Cuando los avances de la tecnología comienzan a mostrar un retraso en sus logros, es hora de echar un vistazo al punto de partida.
Hace 40 años, como mínimo, se utilizaba un cepillo para brillar los pisos sin necesidad de energía, cosa que ya existía, pero se convertía en un lujo por los altísimos costos de una brilladora eléctrica, del aparato como tal, que adicionalmente requería de un estabilizador para asegurar su normal funcionamiento.
Los pisos de madera se limpiaban primero con viruta o virutilla, una especie de esponja de finos alambre que se encargaba de rayar el mugre y dejar la madera al natural. Luego se enceraban con una pasta espesa y olorosa que se aplicaba homogéneamente, y cuya presentación comercial todavía se ve en unos duros cojines plásticos. El mármol y las baldosas sólo necesitaban agua y jabón.
La base metálica del cepillo pesa 7Kg y cuenta con unas duras y tupidas cerdas que se encargan de quitar la cera del piso, función que se potencializa luego con un suave trapito de tela debajo de ellas para darle el brillo que se necesita.
Aunque su peso atemoriza, en realidad su manejo es sencillo. La terminación del palo de madera es una esfera que le permite moverse con toda libertad gracias a los topes parciales a su alrededor, técnicamente muy bien ubicados para que no interfiera con los desplazamientos en cualquier dirección o resulte en un desencajamiento.
El trabajo físico no es tan desgastante, me pareció. De un lado para otro se puede utilizar un poco nada más de fuerza para arrastrarlo, o mejor, deslizarlo, porque con cada pasada la fricción es menor en lo sucesivo y el resplandor comienza a aparecer, cosa que de alguna manera motiva a continuar de aquí para allá.
Ventajas: cero consumo de energía eléctrica y oportunidad de hacer un buen ejercicio en la casa. Desventajas: al igual que con una brilladora, la inercia puede tomar ventaja y golpear los muebles del lugar.
¿Todo tiempo pasado fue mejor? La Madre Naturaleza así lo cree.
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