miércoles, 26 de julio de 2006

Intercambio

[Apagando el televisor]
Bueno… suficiente. Hasta mañana Dios…

[Más tarde]
Ya he dado muchas vueltas… Mejor de este lado… Está más frío…

[Pasan siete minutos]
¡Nahj! Tampoco… Estoy muy al filo… Si me duermo, me caigo…

[Suspiro]
¡Para qué tomé tanta Coca-Cola!... Qué buena que estaba la pizza…

[Ruidos casi imperceptibles]
¿Qué sonó? Creo que fue abajo…

[Minutos después]
Supongo que era el viento… Hace rato que están dormidos todos… ¡Qué susto!… Mejor me tapo…

[Segundos después]
Me ahogo con eso que sí sé que es…

[El tiempo sigue]
Ji Ji Ji… Qué risa me dio cuando… Y pensar que… Je Je Je…

[Bostezo]
Inhalo… … … Exhalo. Inhalo…

[Luego]
¿Por qué será que…? Finalmente… Sin embargo, yo creo…

[Hablándole a la ventana]
¿Dónde está Morfeo? Se quedó dormido… no vino a trabajar… Y no voy a seguir contando ovejas…

[En seguida, con la luz encendida]
En qué página quedé… aquí…

[1 ½ hoja leída]
Me arden los ojos… Por fin… ¡a dormir!

[Al instante]
La almohada está como alta… unos golpecitos… listo… De medio lado dicen que funciona…

[Ahora con el radio prendido]
Busquemos… FM…

[Tarareando en otra frecuencia]
¡Qué buena canción! ¿Cuál sigue?… ¡Bah! Probemos en AM…

[Sintonizando una de tantas emisoras]
“…a todos los secuestrados que nos escuchan en este momento [Locutor], y que reciben los mensajes de aliento de sus seres queridos…”.



¡Uy!



“…para mi papito [Sandra con voz de niña, pronuncia el nombre completo del señor] que lleva siete años secuestrado, que lo quiero mucho… que lo seguimos esperando con los brazos abiertos



¡Changos!...



que me estoy portando bien, que no salgo a la calle, que le ayudo a mi mamita en la casa, y que aunque no me conoce yo sí lo quiero mucho y tengo ganas de verlo pronto…”.

[Otra vez en silencio]
No tengo sueño… Pero tengo libertad…

[Amanece]
Bip-Bip-Bip-Bip… Bip-Bip-Bip-Bip…

miércoles, 19 de julio de 2006

Por no creer, tuve que ver

"Yo te quiero con locura,
tú me matas con la daga
de un amor sin ilusión
".
- La Sonora Matancera -

Hace un año supe cómo duele cuando se rompe un corazón, el mío, y comprobé cómo la vida nos muestra a la brava cuán ciegos somos por eso que creemos es amor. Les aseguro que este relato no es una invención o exageración. Es real como ella o como yo, pero no como los dos juntos.

Al final de la tarde la invité a cine. Dijo que no podía; que visitaría a una compañera enferma; que gracias por el detalle; que otro día; que me vaya bien… De todas maneras yo iría con mi amigo Andrés para encontrarnos a las nueve con su entonces novia LuzA y ver "La casa de las dagas voladoras". Recorrimos la ciudad en el último bus que pasaría la noche de un miércoles festivo 20 de julio. Llegamos a tiempo y dimos una vuelta por el centro comercial antes de ingresar.

Estaba preciosa como siempre. Con el jean descolorido y apretado que me encantaba. Con la camiseta corta y descotada que me fascinaba. Con el cabello suelto y despeinado que me enloquecía. Y con un pelele de la mano entrelazada que a mi gusto no le combinaba.

Era inevitable el encuentro al cruzarnos por el mismo pasillo. Quiso esquivar la mirada pero no había otra opción que detenerse a saludar.
- "Hola", susurré.

Respondió lo mismo. El fulano se distrajo mirando una vitrina como si nada pasara, porque supongo que al igual que yo no sabía que un otro existía o importaba.

