miércoles, 30 de septiembre de 2009

Misión ¿Posible?

Si la naturaleza es tan sabia y poderosa como dicen los libros, la suerte y la razón deberían estar de nuestro lado”.
El gato Rigoberto, en El Clan de la Calle Veracruz, de Albeiro Echavarría.

En cuestión de segundos una cebra es atrapada por feroces leonas en medio de la selva africana. En los programas de animales se ve tan fácil la cacería, tan rápida… ¿Será por la televisión o por la selva africana?

Un paréntesis: algo similar ocurre en las películas románticas, en donde en máximo dos horas dos desconocidos se convierten en el amor de portarretratos. Eso también está editado o es ficción; y nos lo creemos.

En vivo y en directo y en un parque de la ciudad, las cosas no son tan ágiles. La naturaleza tiene otro ritmo que el de la pantalla.

En una tabla-comedero, montada sobre un arbusto por algún buen vecino hace mucho tiempo, cientos de aves se alimentan de las frutas que otros cuantos vecinos llevan voluntaria y diariamente.

Un vivo gato extranjero al barrio se dio cuenta de que podía hacer su propio picnic para el desayuno gratis y fácil: no hay tiempo que perder cuando de una siesta felina mañanera se trata.

¡Que la música de Misión Imposible empiece a sonar!

Agazapado entre el pasto, se acercó hasta el tronco y de un brinco sigiloso se acomodó cual camaleón en una rama más alta que su mesa de bufet. Sólo era cuestión de esperar, pensó. Y yo, parado a unos cuantos lejos metros, pensé lo mismo: sería testigo de mi propia escena de Discovery Animal National Channel Planet. Estaba tan atento como yo. No quitaba los ojos del punto donde se libraría un capítulo más de la vida salvaje.

Otro paréntesis: ¿por qué el camuflaje de los animales no hace juego con su hábitat? Es decir, ¿por qué el pelaje de los mamíferos cazadores no se encuentra en una gama de colores verdes? Sería el paso más lógico de la Evolución. Curiosa pregunta para Gaia.

Y el tiempo comenzó a pasar. Y pasaba. Y pasó… Con tantos abuelitos y abuelitas caminando alrededor de la pista, me empezó a dar sueño: era como contar de día lentas ovejas con sudadera gris y camiseta blanca.

Creo que el gato ni respiraba; concentrado. Sólo se movió un poco para acomodarse un poco mejor.

Ya pueden dejar de tararear la música. Nada pasó. La misión que decidí (yo), decidió (gato) y decidieron (aves) aceptar resultó, ciertamente, imposible.

Se me hizo tarde por estar esperando a que cualquier pájaro se acercara al comedero. El gato se terminó de arrunchar contra el tronco y se quedó dormido en la rama. Y las aves se quedaron sin comer la fruta recién servida, pero ‘vivas’ y burlándose de nosotros dos.

¡Ah, la Naturaleza!

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miércoles, 23 de septiembre de 2009

¡Zapatísimo!

El zapato que va bien a una persona es estrecho para otra: no hay receta de la vida que vaya bien para todos”: Carl Gustav Jung (1875-1961), psicólogo y psiquiatra suizo.

Con el sonsonete…

¡za.pa.ti.co.ro-to,
cám.bia.lo.por.o-tro,
que’.ste.está.muy.ro-to,
di.le.a.tu.a.bue.li-ta
que.te.com.pre.o-tro!


Intentémoslo con éste, a ver si nos cabe (en la cabeza) que el mundo no está para que nos calce, sino que lo calzamos y caminamos dejando huella y pecueca también.



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miércoles, 16 de septiembre de 2009

¿Amor o amistad?

Otro septiembre: mes de amor y amistad. ¿Acaso para ser amigos o amantes no hay que compartir mucho tiempo el resto del año? De lo contrario, ¿qué celebraríamos? ¡Ah! Una vez más, el dinero, la publicidad y la presión social se meten a mediar en las relaciones interpersonales. Tema trillado.

Aprovecho el momento para preguntar: entre el amor y la amistad, ¿cuál es el límite? ¿Cuál es la frontera que no puede transgredirse tácitamente?

