La segunda, sentada cómodamente, animaba con gritos ilegibles a su bestia para continuar el camino de las templadas riendas.
La tercera, atada firmemente, corría por inercia con las decisiones de la carreta sin preocuparse por su destino final.
No debéis afligiros, mi señor. No tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis...
La mayoría de los invitados y familiares llegaron tarde a la iglesia, pero el padre no iba a esperar: $350.000 por hora de misa estaban pagos de la siguiente ceremonia. Apenas salieron los nuevos esposos, comedidas señoras organizaron la capilla con arreglos florales diferentes.
- “Entonces… ¿cuándo nos casamos?”, preguntaban los paradigmas.
- Y siguió la evolución: “Bueno, casado o no, con cura, notario o chamán, ¿cómo va lo de propagar la especie?”.
- ¡Silencio!... No vamos a empezar otra vez…
Mauricio estaba tranquilo, con la serenidad que lo caracterizaba en cualquier examen de la universidad. A diferencia de la mamá de Juan, en ese momento no hubo excesivas lágrimas en los ojos de la nueva suegra por la decisión de su hijo, viendo cumplida, como dijo, una de sus tareas maternales. ¿Y en la mamá de Yudy? Tampoco: no es el momento, comentó, preocupándose de que todo saliera bien en el evento.
La novia, en blanco, lucía bonita del brazo de su padre y dos juiciosas pajes adornaban con pétalos de rosa su camino al altar. El tercero, el que entregaba los anillos, quizá creyendo que eran dados, hizo tintinear las argollas lejos de la almohadilla siete veces mientras el sermón.
- “Que no le coja la noche, o si no…”, advirtieron las voces.
- ¿Si no qué? ¡A ver! ¿Qué?, las confronté.
- “¡Ja! Ojalá ‘cogiera’ aunque sea con la-noche…”, murmuró el instinto.
- ¡Chito!
- “Y anda solo de nuevo”, se burlaban.
¿Por qué es de mala suerte ver a la amada antes del matrimonio? A Mauricio se la escondieron cuando quiso saludarla antes de la boda. ¿Para qué cargar un objeto robado, otro nuevo, otro prestado y algo de color azul? Este último estaba en el moño del liguero y, no siendo suficiente, se bailó en la recepción el vals Danubio Azul de Johann Strauss (no supe diferenciar si era agüero o etiqueta). ¿En cuánto aumenta la probabilidad de éxito de casarse si alguien se gana el ramo o la liga? Sería interesante estudiar tal efecto (placebo, supongo) que ocurre en las mentes de los ganadores. Por supuesto (¿y por fortuna?), yo no fui esta vez el conejillo de Indias de dicha investigación.
En fin, costumbres nada más. Como la de casarse, por ejemplo. Un temerario rito social que aprueba la unión eterna de dos individuos alrededor de la sagrada institución matrimonial. “Porque en últimas ése es el único motivo por el que el matrimonio resiste: a los seres humanos no nos conviene estar solos, como está escrito en el Génesis […] o muy pocos soportan la soledad. Por eso nos casamos y nos descasamos y nos volvemos a casar: por una lucha sin fin para evadir la soledad, a través de un matrimonio ideal (si se pudiera), pero si no, al menos a través de un matrimonio real” (Héctor Abad Faciolince en Las formas de la pereza).
La primera foto fue tomada una hora después de mi elección: voto en blanco en todas las candidaturas. La siguiente foto, 10 horas después, muestra la notable desaparición de la temida mancha. Me había bañado las manos con la frecuencia normal y sin mayor restriego: al lavar los platos, antes de comer, después de limpiar el arenero de Mora, en seguida de sacar la basura, luego de ir al baño…
¿Se había absorbido a mi cuerpo? ¿Dónde estaba tan efectivo tinte? Sólo mi uña había hecho las veces de teflón ante la sombra que pretendió cubrirla. Si era así, con algo de malicia y bastante jabón, mi dedo se libraría del veto impuesto para votar de nuevo (en blanco otra vez: no había nadie por quién hacerlo), pero sería un dato de gran ayuda (no sé exactamente cómo) para quienes trafican con votos.
24 horas después, mi dedo se había desprendido en gran parte de su obligatorio maquillaje. Soñaba él nuevamente con ser igual a los demás colegas y probar sin discriminación el arequipe, tomar el pan sin fingir ser dedi-parado, y ayudarle a sus compañeros a extirpar alguna espinilla. Ya no serían 15 días de condena: por buen comportamiento su pena se había reducido.
La presidenta de la mesa dijo que no votaría porque se le dañaba la manicura del día anterior. Creo que este pretexto para no participar de la democracia, así sea en forma blanquecina, supera en años luz a mi disculpa de haber asistido a las urnas ese día: el certificado electoral (que no entregaron, “¡Ough!”) para el descuento en el valor de la matrícula en Univalle.
La democracia colombiana es la suma de excusas (chimbas) de sus ciudadanos. Y así, después, nos quejamos del Gobierno turnado.