Ahora entiendo por qué el tiempo parece detenerse cuando pasan estas cosas: la velocidad infinita con que los pensamientos viajan en ese instante lo hace posible. La adrenalina bombeada aceleradamente por el corazón hace percibir el mundo con una agudeza dolorosa.
- "Hablamos luego…", dije.
- "Mhum…" asentó.

Y cada quien siguió su camino.

En ese instante las mariposas del estómago carcomieron las entrañas al escaparse. Sentí una fuerte presión en el pecho justo a la izquierda. Avancé unos quince metros más y me senté porque mis piernas seguían temblando al mismo ritmo de las manos. Mareado y sin aire, escuchaba las voces de aliento de mi amigo. Cerraba los ojos y sólo veía esa imagen una y otra vez: ella riendo con él tomados de la mano y viniendo hacia mí. Me sentía pesado y sin fuerza en mis dedos. Me sentía caliente pero me decían que estaba pálido. Luego, más de rabia que de tristeza, lloré. Y lo seguí haciendo hasta cuando la película empezó. Por no quedarme solo con mi pesar, entré al cine con un poco más de tranquilidad; ni Andrés ni LuzA me reclamaron por los suspiros durante la proyección. Las únicas dagas que lograba reconocer entre mis lágrimas eran sus recuerdos.

Se preguntarán si era mi novia, mi amante, mi esposa… Era más (o peor) que eso: ¡era mi ilusión, mi fantasía, mi elefante rosado! No tuvimos nada en el poco tiempo que la conocí. En mi espejismo sí, y era suficiente para encapricharme ante su belleza.

Sólo con semejante trancazo del destino entendí sus anteriores desplantes, actitudes y excusas que yo aceptaba con sordera. Todo era claro para mí entonces, porque para ella era tan transparente que no necesitaba decírmelo. Ahora no me extraña que haya escrito por ella Hecho desecho: anticipadamente mis pensamientos escribieron cómo mis sentimientos se vendrían abajo.

No la he llamado y sé que ella no lo hará. Pero mientras lee esto, el tiempo espera en el camino la oportunidad de decirle…

miércoles, 12 de julio de 2006

¿Acelerados o atravesados?

Propio o ajeno, nuevo o usado, original o engallado, un vehículo satisface la necesidad de desplazarse por necesidad o interés. Al conducirlo se gana independencia de ir a cualquier parte, y en cierta medida se tiene control sobre la mayoría de las situaciones de riesgo con un manejo defensivo*.

Como todo, este concepto es relativo. La interpretación para un taxista puede variar levemente de la de un chofer de bus y significativamente de la de un particular promedio; los borrachos lo entienden justo antes de emborracharse; y los ciclistas y motociclistas deberían comenzar a aplicarlo. Lo que sí es extraño es que resulte totalmente desconocido para los peatones. Para ellos se acuñaría un nuevo término para el mismo concepto: transitar a la defensiva.

Lo de obviar los puentes peatonales en las avenidas y autopistas es algo común, y se ha justificado con pereza e inseguridad. ¿Pero por qué la gente se atraviesa, por qué se le tira a los carros? Quisiera creer que es porque se le da la gana antes que por mera ignorancia. Parece que no comprenden que es su vida y salud las que están en juego. Que por más válido que sea el derecho a caminar libremente, su vulnerabilidad aumenta con cada paso que dan sobre la calle misma del centro de cualquier ciudad.

En caso de un accidente, el malo del paseo es el conductor del vehículo que atropelló al peatón, así haya tenido este último la culpa. Tal vez la gente se vale de esta débil premisa para cruzarse cuando el semáforo vehicular está en verde, o pasar de esquina a esquina aprovechando la señal de pare. Parece que pensaran “el carro TIENE que detenerse a pesar de mi imprudencia”. Y lógico que así es, ni más faltaba. ¿Pero por qué existe ese pensamiento que sólo pretende probar los reflejos del conductor? ¿Por qué es EL OTRO el que tiene que hacer lo que yo no hago?

