miércoles, 29 de septiembre de 2010

Arrugas sin edades

Uno de los deberes del hogar que todavía no había asumido viviendo solo era planchar la ropa. Desde el apartamento de mi hermano, la señora del aseo me colaboraba con este oficio, pero tanta dicha terminó.


Una muchacha me había cotizado caro esta labor, y me pareció el precio aún más alto en este otro-apretado fin de mes. Ahora que lo pienso, con este cansancio y este calor, creo que su trabajo lo valía con creces. La tarjeta de crédito pagó a regañadientes la mesa y plancha: ¡ya no tenía ropa para el siguiente día!

Un tío re-plancha la ropa a diario: las arrugas de camisas y pantalones le tienen pánico a su templado ojo.

Arruga tras arruga me di cuenta de cuánto se puede exacerbar mi obsesión-compulsión porque las cosas queden bien. Luego de refunfuñar innecesariamente con la cuarta camisa, comprendí que la tarea doméstica tenía más sentido si dejaba fluir la humedad y el calor sobre las prendas al ritmo de un vaivén adormecedor.

Una de mis hermanas deja como vidrio todo lo que haya salido de la lavadora: además de la ropa en general, toallas, sábanas, medias e interiores.

Con un atomizador en la mano y sin una maldita primavera como música de fondo, planchar me pareció un ejercicio mental antes que corporal. Su mecánica es sencilla y requiere de observación, agilidad y, sobre todo, paciencia. Lo comparo con los jardines secos japoneses, karesansui, donde la meditación logra la mejor textura de su arena, grava y piedras. Un espacio-tiempo para la atención.

Una compañera de oficina, además de plancharse el pelo, plancha la blusa del día cada mañana: mantiene en alto su promedio de llegadas tarde.

Curioso: una hoja de papel arrugada no puede volver a su lisa forma inicial y una prenda de vestir sí. Pero mi caso es una de esas excepciones que existen en la vida, al tratar de arreglar un pliegue, un puño o un cuello. No les extrañe que vaya de afán: caminando rápido no se nota la pasa que llevo puesta.

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Balan(ce)lular

Justo el día de amor y amistad se dañó el teclado de mi paneludo celular. Ya lo había arreglado antes, pero con las promociones de la fecha era mejor comprar uno nuevo.

No todos los números de los contactos estaban guardados en la SIM-Card, sino en la memoria del teléfono: tendría que torturar lentamente las desquiciadas teclas para que soltaran lo que sabían y construir así la nueva lista. Con la infinita paciencia de un verdugo, pensaba…

[1] Con Fulano hablo cada tanto y es suficiente para resumir en carcajadas lo que ambos hemos hecho en tanto tiempo de silencio. Se queda.

[2] Perencejo me quedó mal con la garantía del último trabajo que me hizo en el apartamento. Cobra lo justo, pero por ese incumplimiento, se va.

[3] Zutana dice que estaba a punto de llamarme cada vez que la llamo. No es coincidencia, es un vicio que tiene por aparentar lo que no es.

[4] Algún día se me puede ofrecer Perengano. Él confía en mí y sé que podemos volver a trabajar juntos cuando tenga algún pendiente.

[5] Pepita no me ha devuelto las últimas llamadas. A lo mejor el novio le sigue haciendo esas escenitas de celos, y ella encantada bobamente.

[6] A Pepito le debo muchas de las enseñanzas de la vida. Saludarlo cada tanto me recuerda lo importante que es soñar y trabajar a la vez.

[7] La linda X... Borrarla me ayudaría a aceptar mi imposibilidad de amarla, y evitarme así más dolor. Pero por la gracia de su existencia, se queda.

[8] ¿Para qué guardo a Y? Ni me llama ni lo llamo. Se va.

[9] Z me contesta cuando se le da la gana y me llama cuando me necesita. Sólo por ser el día del amor y la amistad, porque ella es las dos cosas a la vez, se queda.

[0] n acaba de llegar a mi vida. ¿Cómo la voy a sacar?

[*] Este nuevo celular tiene plantillas de mensajes de texto: “Gracias”, “También te amo”. Agiliza el mensaje, pero desensibiliza su intención.

[#] El sonido del audífono era mejor en el viejo.

En ese momento, una llamada entra... "Número desconocido”.

¿Aló?

No es ella.

Casi.

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Atrapé al gato



Tantas cacerías literarias me dieron la habilidad para atrapar a un gato virtual, siguiendo mi manual sobre cómo atraparlos en la realidad.

Es simple: hay que cercar al gato dando click sobre los círculos verdes claros, mientras el inquieto felino huye de la barrera de color oscuro que uno construye afanosamente.

