miércoles, 27 de marzo de 2013

Sin arrepentimientos


Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos"
Joel 2:13

A sus ochenta años, Janey Cutler se presentó a la audición de Britain’s Got Talent en 2010 con la canción “No regrets”:

No, no regrets
No, we will have no regrets
As you leave, I can say
Love was king, but for only a day

No, no regrets
No, let there be no regrets
Why explain
Why delay
Don't go away
Simply call it a day

Esta es la versión en inglés del éxito musical “Non, Je Ne RegretteRien” de la artista francesa Edith Piaf:

Non, rien de rien
Non, Je Ne Regrette Rien
Ni le bien qu'on m'a fait ni le mal
Tout ça m'est bien égal!

Non! Rien de rien...
Non! Je ne regrette rien...
C'est payé, balayé, oublié
Je me fous du passé!

De su presentación destaco, además de tremendo vozarrón, la respuesta que da cuando uno de los jurados le pregunta dónde ha estado viviendo durante tanto tiempo con ese gran talento. La señora, con sus manos temblorosas no por los nervios del concurso televisado sino por las pesadas arrugas de los años, hace una pausa de discernimiento antes de contestarle: “me siento agradecida de estar aquí esta noche”. Totalmente sensata a la canción que acaba de interpretar, porque no tenía que arrepentirse de no haberlo hecho en un momento diferente a ese, el que le correspondía.

¿Qué tenemos que atender y entender de la respuesta? Que la vida está sucediendo en el instante mismo que somos conscientes de ello. Todo lo demás no vale, porque el pasado es el recuerdo de la mente y el futuro es la proyección de las emociones y los sentimientos. El arrepentimiento no borra nada de lo hecho, como dice Saramago; el cambio real sí, cuando va acompañado de algo más que intenciones: buenos motivos.

Estamos en Semana Santa, tiempo de reflexión en el calendario católico alrededor del ayuno y la penitencia. La instrucción a seguir por los fieles viene desde el Miércoles de Ceniza, cuarenta días atrás, y reza concretamente una consideración (aprovechando nuestros temores, por supuesto): arrepentirse de los pecados para renovarse una vez más.

Sin la religiosidad y la tradición cultural de por medio, este momento que se precisa espiritual es el equivalente a lo de la noche del 31 de diciembre de cada año, antes de recibir el nuevo. ¿Promesas para este nuevo año litúrgico que comienza? ¿Una dieta de tentaciones, más ejercicio de buenas acciones, más trabajo en nuestra paz interior, menos pereza hacia los demás?

¿De qué se arrepienten ustedes? Cada quien según ‘su considere’, con el propósito de cambiar eso que puede ser remordimiento por algo valioso: el agradecimiento de nuestras acciones, para cantar con Franky:

Regrets, I've had a few
But then again, too few to mention
I did what I had to do and saw it through without exemption
I planned each charted course, each careful step along the byway
And more, much more than this, I did it my way
Yes, it was my way

Gracias Piaf y Cutler…

Balayées les amours
(Broomed away my love stories)
Et tous leurs trémolos
(And all their tremble)
Balayés pour toujours
(Broomed away for always)
Je repars à zéro
(I start again from zero)

miércoles, 20 de marzo de 2013

El guayabo cojea pero llega

Dulce licor, suave tormento”.
Homero J. Simpson

Me dicen que almuerzo lentejas porque voy más despacio que los demás: desde atrapar las ideas en el aire hasta entender los chistes de amigos o las ironías de enemigos.

Esta característica me servía cuando tomaba en el colegio: mientras a los compañeros ya se les movía el piso, yo apenas comenzaba a sentirme alegrón. “¡Sos un duro para el trago!”, me decían. Mi cuerpo, como mi cerebro, también procesaba lento lo que le llegaba.

Luego de un largo día de trabajo y en soledad, destapé una botella para calmar con pañitos de vino tinto una depre que se venía venir. Con una lágrima en cada copa, trasladé a mi hígado casi todo el licor, y vencido por el cansancio físico antes que por el alcohol, me quedé dormido. Al otro día y con la pereza de una madrugada lluviosa me fui a trabajar con un café en el estómago como cualquier otro día.

A media mañana las paredes empezaron a bailar y las baldosas a flotar. Las letras se desteñían y las órdenes de mi jefe cantaban música de despecho. Casi que le digo al testarudo portero que lo quería mucho, y me quedé con las ganas de echarle los perros a la señora del aseo. “¡La tengo viva, hijueputa!”, quería gritarle al mundo, pero por fortuna mis lentas neuronas le quitaron velocidad a mi alcoholizado impulso.

