será) que las mayúsculas se tildan, por ejemplo.

Y la observación: qué buena enseñanza de mi papá. Saber L.E.E.R una imagen, apreciar los detalles que en ella se encuentran, disfrutarlos, analizarlos. Allí estaba la historia no contada, la mitad del arte hecho dibujo de adorno, de paisaje, de contexto. Supe que los cocodrilos están a la vuelta de la esquina, que los sonámbulos caminan por los techos, y que el balón de fútbol está por fuera del afiche del jugador.

Humor agradable, inteligente, amistoso y social. Por muchos años guardé todas esas revistas, hasta que luego me las botaron… Hace poco compré un Condorito Clásico, y cada página era un recuerdo vívido, presente, real diría, de esos bonitos instantes. Increíble.

Cabellos de Ángel. Garganta de Lata. Yuyito. Don Cuasimodo. Comegato. Don Chuma. Ungenio González. Doña Tremebunda. Fonola. Chacalito. Chuleta. Che Copete. Coné. Washington. El Padre Venancio. Matías. Pepe Cortisona. Genito. Don Máximo Tacaño. Titicaco. Mandíbula. Tomate. Yayita. Huevoduro… Y Condorito, un pajarraco con sandalias, tres plumas en la cola, un parche en su rodilla izquierda, un pantalón negro arremangado, una camiseta roja, un collar de blanco plumaje y una vistosa cresta.





Cuando vaya a Chile será visita obligada ir a la estatua que en honor a Condorito existe. Esta foto me la envió mi amigo Adapar. Desde allí recordaré los buenos momentos que compartí con mi papá antes de morir, cuando yo apenas tenía siete años. Tal vez ese día las lágrimas sean tan gratas como las que me escurren al escribir este artículo.

No “¡Plop!”.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Zen-amor-a-uno

En su interpretación más estricta, la mecánica cuántica sostiene que los resultados de un ensayo, por más objetivo que sea, dependen de la experimentación humana. Una idea muy zen: si un árbol cae en el bosque, y nadie está allí para oírlo, ¿produce algún sonido?


Si una mujer no se arriesga a conocerlo/aceptarlo a uno, a probar siquiera una mínima pizca de amistad, ¿cómo validar la existencia pasada-presente-futura del amor?

miércoles, 17 de octubre de 2007

Les pasé la gripa

Bueno, eso supongo. Quién las manda a comerse uno de los gargajos de mi gripa, que aminoró mi salud con fiebre, dolor de cabeza, taponamiento de oídos, escalofríos, calambres, tos y ardor en la garganta.

En una de las tres noches de malestar fui a la cocina a tomar agua, y aproveché también para sacar la flema que en exceso amortiguaba el aire que entraba/salía de mis pulmones. Al lado del sifón y con un color verdoso que irradiaba en la oscuridad, finalmente cayó espesa, lenta, densa, cuajada, maciza, pesada, perezosa y pegajosamente.

Al otro día me di cuenta de que ellas no esperan a que haya mercado, sino que lo que encuentren será bien recibido por el hambre que las apremia. Recolectan lo que sea de mi alacena, como cuando las encontré merodeando la pimienta negra, vagando en una bolsita aromática de hierbabuena, rondando la nueva crema lavaplatos con olor a uva, llevando a cuestas una presa viva (Autor y coautor de un crimen), o trabajando diariamente en el tarro de la basura.

Esa mañana las encontré en el borde de lo que había expulsado la noche anterior. Como si fuera una gota de leche condensada, sorbían del espeso charco lo que alcanzaba en sus bocas, y salían corriendo al camino que las conducía de regreso a su guarida, a compartir en comunidad aquel mucoso tesoro verde.

Las espanté y limpié el lavaplatos. ¿Les sabría rico mi manjar? ¿Las extinguirá mi infección? ¿Se volverán mutantes? ¿Cómo estornudará una hormiga?

miércoles, 10 de octubre de 2007

Mi primer 'palo'

Así como la tasa de cambio es relativa, la historia de mi primer millón de pesos también lo es. Para tararear la canción de Bacilos tendría que ajustarlo a la TRM del día ($1.968,06), y sacarle ritmo al verso que habla de “mis primeros quinientos ocho dólares con once centavos”.

La diferencia con los otros primeros millones está en su origen. Legal, por supuesto, pero de un trabajo totalmente distinto a los anteriores, de los que no menosprecio para nada la experiencia (más personal que profesional) adquirida.

