miércoles, 27 de diciembre de 2006

Jo Jo Jo Jo...

Emocionados, María Sofía y Carlos José repetían sonoramente esta bonachona carcajada al recibir los regalos que con anhelo esperaban. Había valido la pena portarse bien.



Y para Papá Noel, desempleado todo el año, ese día fue el más grato laboralmente, el mejor pagado: la sonrisa de esperanza de dos pequeños que junto con él todavía creen en ilusiones que se harán realidad entre tanta mentira en que vive el mundo el resto del tiempo.

Jo Jo Jo Jo…

miércoles, 20 de diciembre de 2006

In memoriam


Lucas: el más fiel felino feroz felpudo.

Adiós amigo.

1997–2006

Miau…




Una canción para ti: "Siempre Fuimos Compañeros", de Donald, cantante argentino de los 70: http://www.youtube.com/watch?v=l-LzonrQS2I
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miércoles, 13 de diciembre de 2006

Balance final

¿Con qué canción celebramos otro año más en la vida sin llevar la cuenta? La cantamos rodeados de nuestros seres queridos igual que el Happy Birthday, pero en ésta no hay velitas de colores sino estruendosa pólvora. ¡Cuál más podría ser!

¡Ay! Yo no olvido al año viejo,
porque me ha deja’o cosas muy buenas…


Durante los primeros días de diciembre suena ocasionalmente, pero después del 24 se convierte en el himno de quienes cumplimos años (otra vez, literalmente) la noche del 31.

Su recordación se disputa junto con otras populares canciones de fin de año, como la nostálgica “faltan cinco pa’ las doce / el año va a terminar / me voy corriendo a mi casa a abrazar a mi mamá” (Cinco pa las doce, de Los Inmortales y Jaime Gale), o la pegajosa “vamos a brindar por el ausente / y que el año nuevo esté presente” (El hijo ausente, cantada por Pastor López y su Combo), o la guarachosa “La víspera de año nuevo, estando la noche serena…” (Víspera de año nuevo, famosa por Guillermo Buitrago con Los Trovadores), o el jingle de Caracol Radio que con su mensaje “de año nuevo y navidad” formula votos fervientes de paz y prosperidad. Pero por tradición, creo que El año viejo se queda con el primer lugar en nuestras memorias.

¡Mira! Me dejó una chiva,
una burra negra,
una yegua blanca
y una buena suegra…


La autoría de este inolvidable porro es de Crescencio Salcedo y su interpretación más escuchada es de La Integración y Antonio González. Su autor pretendía con esta sencilla letra ir más allá de disfrutarla por su ritmo: apropiarnos de ella para hacer nuestro balance final.

¡Ay! Me dejó una chivita,
una burra muy negrita,
una yegua muy blanquita
y una buena suegra…


Valida lo sembrado, cultivado o cosechado durante el año que termina. La chiva representaría la alimentación del día a día; una burra los beneficios del trabajo; una yegua, la comodidad del transporte del amo; y una suegra (que tal vez no esté tan buena pero sí sea más buena que la hija) la calidez de la familia.

¿Qué cosas nos deja este año? ¿A qué le dimos valor? Sería suficiente con haberlas disfrutado así no sean explícitamente salud, dinero, viajes y amor. Más que sea por rito, esta última medianoche agradezcámoslas y pidamos el deseo de renovarlas y gozarlas a plenitud el siguiente año. Nuestra fe las validará y nuestra firme voluntad las conseguirá.

¡Ay! Me dejó, me dejó, me dejó,
cosas muy buenas,
cosas muy bonitas…


¡Que el bien nos haya!

miércoles, 6 de diciembre de 2006

El hábito no hace al monje

Pasó bastante tiempo antes de querer enmarcar mi diploma luego de graduarme como profesional. Al igual que ahora, en esa época no tenía pared alguna donde colgarlo, pero era justo sacarlo del tubo de cartón antes de que sus dobleces se marcaran aún más.

Me gustó un sencillo marco de madera en la ventana de una marquetería y tipografía. Entré y pregunté cuánto costaba. “¿Para qué lo quiere?”, refunfuñó el viejo vendedor con una mirada desconfiada. “Pues para enmarcar un diploma…”, dije con la obviedad que requiere la necedad.

¡Ah…! Usted quiere el marco del diploma ¿no es así?”. Ahora era yo el que tenía la duda… Me mostró otras molduras con distintos certificados, pero eran demasiado suntuosas. Con la excusa de verlo sobrepuesto en el de madera y de paso quitarme la inquietud creada, le dije: “No tengo el diploma… aquí, digo…”. Con la serenidad de la complicidad respondió: “Tranquilo… ¿De qué lo quiere?”.

Sólo necesitaba mi nombre. Él se encargaría de averiguar los demás datos que un diploma de cualquier carrera y universidad lleva. Aunque ya lo sea, es cierto que no tengo cara de Ingeniero Industrial pero igual le pedí este título. “Claro, se lo hacemos. ¿De qué fecha?”. Asombrado, le dije que luego regresaría porque me estaban exigiendo un tiempo mínimo de experiencia laboral y necesitaba confirmarlo. “Y como descuento, ¡le regalo la enmarcada!” agregó al despedirnos.

Salí especulando qué profesión quería, literalmente, tener. Cualquier ‘cartón’: un diploma enmarcado así lo acreditaría. Me convertiría en el protagonista de Atrápame si puedes, donde Frank Abagnale Jr. se luce con falsos papeles y con lo aprendido en películas clásicas de abogados y médicos. Yo creí que eran cosas del cine. Quién se va a poner en esas, pensaba.

Pues bien, un profesor que me dio clases en mi carrera lo hizo. No creo que haya ido por un título al local que encontré, pero tampoco es necesario hacerlo: basta con presumirlo. Me enteré hace poco en la oficina de información, cuando averiguaba sobre unos cursos y él entregaba la documentación de su inscripción a la Maestría en Ingeniería. Revisando sus papeles la secretaria se extrañó de que la fuera a cursar, pues en su hoja de vida la mencionaba como terminada. Con un tímido tartamudeo dijo: “Usted sabe… Cuestiones de trabajo…”. Tal vez no la haya culminado, algo frecuente en estos exigentes programas académicos, pero mucho cuento es “graduarse” de ellos descaradamente para obtener un empleo.

Cuando me preguntan sobre mi última entrevista de trabajo, les digo que estaban buscando alguien que supiera de tal tema, y que yo había dicho que de esas vainas no sabía (en teoría debería). Todos me dicen: “¡Mucha pelota! ¡Decí que sí sabés!”. He perdido muchísimas oportunidades por andar rodando de sincero por la vida, pero me cuesta detener mi propia inercia existencial. No habrá tamaño babero que limpie mi chorro de babas cuando realmente me enfrente al problema.

Un papel no garantiza que uno sea lo que dice y al mismo tiempo la tentación por aparentarlo es grande. Quienes cuidan su imagen (los vivos) dicen que es tan o más difícil que ser (los bobos). Como todo, posiblemente lo correcto sea equilibrar las capacidades con las potencialidades (los vi-bos) y ser consecuente de nuestros actos: ser y pare-ser. Por eso, más que una pared, busco validar la verdad de mi diploma en una franca posibilidad. Esto no me ha asegurado un salario estable, pero mi consciencia duerme tranquila sin vestir un hábito ajeno o ser un monje ateo.

¿Que si tengo experiencia en transbordadores espaciales…? ¡Por supuesto! En vacaciones solía navegarlos ¡hasta en reversa!, y yo…”.

Definitivamente mi ‘cartón’ seguirá enrollado.