Abrí el link que Mareña me envió (con recomendación de fiabilidad y entretenimiento) y desde el primer intento ya pensé que había, irónicamente, gato encerrado: no parecía tener solución. El negro minino tiene seis alternativas fugitivas, cinco si marco una de ellas, mientras que yo sólo tengo una opción en el primer movimiento.

Con la decisión de una gallina y la perseverancia de un caracol, comencé a acumular fracasos en la pantalla hasta que el azar (y algo de lógica) me dieron la victoria sobre el miau. Atrapado quedó como un ratón en ratonera.



¿Y qué pasó? El juego volvió a comenzar. Y lo volví a atrapar.




Feroz, yo.

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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Perros lectores

Nunca se pinchó la cola. La gata evitó las pencas de cactus llenas de espinas con que estaban atrincheradas las más bonitas matas de mi casa. Se equilibraba al filo de los maceteros para orinar la tierra, haciendo caso omiso (es redundante en un gato decir esto) a los castigos con periódicos enrollados de la dueña de los jardines de barro. La lucha con mi mamá fue hasta la muerte realmente: a Kissy se le acabaron primero las vidas del juego felino.

De un tiempo para acá, florecieron botellas PET llenas de agua en los jardines externos de las casas de barrio, más por inercia popular de Vicente que por conocimiento pleno de su funcionamiento. Creo que esto puede llegar a la categoría de leyenda urbana: un perro se refleja distorsionado y decide no levantar la pata o sentar su trasero en el sitio y seguir hasta el siguiente árbol. ¿Efectivo? Tanto como las tres papas crudas peladas y proféticas debajo de la cama la noche de año viejo.

¡Pero esto sí es nuevo! Mensajes como los SMS de celulares o los trinos de Twitter en la web pero para perros lectores, sean callejeros o domésticos, con instrucciones para él o su amo sobre dónde hacer sus necesidades, escritos con buena letra sobre piedras valladas en los antejardines.








Como para que pase un curioso gato por allí, lo lea, le tome una foto, y pierda una vida de la risa con el perridículo mensaje…

La gente es ‘la cagada’, ¿no?

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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Trancón urinario

Cuando hay trancón, el atravesado y afanado chofer de viejo bus intermunicipal que llevamos dentro toma control de nuestra mente y cuerpo. Y cuando llueve, el asfalto de las calles de la ciudad se convierte en velcro para las peludas llantas de los carros, volviendo lento el recorrido por una razón que supera a la precaución.

Qué sed.

La gente piensa que con sucesivos pitos, bullosas sirenas y agitadas manos por las ventanas, son capaces de empujar la tracalada de carros que están delante de ellos. Aparte de disfrutar la terapia intensiva de paciencia, en un trancón no hay nada más que hacer sino aprovechar el repetitivo ejercicio sobre el embrague para fortalecer el músculo de la pierna izquierda.

Un vaso de agua antes del desayuno.

Uno piensa en todas las cosas que podría estar haciendo en vez de estar en ese mojado trancón; en la excusa que va a decir para explicar el retraso; en las razones de por qué no salió media hora antes; en la urgencia verdadera que otros conductores puedan tener; en que habría sido mejor quedarse en cama en un frío y aguado día.

Un vaso_y_medio de jugo de naranja con el desayuno.

Es aburrido estar encerrado en el carro viendo llover a cántaros y rodeado de cientos de personas con un desespero acumulado por llegar temprano a cualquier lugar. No es sólo acelerar-frenar itinerantemente, sino que hay que estar en procura de que los demás hagan lo necesario para una conducción defensiva.

Una taza de café con el desayuno.

Un recorrido de siete minutos se convirtió en interminables 75 para cubrir la misma distancia con un tiempo anticipado más que necesario. Llovía copiosamente, tanto, como el mismo inmenso número de carros sobre la única vía disponible para llegar al lugar de mi destino. Parecía que un gran perro pastor guiara lentamente a todas sus carrovejas por el mismo sendero a las 6:50am.

Otro vaso de agua después del desayuno.

El tiempo pasa y no hay a quién reclamar. El ritmo lo pone el inconsciente conductivo. Lento, lento, lento. Llega un momento en que hay que intentar relajarse y dejar que la vida sincronice su cronómetro con nuestros pocos segundos de vida. Tarde o temprano, algún día llegaremos a nuestro destino, así sea el final. Reflexiones trascendentales en medio del estrés de la vergüenza del incumplimiento.

Llegué y me bajé del carro despacio.
Caminé lentamente por el dolor de la vejiga.
Nunca el baño había estado tan lejos.
Y oriné con la misma dicha de un orgasmo.
¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh!

Obviamente llegué tarde, ¡pero con un alivio!

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