Es sólo un millón de pesos. Lo que mis compañeros de universidad se ganaban en su práctica laboral hace cinco años. Lo que pagaba por vivir en una cabaña en medio de la Sabana de Bogotá hace cuatro años. Lo que recibí por participar en un proyecto de investigación nacional hace tres años. Lo que nadie me consignó por estar desempleado durante meses hace dos años. Lo último que retiré de la cuenta de ahorros luego de renunciar por seguridad hace un año. Lo que recibí por leer, escribir y tomar fotos en mi nuevo trabajo este último mes como gerente de proyecto de una revista de ingeniería.

Es una parte de lo que muchos de ustedes gastan mensualmente, y un porcentaje frente a lo que gana un ingeniero promedio en la industria. Claro, hay excepciones, pues conozco compañeras que ganan un poco más del mínimo, y colegas que facturan en dólares la hora de consultoría. Mi primer millón también es una excepción a la regla, porque se basa en algo que no había intentado antes de lleno: el mero gusto, lejos de la necesidad, lejos de la obligación. Claro, sirve para las necesidades y las obligaciones del día a día, pero el haberlo obtenido con gozo multiplica su valor y gratifica el empeño. Es la materialización del dicho aquél: “lo importante no es hacer lo que se quiere, sino querer lo que se hace”.

Ya lo había experimentado hace un tiempo atrás pero sin ningún contrato laboral estable. La primera vez que vendí una de mis pinturas, por ejemplo. Fueron sólo $40.000 y sirvieron para comprar materiales y poder hacer otras obras que fueron vendidas o regaladas. Recientemente, el pago de una fotografía digital para una revista institucional: $13.000. Todos los escritos para El Clavo, otros impresos y esta bitácora han sido gratuitos, pagados únicamente con la satisfacción propia de publicar (antes que perecer).

¿En qué voy a gastar mi primer ‘palo’? Pagando la última cuota del semestre del postgrado. Ya llegarán más primeros y enésimos millones para otras cosas. Así es.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Bigotes

La barba y el bigote, al ser casi una máscara, deberían ser prohibidos por la policía. Además, como distintivo del sexo en medio de la cara, son obscenos y por eso les gusta a las mujeres”.
– Arthur Schopenhauer –

Ha crecido silvestremente. El ralo cultivo ya casi cumple tres semanas. Ascendió de categoría al ser un grisáceo bozo rasposo a un incipiente mostacho cerdoso. Y es curioso: no duele al tirar de él como creía; levanta el labio y todo; como a veces pasa…

Los compinches vellos no tuvieron, esta vez, la misma suerte. Ellos, hace más de un año, crecieron de la misma desmedida manera. La barba me cubrió por casi cuatro meses y era una maraña de pelos bordeando mi cara. Al bigote se le negó esa posibilidad, y cada mañana se enfrentaba a la guillotina portátil. Por esa apariencia me convertí en “Don Esteban”, un bonachón jefe que impartía a mansalva órdenes a sus leales Pito y Sirena con la voz más temida de cualquier Avantel.



Esta vez los apodos tampoco han faltado; una reacción burlesca de los más cercanos al cambio. Pero es una experiencia diferente y es interesante ver cómo resulta para mí y los demás. “Carranguero” y “celador de cuadra” han sido buenos apuntes, pero uno me ha inquietado: Don Chinche.

¿Cómo sentiría La Elvia los besos de su eterno novio? Que alguna me lo diga si ya lo han probado. O que alguna lo pruebe conmigo en su boca, en su cuello, en sus senos, en su vientre. Sería agradable sentirlo y hacerlo sentir en el cuerpo de la pareja. El plazo se vence para las interesadas: no sé por cuánto tiempo más tendrá licencia de libre crecimiento.

¿Tiene razón el filósofo?

miércoles, 19 de septiembre de 2007

No es suficiente

No te rasques las huevas frente a ella. Levanta la tapa del inodoro antes de orinar. Lávate las manos cuando salgas del baño. No digas palabrotas. No la celes o, si acaso, sólo un poquito. Nunca le digas que está barrigona. Nunca mires ni hables de las tetas o del culo de las amigas de ella. Lava los platos. No pienses solamente en sexo y no te vayas a quedar dormido inmediatamente después de hacerlo con ella. Debes acariciarla hasta que sea ella quien se quede dormida. Dile que ella es la mujer más bella que jamás has visto. Y regálale flores y muchos, pero muchos, presentes.

