Lluvia dorada
El perro le daba vueltas, desesperadas vueltas, a la perra que estaba en calor. Pero ella, a pesar de su disposición natural, no quería, ¡y punto! Los gruñidos y mordiscos con que ahuyentaba a su aparecido amante no funcionaban, así que para evitar otro intento de monta ella optó por echarse al suelo. Dejó al perro como el ternero, pues ya ni su mojada nariz se acercaba al objeto de su deseo. Después de una larga des-espera, él se cansó de rodearla y, colérico, se dejó llevar por la peligrosa combinación del enamoramiento y la frustración: una vuelta más para buscar la posición exacta, un último ladrido como ruego final, una pata levantada rápidamente y un chorro de orina cálido para su fría amada. Aterrada, acostada, ‘miada’, ni así se levantó, y el muy perro perro siguió su camino.
¿Un buen polvo?
Una escena curiosa es ver a una manada de perros en la calle detrás de una perra que huye de sus furtivos parejos. Pero una escena más curiosa es ver a una perra y a un perro unidos por la consumación del acto. ‘Pegados’ por sus traseros, formando una extraña criatura de dos cabezas. Es la caricaturización exacta de que el sexo ata las almas de dos enamorados, de cualquier raza, en cualquier momento, en cualquier lugar. ¡Ayayay!, para ambos. Se quedan enganchados por sus genitales, y cada tanto, ambos intentan halar para su lado. La gente que pasa, sonrojada de ver “esas cosas de animales”, los aguza a separarlos, pero duele tanto, ¡tanto!, que prefieren, o mejor, les toca, seguir así, con más dolor que placer. Sus ojos, antes excitados, ahora se muestran adolecidos, esperando que alguna nueva contracción fisiológica les dé alas a su amor y los libere. El tiempo ¡sí que les pasa! cuando están juntos. Esa noche los humanos, con la misma arrechera de la perruna pareja, no pichan sino que “hacen el amor”.
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