miércoles, 27 de septiembre de 2006

Un salpicón, por favor

Gracias, señor…

▪ “Va a ver que no se arrepiente. Recién hecho, fresquito”.

¡Está frío…! El jugo… [Sbbbhhh…] está en su punto… De naranja… Con este calor… ¡Ah…!

▪ Compra una arroba de hielo cada mañana. El bloque le dura todo el día.

Piña… Qué dulce está… [Humm…] Acá hay otro pedazo más grande…

▪ A la madrugada escoge en la galería las frutas regateando los mejores precios.

Suavecita… Una colorida papaya… [Humm…] Bien madura…

▪ “Lo difícil no es picar la fruta, sino pelarla”. Le toma mucho tiempo.

[Sbbbhhh…] Tal vez que sobraba la leche condensada… No… [Humm…] ¡Lo mejoró…!

▪ A medida que se vuelve aguado, le agrega “el espeso” de un tanque con la fruta cortada.

[Ñam Ñam Ñam…] Esto me sabe a… ¡Guanábana…! Rara combinación… Pero rico…

▪ “Es muy cara, a dos mil la libra. Eso sí, da buen sabor. Cuando se puede, la compro”.

¡Mango...! [Humm…] Cómo huele… Qué delicia… [Humm…] ¡Qué amarillo, ¿no?!

▪ Puede montar su carreta de venta en cualquier parte. Aunque ahora tiene “un buen local”.

¡Uy, no…! Este banano está redulce… Magulladito… Aquí hay más… [Humm…]

▪ “A la gente le parece caro. $1000 ese vasote con cuchara y todo… Lo quieren es regalado”.

[Sbbbhhh…] Refrescante… Un tanto ácido… [Glu Glu Glu…] ¡Ah!

▪ La tajada de piña cuesta $500; grande, a $600. La de papaya y sandía, $1000. La fruta entera,
según el tamaño.

¿Qué si me gustó? Está buenísimo…

▪ “Gracias a Dios me da pa’ el sancocho. Y pa’ mis hijos”.

[Burp…]

▪ Su señora le ayuda con los pagos. “Las mujeres son las de la plata”.

Otro, por favor…

▪ “Mija, otro bien poderoso pa’ Don Marqués. Y una servilleta, pa’ que se limpie”.

¡Gracias…!



miércoles, 20 de septiembre de 2006

Bajo un árbol la encontré

Siempre he pensado que en el amor no hay parejas, ni triángulos amorosos, sino una fila india donde uno quiere al que tiene delante, y éste a su vez al que tiene delante de sí y así sucesivamente, y el que está detrás me quiere a mí y a ése lo quiere el que le sigue en la fila y así sucesivamente, pero siempre queriendo a quien nos da la espalda. Y al último de la fila no lo quiere nadie.
– Antonio, en Rosario Tijeras, de Jorge Franco –

El disciplinado sol hacía apenas un rato acababa de desayunar. En el lugar no había nadie más a esa hora: sólo ella sentada bajo un árbol gigante. El pobre grandulón se quedó con las ganas de coquetearle lanzándole sus kamikazes hojas cargadas de rocío. El viento, su gélido compinche, llegó tarde a nuestra cita y con la pereza mañanera de un día cualquiera no pudo hacerle cuarto a sus intenciones.

Bella como la primera vez y las sucesivas veces hasta la última vez… Les recuerdo a los lectores de esta bitácora esa amarga escena: “ella riendo con él tomados de la mano y viniendo hacia mí” (Por no creer, tuve que ver). Pero bueno, cosas del pasado pasadas luego de Una in-esperada llamada.

Saludo tradicional.
Beso en la mejilla.
Abrazo prudente.
Aroma exquisito.
Mirada sorprendida.
Voz firme.
[…]

La magia es infinita, es eterna, es verdad. Existe al apreciar el Universo y su belleza y simplemente confiar en que lo correcto nos es dado en abundancia, y ella hacía parte de mi mundo en ese momento para volver a empezar.