Se recurren a los extremos: sí o no; vivo o muerto; una mujer no puede estar medio embarazada: o lo está o no lo está; blanco o negro. Hasta la Biblia por ahí lo dice, cuando se refiere condenatoriamente a las aguas tibias.

Los matices son para los mediocres, se dice, para los indecisos, para los justos. El cuentico de la tolerancia aguanta a estirarse, pero nunca alcanza para darle contentillo a las dos partes totalmente.

A uno le toca escoger entre amar en silencio a aquella persona amiga y amigo del alma o desear no haberse metido nunca en semejante vaca loca del noviazgo. La hipocresía es la máscara de la resignación en cada caso, cuando las cosas no salen como uno lo esperaba: era más emocionante anhelar el objetivo que alcanzarlo.

El punto de quiebre es la sexualidad, entendida netamente como el contacto físico de los cuerpos, no como el reconocimiento público de seres sexuados.

En el momento que se pisa esa línea divisoria, las cosas cambian. Difícilmente las cosas tienen reversa para situarse en el punto límite de nuevo. No se concibe que las cosas puedan ir y venir de un lado al otro en una próxima ocasión con un pasaporte: se exige la ciudadanía exclusiva en uno de los dos territorios, o se será un inmigrante indocumentado e indeseado por no comprometerse con las reglas de ese país.


El sexo es comunicación. Y como tal, debe entenderse. Una forma más de conocer, conocerse y conocernos. Si como seres sexuales el opuesto o el igual nos inspiran, nos provocan, nos palpitan, ¿por qué no se descarta una de las dos opciones a través de una pruebita de amor o amistad? ¿Cuál es el pecado de un beso apasionado para reconocer o reprobar ese corrientazo? ¿La prueba ácida de una caricia sensual no es suficiente para conocer el futuro de la pareja y aceptar o no el compromiso?

Es cierto que la Química es lo esencial a primera o a enésima vista, pero ¿qué tal si catalizamos la reacción con la Física? No esperar que las feromonas de uno y otro se sincronicen por su cuenta (con una inmensa probabilidad de que no lo hagan… me suena conocido…), sino ayudarles con el encuentro acercando nuestros cuerpos.

Claro, el requisito es, además de la protección sexual, el cariño. Ese va a ser el que más se enriquezca y le duela a la vez, si el gustico queda y no hay una seguridad emocional que amortigüe el desgaste del corazón en el tiempo. Pero mientras tanto los cuerpos, ¡felices!

Que no sea un mes, ¡que sea el instante! Con o sin prueba ensayo/error/decisión, disfrutemos en pareja.

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miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿De la que me salvé?

¿Son mis años o los de ella?: para los dos han pasado la misma cantidad de horas, minutos, segundos…

Se puede quejar de mi barriga más redonda, supongo… lo más notable tal vez de un cambio físico prudente en el tiempo…

Yo de ella… Tal vez sean mis mañas más acentuadas pero… ¿qué le pasó? ¿En qué cumpleaños perdió la sonrisa? ¿Cuál incipiente arruga cubre su otrora ternura? ¿En qué año viejo quemó su gracia? ¿El día adicional de años bisiestos decidió amargarse? ¿En cada Semana Santa decidió aburrirse de la vida?

En ese entonces, sus tetas habrían sido la inspiración natural de un cirujano plástico, sus piernas habrían boquiabiertado cualquier pasarela, su talla seis no era proporcional a semejante trasero tan firme y empinado, su cabello y su cuello eran la publicidad perfecta para la más fina joya y su alegría era el “Ptffssssshhhh” de la última Coca-Cola del desierto.

Lo físico es lo de menos. Es entendible, mejor dicho. Lo que me asombra es que ya hasta su belleza interior decidió trabajar a media marcha. A un cuarto de marcha. Qué raro eso.