Estas son algunas premisas de uno de los correos electrónicos que a la gente le gusta re-re-re-re-enviar a sus contactos, porque “Fw:Re: ¡Está buenísimo!” independientemente de su contenido, como se cuenta en La Cantera de las Palabras.

Dejando al lado el tema del spam, del archivo PowerPoint me llamó la atención su historia: un tipo va donde un sabio monje para conocer el secreto del amor en las mujeres.

La insolencia no está en lo caricaturesco de los consejos (ni más faltaba, sería como negar que las mujeres también se tiran pedos), sino en la mentira que encierran en su conjunto porque: a) Es imposible saber qué es lo que se necesita; y b) Así lo sepamos con exactitud, nunca será suficiente para nadie.

Con una analogía de una historia Sufi podría explicar por qué. Un sabio mendigo retó a un adinerado rey a llenar su charola. Cada vez que la llenaba con monedas y joyas, ésta quedaba vacía nuevamente. Después de perder su fortuna y ver derrotado su ego, el rey le pregunta “¿de qué está hecha tu escudilla?”. El mendigo se rió y le dijo: “Está hecha del mismo material que la mente humana: está hecha de deseos humanos”.

Cuando se alcanza un deseo, otro aparece. Entonces, ¿cómo conquistar a alguien si ni siquiera, hombres y mujeres, sabemos lo que queremos? Y si lo supiéramos y lo hiciéramos, ¿qué más querríamos?

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Escampadero

La mayoría busca un techo mientras deja de llover y otros llevan paraguas consigo a todo momento. Como sea, todos buscamos abrigo y una bebida caliente en las mañanas frías mientras esperamos a que salga el sol.

La cultura popular se ha encargado de relacionar esa acción con las difíciles circunstancias de desempleo actuales, comparando cualquier oficio temporal con un escampadero, ese lugar que nos cobija hasta cuando otra oportunidad llega.

¿Sería correcto ajustar el término a una relación de pareja? ¿Quién lo sería de quién? ¿Quién tendría la sensatez de aceptar la intrascendencia de las relaciones? ¿Quién sería capaz de afirmárselo a su pareja categóricamente? ¿Quién viviría la libertad del amor sin compromiso alguno?


El objetivo principal es beneficiarse mutuamente. El proyecto podría incluir más colaboradores pero una dupla es suficiente: resulta cómodo, seguro y económico para las dos partes. Con esta condición que nos somete a la monogamia, se construye lo que se considera amor verdadero: una promesa eterna con votos de fidelidad que se detallan en las bodas como la letra menuda de un contrato (como cualquier otro).

Pero, ¿somos tan crédulos de esperar que toda compañía esté con nosotros “x100PRE”? ¿No sería mejor tener claro que quien está con nosotros (o nosotros mismos) tiene el derecho (y a veces el deber) a dejarnos solos en cualquier momento? ¿Por qué jurarse el uno para el otro, que lo mío es tuyo y lo tuyo es mío, y que ni Dios habrá de separarnos?

La incertidumbre está presente a toda hora. Entonces, ¿por qué esperar que el alguien con quien estoy sea la excepción a la norma? Inconscientemente todos esperamos eso: que un noviazgo dure, con el extra tiempo del matrimonio si se quiere, para toda la vida.

En el fondo todos queremos estar con alguien y que la vaina dure un poquito más. Y esperando eso, haciendo fuerza para que la cosa se mueva o aguante, nos desgastamos más. No dejamos que las cosas no ocurran o dejen de ocurrir. Mientras pujamos para que dure (y esté duro) nos olvidamos de disfrutar lo que sea que esté sucediendo. Nos olvidamos del proceso y esperamos el resultado, cegándonos ante la posibilidad de gozar cuánto y cuándo se pueda.

Queremos estar seguros de tener bien amarrados los cordones antes de dar el primer paso: queda descartado el método científico de ensayo y error. Queremos ir a la fija en el trato y nos demoramos escogiendo o desechando a quien siquiera nos pretende. ¿Qué tal que sea mejor de lo que los cuentos de hadas nos prometieron desde niños?

¿Por qué no gozamos de lo que tenemos bajo la sombrilla que ya encontramos? ¿O por qué no buscamos otro cobertor más grande? ¿O por qué no nos empapamos de soledad? Cualquier opción será buena mientras la disfrutemos, mientras dure. Lo importante es vivir lo que ocurra dentro o fuera del paraguas hasta que nos sintamos conformes con nuestra siguiente apuesta a favor de evolución humana.

