En la milicia es normal: un soldado que cumpla las órdenes impuestas por jerarquía independientemente de sus consecuencias. De ahí se valen para justificar sus acciones cuando algo resulta mal: cumplían con lo cometido por sus (entre ellos se habla de “mi sargento, mi capitán…”) superiores de mayor rango. “¡Sir, yes sir!”.
¿Se imaginan este mismo comportamiento en el mundo laboral? En un primer caso no creo que el jefe, por más autoridad que posea, asuma las consecuencias fatales de su equipo de trabajo. Por su cargo se exime del problema echando la culpa (ya no trasladando la responsabilidad) a todos los que participaron en el proyecto. Porque nosotros, como empleados, no tendríamos vergüenza (ni personal ni profesional) para responder tranquilamente “yo estaba cumpliendo las órdenes de mi jefecito… despídanlo a él… no a mí”.
Un segundo caso, más triste y grave todavía, es el de un empleado que no cuestiona nada de lo que está haciendo. Una obediencia debida, un sacramentum fidelitatis, un “yes, Master” de Darth Vader ante Tarkin, que en vez de facilitar los procesos de trabajo puede complicarlos al hacer algo porque sí, porque toca, porque se lo piden. En estos casos no hay malicia indígena, sentido común o razonamiento alguno que aporte al desarrollo de cualquier proceso. No se trata de respeto o nobleza, se trata de ingenuidad.
Ser “desobedientes” nos permite conocer más de nosotros, de los demás y de lo que estamos aclarando. A muchos esto no les conviene: su poder tambalea cuando alguien pregunta por qué o para qué, y su imagen se opaca si no hay respuesta cuando una pregunta desnuda su humildad. Un jefe como Wateson, director del periódico donde trabaja Peter Parker, no tolera que se cuestione su cargo y acumulará su molestia hasta cuando tenga oportunidad de deshacerse de tremenda piedra en el zapato.
Esos empleados yes-sir serían el personal de trabajo para la empresa de un ex jefe mío, que no permitía pregunta alguna porque consideraba que si se les daba la oportunidad de pensar a sus empleados, la embarraban. Por eso se limitaba a dar instrucciones claras con la seguridad de recibir únicamente un “sí, señor” como respuesta. Un día pregunté “¿por qué?” (como si hubiera dicho “no señor”) y el resto de la historia es fácil de imaginar.