En el hipotético, hipotetiquísimo, caso aislado (confinado, desterrado, excepcional y arrinconado) de que me hubiera parado bolas en un plano diferente al de hacerle la tarea como compañera de estudio, y que hubiésemos formalizado cualquier tipo de relación amistosa, sentimental o sexual hasta hoy, ¿será que la vería con los mismos ojos? (bueno, sí, son los mismos, es un decir…).

El verla hoy ha decepcionado a la imagen con que la recuerdo: le cayó límpido a la foto que mi cerebro tenía de ella. Tal vez si la hubiera visto más veces en esta década habría sido testigo de su cambio (extremo), pero no sé si seguiría deseándola y admirándola como en ese entonces. Suena materialista, al parecer, pero no es por ahí la cosa.

Una especie de presbicia ocular o cataratas en el cristalino aclara mi mirada, mis filtros.

Tiempo... ¿Qué me pasó?

Desajustada, monótona, opaca, triste… Ya no le haría la tarea...

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miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ahorrador Davivienda


A la celebración de los 13 años de El Clavo llegué con una gripa tenaz. Fui pensando en tomarme la foto y devolverme a la casa cuanto antes.

Al llegar me di cuenta de que tal fiesta para los integrantes de la Revista no existía: en medio de más de 700 personas que sí bailaban y cantaban, todos mis amigos y amigas estaban trabajando. Unos y otros en la barra sirviendo los tragos, repartiendo cocteles, tomando fotos, asistiendo a los músicos, controlando la entrada, y así, miles de cosas que tenían que cumplirse.

Me correspondió ayudar en el arqueo del dinero de las boletas. Billete arrugado tras billete rayado, con una de las compañeras clavianas dimos cuenta del total de ingresos para entregarlo simultáneamente a los pagos pendientes del evento.

Más tarde me pidieron que cubriera por un momento el turno en la puerta del bar. De bufanda en cuello me quedé esperando al próximo desconocido que quisiera entrar al concierto a las 12:30am. Nadie llegaba, nadie salía: sólo los viciosos fumadores ansiosos por otra dosis de nicotina. Con el humo del cigarrillo encima y con la brisa de medianoche, mi gripa empeoró.

Decidí sentarme en una gradita de la entrada, arrimado a la pared, con los brazos sujetando mi cabeza para que no se reventara del dolor.

Al rato, un muchacho me preguntó si podía entrar. Levanté mis ojos, rojos de tanto toser, y me encontré con una mirada desconcertada. Intentando hablar, le dije que sí a cuarto de voz, pero no me oía en medio de tanta bulla.

El extraño me preguntó: “¿no me reconoce?”. Doy fe de cuántas veces he quedado mal por no saludar a un extraño-conocido. Le dije que no meneando mi cabeza, a lo que él respondió hablándole a su pareja: “¡Este man está llevado!”.

¿No me reconoce?”, insistió, pero no me entendía por la ronquera y la tos ferina con que trataba de hablar. “¡Está llevado! ¡Ni hablar puede…!”. Torpemente me levanté, y le señalaba mi garganta, pero él volvió y preguntó: “¿No me reconoce, profe?”.

Cuando dijo ‘profe’, la neurona enésima-millonésima-uno dio una pista de quién podría ser. Le dije que trabajaba allí y él, obstinadamente incrédulo, me dijo, “¡No profe! Usted trabaja en la universidad… ¡Qué le pasa!... ¿Está bien?”. Volví y escuché que le dijo a su pareja que yo estaba llevado.

¿Qué puede pensar un estudiante si ve a su profesor tirado en la puerta de un bar, con la camisa por fuera, más despeinado de lo habitual, a medianoche, solo, un viernes/sábado, con fumadores, sin poder hablar, sin saber quién era él o quién era yo…? ¡Que está llevado de la borrachera!

En ese momento salió alguien de El Clavo y se encargó de la bienvenida y todo lo concerniente a las boletas, las manillas, el dinero y demás.

Creo que me creyó a regañadientes... "sí, cómo no".


Hace poco abrí mi cuenta en el Banco que con sus propagandas popularizó una frase de alta recordación por lo divertidas e inauditas de sus situaciones cotidianas. A pesar de ser ahorrador de Davivienda, ¡yo estaba en el lugar equivocado!

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