A propósito, el escampadero también nos protege de la luz: tal vez por eso me gusta mojarme o tomar el sol de vez en cuando.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

De pelos

Las canas son vanas; el diente miente; la arruga saca de duda
– Dicho popular –

Recuerdo que en un esfuerzo por retener la niñez en mi cuerpo, corté los dos o tres primeros vellos que en mis axilas anunciaban la irreversible adolescencia. Tan delgados, tan vírgenes, tan orgullosos de haber nacido, fueron cortados para desnudar la piel de esa zona que, por ese tiempo, comenzaba a oler algo más salado.

Un día, un fantoche compañerito de salón mostró los horrorosos pelos que desde hacía unos meses ya tenía bajo su brazo, y los demás amigos hicieron lo propio con bastante vanidad. Sólo a mí parecía molestarme tan desagradable cambio físico, y lo único que había que hacer era aceptarlo: ¡adiós tijeras y bienvenido desodorante!

Hace tiempo alguien bromeó con la edad de un cumpleañero diciendo: “¡ya estás tan viejo, que te van a salir pelos en las orejas!”. Mientras todos se reían, yo recordaba lo curioso que me resultaba ver a los ancianos con tupidos mechones de vellos negros en los lóbulos de sus oídos. Como resulta complejo cortarlos en medio de las curvas de los pabellones auriculares, algunos señores andan como perros ovejeros mostrándole al mundo otra inevitable señal de la ancianidad.

¿Qué sucede con los cabellos y vellos de las mujeres? Además de teñirlos en Tecnicolor o arrancarlos estando ensebados (“Artificial”), no sé qué más podría ocurrir.

En la última ocasión el peluquero, con la máquina eléctrica cerca de mis orejas, me preguntó: “¿también los corto, señor?”. Pensé que se refería a las patillas, así que le dije que sí. Con el ruido del aparato, sentí que un monstruo-zancudo entraba a mi cabeza, y lo único que podía hacer era quedarme quieto. No le tomó más de dos segundos hacerlo pero de inmediato le pregunté qué hizo. “Le corté los vellos de su oreja, señor”.

Tenaz. Dramático. Mientras emparejaba el otro lado, la historia de mi vida pasó delante de mis ojos, como en esas películas que muestran lo que recuerda el actor antes de morir. Contundentemente, la vejez se había manifestado por primera vez en mi cuerpo, en un lugar inhóspito para cualquier explorador. Nada que hacer: ni siquiera una estresada cana había sido la causa de suspiros por la añorada juventud física.

Por ahora sólo es uno a cada lado, y al cogerlos se alcanza a oír cómo rechinan entre los dedos que los acarician. Hasta la sensación de dolor al halarlos es nueva: parece que nacieran del cerebro activando nuevos neurotransmisores a su paso. No logro describir lo que se siente: hay una experiencia de vida comprometida. Pero antes de parecerme más a un gato, ¡adiós copitos y bienvenidas tijeras!

miércoles, 29 de agosto de 2007

Escaleta del cine clásico

Primera escena:

Un tipo compra cosas de primera necesidad en un supermercado específico al atardecer. Se acerca al punto de pago y espera paciente los dos turnos que faltan para ser atendido. Al ojear una revista farandulera se encuentra ineludiblemente frente a una bella mujer.

Segunda escena:

El mismo tipo vuelve al mismo supermercado a comprar, ahora, cualquier cosa: una simple excusa para verla. Desilusionado, entrega el dinero mecánicamente a la registradora de turno sin importarle en ese momento nada más que su ausencia.

Tercera escena:

Mismo tipo. Mismo supermercado. Misma cualquier cosa. Diferente hora. Qué alegría ver su rostro nuevamente, su cabello suelto, su sonrisa amable, su espalda recta, sus manos ágiles, su uniforme impecable, su nombre en el pecho.

Cuarta escena:

Guión inconcluso...

¿Cómo se llama la película?

miércoles, 22 de agosto de 2007

El huevo


¿Por qué está solo? ¿Con qué se quebró? ¿Quién lo quebró? ¿Se rompió desde adentro? ¿Desde fuera? ¿Qué había en él? ¿Qué pasó con lo que estaba allí? ¿Nacería vivo? ¿Seguirá vivo? ¿Lo mataron al abrirlo? ¿Era de un ave? ¿De un reptil? ¿Será de un monstruo? ¿Sería un HuevoCartoon? ¿Sería Huevoduro? ¿Dónde está ahora? ¿Fue desayuno de “Salchicha con huevo”? ¿Frito se comió? ¿Quería sal? ¿Hay más huevos? ¿‘Güevas’?

miércoles, 15 de agosto de 2007

¡El lobo, el lobo…! ¡Qué viene el lobo!