A mí no me gusta que me hablen contemplado, si los hombres supieran lo maricas que se ven cuando se ponen de romanticones... por eso es que me gusta Emilio, porque es seco, como un carbón”.
– Rosario, ibídem

Después de tanto tiempo volvió a mis manos el libro que le había prestado, Rosario Tijeras. El trueque se hizo efectivo a cambio de una caja de chocolates comprada para la ocasión. Claro, ella obviamente no esperaría encontrar una carta en el relleno de cada bombón, pero yo sí quería ver una misiva suya entre las páginas que había manoseado leyendo el libro (por cierto, le deshojó la 185-186). Creo que primero se comería uno de mis Post-It en el caramelo antes de que alguna nota cayera del improvisado abanico lírico escrutado en cada pliegue… Nada… Como la ilusión: esperar lo inesperado.

Una pizca de canela sazonaba un café de máquina que compartimos y las palabras dejaron atrás una de las tantas vidas que toman a su paso reencarnando en una nueva. Una sonrisa imprevista, una accidental caricia, un comentario adrede… Instantes que no perpetuaban el ayer, sino que se gozaban a plenitud, como si mañana ella se llevara consigo el libro que aún no he escrito.

Verla sonrojarse por una pequeñez es una de las formas más bonitas en que ahora la recuerdo hasta una próxima vez bajo otro árbol probablemente. Pepe Le Pew, en una de las persecuciones a su huidiza gatita, dice: “el amor tiene la forma de corazón”. Totalmente.

Palabras de amor […] que preparaba para decírselas algún día […] en el tono marica y romanticón que a ella tanto la molestaba. ¿De qué otra forma se puede hablar de amor?
– Antonio, ibídem

miércoles, 13 de septiembre de 2006

Noticias de uniones concertadas y a veces convenientes

Y estad juntos, mas no demasiado cerca.
Porque las columnas del templo se levantan separadas
”.
– Jalil Gibrán, sobre el matrimonio en El Profeta


Hola a todos. Este fin de semana le entregué el anillo a Fulanita. Engañada, la invité a La Fragata con la excusa de una comida de trabajo. Cuando llegamos y vio que nos acomodaban en una mesa para dos y el mesero traía el vino, se empezó a preocupar… pero ya no había nada que hacer… Por ahora todo son sueños. Ojalá nos salga todo muy bien. Estamos muy felices, Fulanito”.

¿Qué pensar al recibir de un gran amigo este mensaje? Cuando los conocidos se casan, un campanazo sacude los paradigmas almacenados mecánicamente por la cultura, la familia y la sociedad a través del tiempo. Uno divaga entonces sobre el propósito de la vida, la naturaleza y todas las minucias del existencialismo, para luego brindar sinceramente por los futuros cónyuges.

Al leer esta anécdota la envidia se alborota; incluso la “de la buena”, mala en esencia como lo confirma Antonio Caballero. La sentía y no tanto por Fulanita (aunque hay excepciones… uhmm…) sino por la gran fe en la apuesta que arriesga más que una decisión (perpetua en teoría, disoluble en la práctica). Al día siguiente respondí su mensaje con admiración, ofreciéndole mi apoyo y deseándole los mejores éxitos en su destino venidero. Hay que alegrarse si los demás son felices.

Así como con los amigos, la sensatez en tal salutación debería ser igual para con la ex pareja. Pero es duro aceptarlo. La indignación corroe los recuerdos para que, una vez diluidos, el pasado despliegue un farsante espectáculo de lo que pudo haber sido. Ella (o él) envía un mensaje como el siguiente: “Hola amigos. Nos gustaría que respondan lo más pronto posible este mensaje con sus direcciones postales, para enviarles nuestra tarjeta de matrimonio. Chao, Pepita y Desconocido”. Claro, uno todavía delira por Pepita, pero esa fantasía termina confirmando la dirección de la casa y felicitándola de corazón. Finalmente, si uno la quiso, la seguirá queriendo con una buena amistad.