¿De dónde sacaba un caldito a esas horas? Ni modo: tenía clientes por atender y sólo yo, Barney Gómez, podía hacerlo. Lo único bueno de tal juerga era que no tenía tufo y podía laborar a pesar de mis tumbos por los pasillos. Tomaba tinto, pero mi cuerpo quería otra copita más de vino tinto.

El almuerzo aterrizó mis sentidos: la rumba nunca iniciada ya había terminado. A media tarde mi cuerpo sintió los efectos del veneno más delicioso y antiguo de la humanidad: dolor de cabeza, sensibilidad auditiva, pesadez en brazos y ganas de vomitar bamboleantes. Ese miércoles en la noche quería dormir como un domingo en la mañana. Llegué a la casa y con la última copa que sobraba hice la promesa de todo enguayabado: “¡Esta es la última vez!”.

De algo me ha servido ser lento: prolongar los placeres bacanales de mente, cuerpo y alma como debe ser, en  tranquila observación y aceptación, antes de que se nos acabe la vida por ir tan rápido negando-nos lo que vivimos.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Agenda

“Para escribir dibujitos”, dijo equivocadamente Yamit Amat, periodista. “O para dibujar palabritas”, respondió asertivamente Andrea Echeverri, cantautora, en una entrevista sobre el lanzamiento de su nuevo CD, que viene acompañado de una pequeña agenda.
– Noticiero CM&, Canal 1, Colombia, marzo 1 de 2013 –

Mientras muchos ocultan su aburrimiento tras sus dispositivos digitales (pues gozan de capacidades omnipresenciales para prestar atención al ahí físico y estar en el allá virtual), quien lidera la reunión le dice a uno, que no está ocupado con un equipo “trabajando”, que anote (me suena a un fetichudo insulto, por cierto). Tomo entonces el revés de cualquier documento o la servilleta del tinto y comienzo a copiar las ideas que a ojo de buen cubero considero que valen la pena guardarse.

Hace poco me preguntaron que cómo era posible que no tuviera en qué apuntar (se referían a algo no digital, claro), y me decían que me compre algo para hacerlo (se referían a algo digital, claro). En la navidad pasada me regalaron nuevamente ese algo en qué registrar mi quehacer, y pensaba que así como los sellos con lacre derretido en las antiguas cartas fueron reemplazados por passwords alfanuméricos, el tiempo de las agendas anuales se está acabando. Esos libros o cuadernos diseñados para tomar apuntes, y no olvidar, lo que se ha de hacer ya no cuentan como característica de una persona ejecutiva. Ahora cualquier notebook, su tecnológico equivalente gringo, la reemplaza con creces.

En años pasados recibí agendas de personas a quienes se las regalaban por publicidad. Los primeros meses llevaba cuenta de mis actividades a diario, en la mitad del año su uso se volvía intermitente, y al finalizarlo quedaban más hojas en blanco de las que podía tener una nueva. Una vez, hasta tuve una con mi nombre grabado, pero no fue suficiente motivación para llevarla juiciosamente de arriba para abajo.

También he comprado preciosas agendas con diferentes formatos, y me regalaron una agenda más que especial, una Moleskine, el más característico distintivo de escritores y artistas famosos. A diferencia de las agendas comerciales, a ninguna de ellas me atreví a rayarlas… Ahora me reprocho el no haberlas usado para lo que son, dejando atrás el tema de su colección intacta: una acumulación de belleza sin utilidad.

Frases bonitas, canciones recomendadas, buenas películas, palabras raras, recuerdos de sueños, direcciones para ir, teléfonos para llamar, nombres para olvidar… tantas cosas, tan propias de cada momento y lugar, que ahora que miro para atrás me doy cuenta de que se volvieron huellas de pasos que di, que dejé de dar y que no quise contabilizar más.

¿Vale la pena transcribirlas? ¿Guardarlas? ¿Llevar una nueva? ¿Digital? ¿Qué palabritas dibujar y qué dibujitos escribir para recordar en el tiempo? Ojalá muchas cosas que ameriten usar más veces el separador en la agenda, que se acaba, de nuestra vida.

“Llene un cuaderno de notas o recortes con las lecturas que inspiren. En este cuaderno usted puede incluir todos los poemas, oraciones breves y citas que le atraigan personalmente y le procuren ánimos. Después, cuando una tarde lluviosa le cause una depresión profunda, tal vez encuentre en el libro la receta para disipar la lobreguez”.
        Dale Carnegie –

lunes, 11 de marzo de 2013