Versión pirata de la moraleja de El Pastor Mentiroso de Esopo: “A un mentiroso le creen todos, incluso cuando sea verdad lo que dice”.

Hasta la anónima voz corría por las calles del centro de la ciudad al esconderse del lobo, alertando a los pastores que encontraba a su paso. Aunque pudiera ser mentira, nadie correría el riesgo ante el inminente peligro que representaba tal grito. Así, tratando de ver a la gigantesca fiera en la congestión vehicular, cada pirata, digo, pastor, tomaba su mercancía en cajas de cartón de manzanas chilenas y salía despavorido a buscar refugio para ocultarse del cazador en los locales de baratijas y cafeterías con lechona que rodean a los sanandresitos. El ajetreo resultó ser falsa alarma.

En estos casos, la moraleja de la fábula de Esopo necesita ajustarse: si ellos dejan de asustarse por el lobo, perderían toda su mercancía de contrabando, pagarían multas por derechos de autor e irían a la cárcel por lavado de activos. Los vendedores ambulantes que han caído en las fauces de la fiera saben lo que significa. Los ojos verdes de Paola, una minorista conocedora del cine callejero del momento, recuerdan el día en que el lobo les confiscó, a ella y a sus vecinos de andén, sus películas y música en todo formato, teniendo que pagar más de trescientos mil pesos de multa para salvarse de la cárcel. Hasta los banquitos de madera y el cartón que conformaban su negocio se perdieron. El camión de la oficina de espacio público de la Alcaldía, el mismísimo lobo feroz, se lo había tragado en su remolque.

En la cacería, el lobo está acompañado de muchos cerdos, “la Policía”, aclara Paola riéndose de tan extraña asociación de la naturaleza. Las redadas por lo general terminan en alegatos y trifulcas con los dueños de las chucherías, y las excusas del derecho al trabajo son el lema con que justifican su labor diaria. “De esto vivo, con esto llevo a la casa el desayuno para mi hijo”, insiste ella. Todos juzgan su trabajo pero al final la mayoría compra algo pirata. “Todos ganan con esto… mire que hay artistas que son famosos porque sus discos se conseguían en los ‘agáchese’ o en los semáforos”.

Lo que defiende el Municipio es el espacio público, y de chanfle, el control de los productos comercializados fuera de las leyes colombianas. Dos pájaros de un tiro. “No se sabe qué es lo que quieren: si limpiar las calles o quitarnos nuestras cositas”. La periodicidad del misterioso y cambiante camión no está definida, pero cuando pasa, nadie es juzgado como pastorcito mentiroso. “Somos parceros”, dice; solidarios, diría yo. Hay que cuidar el rebaño aunque no sea de ovejitas.

La solución al problema del tránsito local y de la falta de empleo no la dará el lobo. Sería como pensar que la venta y el consumo de drogas se terminan finalmente legalizándola para un mínimo consumo. Los vendedores ambulantes tienen su capital (a veces empeñado) en los corotos regados en una esquina cualquiera del centro, donde ricachones conductores o varados peatones compran cómodamente DVD’s y MP3’s más baratos (y en anticipada primicia, a veces) que en los grandes supermercados o en las videotiendas extranjeras o en las franquicias cinematográficas.

¿Usted ha comprado cosas piratas? ¡Ah! Usted sí que es un pastorcito mentiroso.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Ceguera colectiva

Más valía ser un tonto de capirote con sus dos lámparas que un sabio privado del milagro de los amaneceres, de las floraciones, de los horizontes de invierno y de la belleza de las rocas, y sobre todo de la sonrisa de las muchachas y de las noches de estrellas que nos permiten percibir la norma kantiana que anida en el corazón humano”.

– Eduardo Escobar, al reflexionar sobre su operación de cataratas, en SoHo


Hace unos días viajaba yo sentado en una de las ventanillas de la parte delantera derecha de un bus de una empresa cualquiera, y un señor levantó su mano esperando la detención del transporte en la calle. Se acercó lentamente a la puerta y le preguntó al chofer si era la ruta siete pero de la competencia, recibiendo como respuesta un “¡Qué no ve que este es un ABCDEFG!” y arrancó con la rabia puesta en el acelerador.