Después de siete meses de terminar bajo un mutismo obligado, soñé que mi ex se casaba. Llamé y le dije: “¿cuándo te casas?”. Sin preguntar cómo me enteré respondió emocionada que en cuatro meses (mi predicción era tan real como aquella pesadilla). Le deseé suerte y, junto con la esperanza, colgamos esa conversación tripartita. Se casó sin haberme participado formalmente de su boda, y ahora charlamos de vez en cuando, luego de un año de silencio por su próspero matrimonio. Por cierto, ¿acaso aquella bendición “marido y mujer…” exorciza al demonio de la libertad?

Algún día el gato anunciará el casamiento del Marqués. Veremos qué caza para él…

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Epílogo

Una recomendación para los que están solos o acompañados temporal o definitivamente: Elsa y Fred, una película propia de nuestro romanticismo, el de los viejos amores.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Autor y coautor de un crimen

A veces pasa que el zancudo que uno está cazando calza justo en el cuenco de una de las manos que lo pretende aplastar. Cuando uno abre el inesperado aplauso, el suertudo sale volando y la persecución vuelve a empezar. Pero en otros casos, el golpe o el ruido lo aturden y cae de la mano íntegro y luego de unos instantes vuelve a volar (la piedra que esto da a las 2:50am es monumental).

Antes de continuar con el relato una aclaración: son los mosquitos hembra los que atacan principalmente a los animales de sangre caliente. Para efectos del artículo y por respeto a los sexos, los denotaré indistintamente de su género.

Estando yo en la cocina, una de esas hembras (de las que arremeten abiertamente hasta que se lo comen a uno), salió victoriosa de mi fallido intento de asesinato, luego de que me chupó casi un litro de sangre de mi tobillo izquierdo. Esperé a ver qué hacía antes de mandarle un segundo manotazo. Pero la suerte de la pobre estaba echada: cayó en la mitad del mesón, justo al lado del camino de hormigas que conducía a una gota miel que yo había derramado antes al aderezar mis tostadas.

La primera hormiga que tocó la pata del zancudo en apenas una fracción de segundo, salió despavorida a avisar a sus compañeras que militaban en una fila que iba y venía con el característico afán. Junto con una segunda hormiga, volvieron a acercarse por detrás y una de ellas (ya no pude distinguir si era la primera informante) salió en pura hacia la fila y regresó rápidamente con dos más. Chismosas.

Esto sucedió en máximo 10 segundos. El zancudo seguía intentando pararse mientras probaba sus alas antes de despegar. Claro, yo estaba presto a darle su trancazo para que me devolviera mi sangre, aunque sea embarrándola en mi mano al aplastarlo [Risa malévola de fondo: Ja, Ja, Ja… Jaa Jaa, Jaa… ].

En seguida, una gran parte de la tropa se desvió hacia el nuevo banquete y lo cercó y lo abordó y lo aplacó. Podía escuchar el grito de batalla de las supernumerarias: “¡Coomiiiidaaaaaaaa!”. Su consigna convocaba la ferocidad de quienes compartieran los estímulos químicos del instintivo mensaje. Una de sus antenas la arrastraba una laboriosa y fortachona hormiga, mientras que la otra la halaban entre dos. La pata que le arrancaron la dejaron a un lado transitoriamente mientras se acomodaban con una logística rápida y calculada para llevar a la víctima viviente hacia la cueva. Ahora la risa malévola musicalizaba a esta familia de insectos sociales.

La zancuda me gritaba desesperada que la salvara, pero no sabía que mi intención seguía siendo acabar con ella. Para cuando el conflicto de sentimientos (“¡Ay, pobrecita, cómo le dolerá…!”), pensamientos (“¡Me picará de nuevo!”) y emociones (“¡Que rasquiña tan #$-&%*@!”) se resolvió y la compasión me invadió, la última de sus alas la arrastraban siete hormigas.

¿Quién o qué nos atacará o protegerá cuando el ciclo de la vida se invierta y seamos nosotros los protagonistas, unos animales organizados y sociales de sangre hirviente? Compraré insecticida por si acaso…