miércoles, 28 de enero de 2009

Tecnología - Retro

Cuando los avances de la tecnología comienzan a mostrar un retraso en sus logros, es hora de echar un vistazo al punto de partida.

Hace 40 años, como mínimo, se utilizaba un cepillo para brillar los pisos sin necesidad de energía, cosa que ya existía, pero se convertía en un lujo por los altísimos costos de una brilladora eléctrica, del aparato como tal, que adicionalmente requería de un estabilizador para asegurar su normal funcionamiento.


Los pisos de madera se limpiaban primero con viruta o virutilla, una especie de esponja de finos alambre que se encargaba de rayar el mugre y dejar la madera al natural. Luego se enceraban con una pasta espesa y olorosa que se aplicaba homogéneamente, y cuya presentación comercial todavía se ve en unos duros cojines plásticos. El mármol y las baldosas sólo necesitaban agua y jabón.


La base metálica del cepillo pesa 7Kg y cuenta con unas duras y tupidas cerdas que se encargan de quitar la cera del piso, función que se potencializa luego con un suave trapito de tela debajo de ellas para darle el brillo que se necesita.


Aunque su peso atemoriza, en realidad su manejo es sencillo. La terminación del palo de madera es una esfera que le permite moverse con toda libertad gracias a los topes parciales a su alrededor, técnicamente muy bien ubicados para que no interfiera con los desplazamientos en cualquier dirección o resulte en un desencajamiento.


El trabajo físico no es tan desgastante, me pareció. De un lado para otro se puede utilizar un poco nada más de fuerza para arrastrarlo, o mejor, deslizarlo, porque con cada pasada la fricción es menor en lo sucesivo y el resplandor comienza a aparecer, cosa que de alguna manera motiva a continuar de aquí para allá.

Ventajas: cero consumo de energía eléctrica y oportunidad de hacer un buen ejercicio en la casa. Desventajas: al igual que con una brilladora, la inercia puede tomar ventaja y golpear los muebles del lugar.

¿Todo tiempo pasado fue mejor? La Madre Naturaleza así lo cree.

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4 comentarios:

Carmen Posada dijo...

Yo soy una de ésas que prefiere cocinar en horno de leña o carbón porque las cosas saben mejor que en el microwave, que prefiere un telefonito celular elemental con el cual puede llamar y recibir llamadas y no esos minicomponentes que te hablan, te hacen masajes en la espalda cuando te perciben estresado, que toman fotos y vídeos y de paso te los suben al facebook sin necesidad de que tu te conectes. O sea, yo soy chapada a la antigua.

Por eso mismo, también creo que las nuevas generaciones, esas que se autodenominan EMO son un revuelto mal hecho de videjuegos reemplazando el carrito de balineras que uno mismo construía para descularse loma abajo en la calle menos transitada del barrio, de ipods que reemplazando el tocadiscos y el placer de desarmar la aguja de brazo para limpiarle la pelusita que recogía con el fin de buscar algo parecido a la alta fidelidad pero artesanal y, finalmente, de clases mamertas con tirada de orejas por quedarse dormido reemplazadas sin sentido por las impersonales sesiones interactivas del e-learn que atrofian cualquier cerebro que de por sí ya viene bastante deprimido por la falta de problemas mundanos a resolver.

En mi época uno jamás tenía tiempo de aburrirse porque siempre había algo para hacer, algo para construir, algo para desarmar y entender, algo para quemar, e incluso bichos para observar por horas. Que la vida fue haciéndose más práctica y la tecnología se encargó de irnos resolviendo los problemas mundanos... si, es verdad, entonces no nos queda otra que inventarnos problemas nuevos para que agún pelotudo ingeniero de sistemas se invente un nuevo software que lo solucione o peor aún, que algún energúmeno diseñador industrial se ingenie el aparatito que nos lo resuelva.

Hay que darle trabajo a los neopelotudos y nosotros los pelotudos a ultranza, nos dedicaremos a inventarnos problemas per secula seculorum.

;)

Buen artículo, mi gatito!

Andrés Meza Escallón dijo...

Ahora que hay que ahorrar energía cada vez más (porque no hay plata y porque los recursos para generarla son cada vez más escasos) vamos a tener que volver a esa ingeniosa tecnología que egipcios y romanos nos legaron. Bacana esta reseña :)

MAREÑA dijo...

Yo si no estoy de acuerdo, recuerdo cuando mi santa madre nos ponía medias de lana y nos resbalábamos mi hermano y yo para darle brillo a la famosa cera que nombra el marqués, rico al principio, delicioso, deslizarse por un rato, cuando ya estábamos mamados de correr, no podíamos porque no habíamos terminado, qué mamera.
Hoy tengo tiempo para mis cosas, ya no estoy frente a un olla de arroz esperando que seque o se queme, en la arrocera no pasa, y según la marca del arroz hay que saber cuánta agua colocar, como en todo, prueba y resultado, soy feliz con la tecnología, la amo, o si no no estuviera acá sentada escribiendo este comentario mientras en el microondas tengo unos fríjoles, amo la tecnología porque chateo con mi hijo que vive en CHile, con mi amiga en Inglaterra, mi otra amiga en Alemania y EEUU (a quienes encontré gracias a "la interné") mis amigos en Canadá y mi sobrino en Australia.
Antes me demoraba haciendo una simple tarjeta a mano una eternidad haciendo letra por letra ahora utilizo Corel, Photoshop y cuanta aplicación de diseño me sirva y el resultado es sorprendente, amo mis nuevas pinturas acrílicas que dan mejor resultado que esos horrorosos vinilos, si no fuera por limewire no bajarí al música que quiero y la convertiría en algo menos pesado par hacerle una pps a mi hijo y darle una serenata con la canción "el regreso" el día de su cumpleaños, puedo enumerar miles de maravillas para decir: que todo tiempo pasado NO FUE MEJOR

Johanna Pérez Vásquez dijo...

Yo me quedo con las fotos, la primera con esa perspectiva es despistadora, pero también entiendo el transfondo, lavar ropa a mano tiene su encanto y en algunas ocasiones es más ecológico que hacerlo en lavadora.
El cepillo efectivamente asusta con ese aspecto y el peso no se queda atrás. Supongo que es una reliquia en la casa de tu mamá, la verdad no recuerdo de qué es el piso de tu casa en Cali.