Pude ver que en sus cuencas había un par de ojos borrosos cubiertos por unos párpados casi cerrados: efectivamente el señor era un ciego. Y claro, no le podía preguntar a su bastón metálico si el siete que apenas distinguía era o no de la empresa de buses que necesitaba. Me sorprendió que no pidiera el favor a alguien para que le ayudara con la ruta, y luego pensé en que seguramente no lo hizo por evitarse la broma de algún desgraciado.

Ayer, sentado en una de las ventanillas de la parte posterior derecha de un bus, grande, viejo y lleno hasta el segundo piso, vi cómo otro señor se apresuraba a encontrar la puerta de salida pero a cuatro filas de asientos de distancia de hacerlo. Desde la mitad del bus, el señor tanteaba con una mano la parte lateral del techo buscando el timbre, arrimándose con generosidad a los pasajeros de dos filas de asientos más adelantes que la mía. La señorita que quedaba al lado del corredor exclamó un enérgico “¡Oiga!” y el señor continuó avanzando mudo ante el reclamo.

Hizo lo mismo en la fila delante de mí e intentó seguir con mucho afán por entre las piernas de los tipos que estaban allí sentados. Obviamente uno de ellos lo empujó y la pelotera casi se arma, pues se fue encima del resto de gente que estaba de pie en el pasillo. Cuando los codazos de los asardinados pasajeros lo enderezaron, levantó su bastón de gruesa madera y con él comenzó a buscar ahora el dichoso timbre.

Lo lanzó con fuerza tres veces: la primera delante de mí, pegando justo en el borde de la ventana; la siguiente encima de mí, dándole al puro vidrio; y la última un poco más atrás, también a la ventana. Agaché mi cabeza y sólo mis despeinados cabellos parados sintieron el rejonazo que se estalló en el opaco cristal. La gente lo empezó a abuchear y en medio del escándalo el señor gritó “¡Déjenme bajar, que no veo!”, y sólo entonces los empujones cesaron y quienes pudieron se apretaron aún más para darle paso al señor hasta la puerta.


¿Por qué estaba solo? ¿Cómo supo dónde se iba a bajar? ¿Por qué no le pidió ayuda al chofer o alguno de los pasajeros para que le ayudara con anticipación a bajarse? ¿Cómo hizo para subirse? ¿Cómo haría ahora para orientarse a donde iba, si al parecer el bus lo dejó muchísimo más lejos de su parada? ¿Por qué no tenía puestas unas gafas oscuras que evidenciaran su condición? ¿Por qué nadie vio que sus ojos pequeñitos estaban a oscuras?

Qué ciegos somos.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Keiko

Keiko es un bonito experimento genético de callejeros pedigríes. Come, ladra, orina y caga como cualquier perro, y hasta hace un tiempo su blancuzco pelaje era su atractivo. Pero un día no fue su mamá, mi mamá, quien lo bañó, sino que uno de mis hermanos y un cuñado quisieron quitarle, además del mugre, las motas de sus patas. La tijera no les bastó y continuaron con una máquina eléctrica hasta dejarlo rosado como un cerdito.

Desde ese día sufre de bañofobia y ni siquiera con los cuidados maternales de su dueña olvida tal experiencia, donde ni con una pastilla tranquilizante pudieron vencer la adrenalínica fuerza con que se resistía a ser trasquilado. Ahora hay que recurrir a técnicas importadas de la inquisición para bañarlo cada tanto, y todos sus torturadores hemos resultado mordidos en los intentos de captura.

Cuando el olorímetro-perruno sobrepasa el límite máximo permitido, su ama comienza un rosario de súplicas por un voluntario que ose atajarlo, para que alguien más ponga en su hocico un bozal casero: un pedazo de media velada vieja. De ahí en adelante su lucha cesa y, resignado, respira con cada jarrada de agua que cae sobre él. Irónicamente la felicidad de Keiko de sentirse limpio sólo es comparable con la felicidad de mi mamá de verlo pulcro.

Un día lo llevaron a los servicios que adornan la maricada de un Poodle o la pedantería de una Labrador, pero ni un Pit bull o un Dóberman habían sido imposibles de lavar hasta Keiko. Los veterinarios fueron advertidos de no suministrar ningún calmante, cosa que cumplieron a cabalidad así como el devolverlo tal cual llegó: sucio. Ahora aparece reportado como un perro de alto riesgo en los centros de belleza de la zona.