Si de espacio público se trata, el tema terminaría con indicaciones para ambas partes sobre el buen obrar. Personalmente no quiero que este texto se convierta en ello pero parece que no hay otra manera de inculcar tolerancia y cultura ciudadana a quienes manejamos y caminamos de vez en cuando. Realmente quisiera saber el porqué de esta actitud. ¿Por qué la gente tiene que ser espantada por el pito y gritar a cambio un insulto? ¿Por qué no evitar el susto de ser víctimas de un carro que voltea sin direccional frene frente a nosotros?

Me queda difícil responder estas preguntas. Tal vez soy yo el intolerante que no me aguanto que la gente arranque de su andén justo cuando yo lo hago, y el inculto a la vez, cuando veo que ese conductor está demorado y alcanzo a pasar antes de que él arranque. Definitivamente hacemos parte de la relatividad según nos convenga.

* Estas líneas no son una invitación a comprar un vehículo por el simple hecho de disfrutarlo, sino una opinión sobre conducirlo en las mejores circunstancias. La contaminación del medio ambiente por su uso indiscriminado se convierte en un tema trivial para todos los necios que hoy nos despreocupamos de él porque merecidamente no veremos el futuro. Seguirá siendo una discusión para mañana.

martes, 4 de julio de 2006

Cosas de animales

Desde mi finca, un par de ejemplos de la vida silvestre que rayan en la mera coincidencia del comportamiento humano.

Dignidad o disfunción

Una gallina ya no tiene plumas en la parte superior de su pescuezo. Hay varias cicatrices en su rosado pellejo y otras más con sangre seca todavía. Y a su de por sí desigual y pequeña cresta, le hacen falta unos cuantos pedazos. Camina sola y lejos del corral. En contra de cualquier favor feminista sus compañeras también la rechazan. Ese gallo grandote de patas emplumadas, de cresta roja y llamativa, de canto fuerte y puntual es el responsable de su desgracia, al picotearla agresivamente cuando hay oportunidad. El instante de dicha del gallo al pisarla es cuestión de segundos, así que es difícil distinguir si le pega porque ella no le acolita tal dicha o es por la naturaleza intensa del cortejo que a ella le fastidia. Dado que luego de la revolcada nadie del gallinero la acepta, supongo que es por la primera opción. La gallina seguirá huyendo en busca de un mejor ejemplar o momento tal vez; el muy truhán seguirá demostrando su poder sobre ella para conquistar a las demás; y ellas seguirán carareando en torno a la falta de modernidad o problemas sexuales de su ex amiga.

Prueba de amor

El calor de la marrana adecuado para servirla (“servirla”… interesante término, por cierto) es de tres días. En ese tiempo debe buscarse marrano para hacerle el favor (no sé a quién, entre otras cosas), o inseminarse artificialmente si el fulano no se encuentra cerca del corral, pues una visita conyugal es todo un acontecimiento. ¿Cómo saber cuándo es el momento óptimo para que el chancho no sea rechazado? La curiosidad campesina se unió a la sabiduría de la naturaleza para encontrar tal instante. “La marrana se inquieta…”, dice el mayordomo, “recorre el corral de un lado para otro gruñendo y moviendo las orejas constantemente hasta pararlas…” (hay que recordar que los cerdos tienen sus orejas grandes y caídas). Sin embargo estos indicios son ambiguos: puede tener hambre o estar espantando los moscos que la suelen rodear. Para definirlo realmente existe una prueba reina con la que no se perderá la logística del encuentro o la visita del veterinario. Alguien tiene que montarla (“pisarla”, diría el gallo abusador) casi al final del cuerpo, acariciando su lomo y presionando suavemente en lo que serían sus caderas. Al rato, “si la marrana quiere, pues se sienta y hay que ponerle el marrano”. De lo contrario, no se sienta ni por el berraco.