Hace siete meses escribí que hacía un mes atrás había empezado a trabajar. Ahora, un mes después de retirarme, escribo sobre mis siete meses en ese mismo empleo.
La cotidianidad laboral cambió luego del primer mes: el promedio mínimo de trabajo subió a 13 horas de lunes a viernes y bajó a 6 horas los sábados y domingos. Me habitué a ello sin mayor reparo, pues no tenía tiempo para pensar en descansar. Y cuando lo hacía, mi descanso era perturbado por un Avantel y la frase de combate de mi empleado directo: “Don Esteban, tenemos un problema”. Uno se convierte en un paño de agua tibia: aunque sirva, uno sabe que no es la cura a la enfermedad.
La cotidianidad laboral cambió luego del primer mes: el promedio mínimo de trabajo subió a 13 horas de lunes a viernes y bajó a 6 horas los sábados y domingos. Me habitué a ello sin mayor reparo, pues no tenía tiempo para pensar en descansar. Y cuando lo hacía, mi descanso era perturbado por un Avantel y la frase de combate de mi empleado directo: “Don Esteban, tenemos un problema”. Uno se convierte en un paño de agua tibia: aunque sirva, uno sabe que no es la cura a la enfermedad.
Los inconvenientes se atendían, no por su importancia o su urgencia, sino por ambas situaciones a la vez. Y mi calma para su solución se distendía por el afán con el que los jefes actuaban. Comprendí entonces que una mente clara es más útil que un cuerpo alocado. Claro, más de un regaño me gané por predicar y practicar, pero valió la pena.
Dirigir 47 empleados permite saberse empleado y saberse jefe. La motivación en el cumplimiento de sus actividades, en mi caso, partió desde la amabilidad y la valoración del mismo, algo que para ellos era nuevo frente al ‘madrazo’ y el desdén. ‘Mamaban gallo’ como era de esperarse, haciendo que mi paciencia llegara al borde del Lado Oscuro de la Fuerza. Con el tiempo supimos cuándo y cómo hacerlo, porque, recuerden, yo también era empleado: no descuidaban(mos) el oficio y tenían(mos) claro la responsabilidad con la empresa.
Las diferencias conceptuales y de carácter comenzaron a acentuarse en el ambiente. Me di cuenta de que había cosas varias que no cuadraban con mi parecer, a pesar de la aceptación con que las tomaba. ‘Me hacía el loco’ conmigo mismo, engañándome con un buen salario y con… nada más… Finalmente, el destino me dio un espaldarazo para salir de allí a través de la única visita de mi jefe a nivel nacional: “no me gusta su trabajo desde el primer día que lo conocí… y si no cambia, no me tiembla la mano para despedirlo inmediatamente”. Ese era el estilo al que estaba acostumbrado todo el personal. Yo no.
Me retiré, dejando un área al día en calidad luego de la re-certificación. Me dio mucha tristeza despedirme de cada uno de mis empleados, que agradecían el respeto y la cortesía con que fueron tratados. Me dio mucha alegría despedirme de cada uno de mis compañeros de trabajo y jefes, que extrañarían ese mismo respeto y cortesía con que también fueron tratados.
¿Cuántos meses siguen ahora para un nuevo trabajo? Va uno. Seguiré buscando. Seguiré aprendiendo. Igualmente que con mis colaboradores, me despido de ustedes diciendo: sonriamos y tengamos fe.