Una nueva idea fue sugerida por un técnico de lavadoras. ¿Han visto enjuagar la zanahoria o la papa en el campo? Dentro de un costal éstas reciben fuertes sacudidas bajo un generoso chorro de agua, quitando así el exceso de tierra. Y para mejorar la propuesta, un familiar recordó cómo bañaban a los perros en su finca: ya en el costal, un mayordomo fortachón se encargaba de darle vueltas para luego vaciar un can mareado y dócil a una ducha.

¿Cómo supo Keiko que lo íbamos a bañar el sábado pasado? Un guiño de mi hermano fue la señal para el ritual, pero antes de que el primer dedo se moviera para alcanzar los utensilios necesarios (balde, jabón, toalla, “bozal”) el perro se atrincheró con gruñidos en su guarida. Al otro día finalmente fue emboscado y quedó limpio, mi mamá contenta y mi hermano mordido.


Todo amo dice de su mascota que “¡sólo le falta hablar!”. ¿Es psicótica esta afirmación? ¿Cómo es posible entender un lenguaje lleno de pelos, plumas o escamas? ¿Cuán paranoicos estamos como dueños al creer comunicarnos con nuestras mascotas? Como decía una propaganda de televisión: ¿por qué nuestros animales entienden lo que decimos y nosotros no entendemos lo que ellos nos dicen? ¿A qué nivel llega el lenguaje verbal, gestual o mental con que interactuamos con ellos? Todo, menos la voz, nos habla y escribe. ¿Miau…?

miércoles, 25 de julio de 2007

Zorra de tres cabezas

La primera, cegada lateralmente, halaba el remolque a la misma vertiginosa velocidad con que el látigo golpeaba sus ancas.

La segunda, sentada cómodamente, animaba con gritos ilegibles a su bestia para continuar el camino de las templadas riendas.

La tercera, atada firmemente, corría por inercia con las decisiones de la carreta sin preocuparse por su destino final.


¿Para cuál tendría más sentido hacer o dejar de hacer lo que hacía?

miércoles, 18 de julio de 2007

Una tradición matrimonial

Casarse es un mal, pero es un mal necesario”, dice una antigua sentencia de Menandro.
En que sea un mal, estoy de acuerdo, pero ¿por qué necesario?”, comenta un autor italiano.


¿Recuerdan la polémica en que terminó El Rito? Después del alboroto de sus tormentosas reflexiones durante la boda de Juan, las voces de la conciencia se callaron con la noticia de mi amigo Mauricio, quien recién le había propuesto matrimonio a su novia. Pues el sábado se casó, y tales personajes aparecieron nuevamente para hablar esta vez más pacito; hasta la envidia, sin mordaza, sólo cuchicheaba. Al saludarlo, tal vez por la fuerza con que lo abracé, mis ojos se aguaron por la dicha sincera de ver a mi amigo feliz; que así lo sea.

[Ta-ta-ta-tan… Ta-ta-ta-tan…]

La boda comenzó con la tradicional marcha nupcial que bramaba en mi inconsciente para erizar todo lo que se pueda parar, recordando que la hora cero llegará tarde o temprano [¡Glup!].


La mayoría de los invitados y familiares llegaron tarde a la iglesia, pero el padre no iba a esperar: $350.000 por hora de misa estaban pagos de la siguiente ceremonia. Apenas salieron los nuevos esposos, comedidas señoras organizaron la capilla con arreglos florales diferentes.

- “Entonces… ¿cuándo nos casamos?”, preguntaban los paradigmas.
- Y siguió la evolución: “Bueno, casado o no, con cura, notario o chamán, ¿cómo va lo de propagar la especie?”.
- ¡Silencio!... No vamos a empezar otra vez…



Mauricio estaba tranquilo, con la serenidad que lo caracterizaba en cualquier examen de la universidad. A diferencia de la mamá de Juan, en ese momento no hubo excesivas lágrimas en los ojos de la nueva suegra por la decisión de su hijo, viendo cumplida, como dijo, una de sus tareas maternales. ¿Y en la mamá de Yudy? Tampoco: no es el momento, comentó, preocupándose de que todo saliera bien en el evento.

La novia, en blanco, lucía bonita del brazo de su padre y dos juiciosas pajes adornaban con pétalos de rosa su camino al altar. El tercero, el que entregaba los anillos, quizá creyendo que eran dados, hizo tintinear las argollas lejos de la almohadilla siete veces mientras el sermón.

- “Que no le coja la noche, o si no…”, advirtieron las voces.
- ¿Si no qué? ¡A ver! ¿Qué?, las confronté.
- “¡Ja! Ojalá ‘cogiera’ aunque sea con la-noche…”, murmuró el instinto.
- ¡Chito!
- “Y anda solo de nuevo”, se burlaban.



¿Por qué es de mala suerte ver a la amada antes del matrimonio? A Mauricio se la escondieron cuando quiso saludarla antes de la boda. ¿Para qué cargar un objeto robado, otro nuevo, otro prestado y algo de color azul? Este último estaba en el moño del liguero y, no siendo suficiente, se bailó en la recepción el vals Danubio Azul de Johann Strauss (no supe diferenciar si era agüero o etiqueta). ¿En cuánto aumenta la probabilidad de éxito de casarse si alguien se gana el ramo o la liga? Sería interesante estudiar tal efecto (placebo, supongo) que ocurre en las mentes de los ganadores. Por supuesto (¿y por fortuna?), yo no fui esta vez el conejillo de Indias de dicha investigación.


En fin, costumbres nada más. Como la de casarse, por ejemplo. Un temerario rito social que aprueba la unión eterna de dos individuos alrededor de la sagrada institución matrimonial. “Porque en últimas ése es el único motivo por el que el matrimonio resiste: a los seres humanos no nos conviene estar solos, como está escrito en el Génesis […] o muy pocos soportan la soledad. Por eso nos casamos y nos descasamos y nos volvemos a casar: por una lucha sin fin para evadir la soledad, a través de un matrimonio ideal (si se pudiera), pero si no, al menos a través de un matrimonio real” (Héctor Abad Faciolince en Las formas de la pereza).

miércoles, 11 de julio de 2007

Sufragante

¿Cuánto tiempo estaría manchado por haber participado en las votaciones del 8 de julio? “15 días”, me dijo el jurado de la mesa 195 del Pascual Guerrero. “Tranquilo, esta tinta no es de la que quema como la pasada”.

Por todo ese tiempo, a mi dedo le sería prohibido su derecho a quitar legañas (no sabía que la primera acepción de la palabra en Español se escribe con ‘e’, como el nombre del sobrino de Condorito, Coné) de mi ojo derecho por su suciedad aparente, una mancha color rojo-sangre-coagulada-en-algodón-usado. ¿Quién rascaría a la nariz o a la oreja del estribor de mi cuerpo? El índice izquierdo compadecía a su antípodo compañero por perderse de proporcionar tan placentero y necesario reflejo. El dedo meñique derecho ofreció sus servicios desde la banca como buen suplente del equipo diestro.



La primera foto fue tomada una hora después de mi elección: voto en blanco en todas las candidaturas. La siguiente foto, 10 horas después, muestra la notable desaparición de la temida mancha. Me había bañado las manos con la frecuencia normal y sin mayor restriego: al lavar los platos, antes de comer, después de limpiar el arenero de Mora, en seguida de sacar la basura, luego de ir al baño…

¿Se había absorbido a mi cuerpo? ¿Dónde estaba tan efectivo tinte? Sólo mi uña había hecho las veces de teflón ante la sombra que pretendió cubrirla. Si era así, con algo de malicia y bastante jabón, mi dedo se libraría del veto impuesto para votar de nuevo (en blanco otra vez: no había nadie por quién hacerlo), pero sería un dato de gran ayuda (no sé exactamente cómo) para quienes trafican con votos.



24 horas después, mi dedo se había desprendido en gran parte de su obligatorio maquillaje. Soñaba él nuevamente con ser igual a los demás colegas y probar sin discriminación el arequipe, tomar el pan sin fingir ser dedi-parado, y ayudarle a sus compañeros a extirpar alguna espinilla. Ya no serían 15 días de condena: por buen comportamiento su pena se había reducido.

La presidenta de la mesa dijo que no votaría porque se le dañaba la manicura del día anterior. Creo que este pretexto para no participar de la democracia, así sea en forma blanquecina, supera en años luz a mi disculpa de haber asistido a las urnas ese día: el certificado electoral (que no entregaron, “¡Ough!”) para el descuento en el valor de la matrícula en Univalle.

La democracia colombiana es la suma de excusas (chimbas) de sus ciudadanos. Y así, después, nos quejamos del Gobierno turnado.



Así luce hoy.