miércoles, 18 de noviembre de 2009

Gato novela

Pues sí, eso te cuento… Pero bueno, entonces…

¿Entonces, qué de qué?

¿Tú y yo qué venimos siendo?



Nada… Ya te dije que lo nuestro no es posible. Yo soy una gatita de familia y tú un gato callejero…

¿Callejero? ¡Pero si tengo un nuevo collar!


¿De qué te sirve, si no quieres que nadie te dome?

¡Bah! Me voy… Tú siempre con esos discursos…


Pero sabes que es verdad… Vete… Es lo único que sabes hacer, además de nada… (¡Qué collar tan gay…!)


¡¿Qué fue lo que dijiste?!

Nada… Te preguntaba que qué colores hay… De collar, digo…

Ah, más te vale… Oye, por qué no seguimos charlando un rato…


Pero de lejitos… No quiero que se me peguen tus pulgas…

¿Y qué más?

Bien, bien, ¿y tú?

Enamorado…

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viernes, 13 de noviembre de 2009

¡Feliz año!

¿Cómo celebrar los 16 años?

Richard, José Miguel y Jairo, amigos de colegio y de barrio, compraron de sus menesterosos bolsillos una botella de whisky (medianamente fino, supongo; no puedo recordar la marca) para festejar mi cumpleaños. Era especial no por la marca sino por el detalle, como todos los regalos. Uno de ellos tenía su apartamento solo, así que la cosa pintaba bien, como para inscribirnos a AA. Me imagino llamaron a algunas amigas (de ellos, valga la aclaración) para que fueran también.

Cuando abrí la puerta de mi casa esa noche, mi tos ahogadamente flemática los saludó. A duras penas podía respirar. Era impresionante el malestar de la gripa en mi nariz, oídos, laringe, faringe, pulmones y demás. Y claro, Doctora Mami ya me había clavado en mi abullonadita nalga una inyección de Penicilina, no sé de cuántos millones de unidades, pero era de esas que le deja la pierna encalambrada unos dos días.

No podía tomar licor.

Las moneditas y billetes de mis amigos que sumaron para la botella, regresaron alcoholizadas a mis amigos. A pesar de su insistencia la celebración, conmigo, no podía darse. Ellos se fueron de rumba, y no creo que tristes por mi ausencia sino felices de sus mayores bocanadas.

Hoy, otra vez y 15 años después, la gripa está en mí, me posee, soy suyo, estoy en sus manos. Y claro, no hay botella de whisky ni amigos de la infancia para festejar.


En la astrología, el año nuevo (lo que para todos los occidentales se celebra el 1 de enero y para los orientales el 14 de febrero, en 2010 o en el Islam, el 18 de diciembre de 2009) se celebra el día del cumpleaños, por aquello de la carta astral y todo lo demás.

Así que, a propósito de mi hace-un-año-artículo, ¡Feliz treintaidosavo año!, con "El hijo ausente" de Pastor López como música de fondo:

"Otro año que pasa y yo tan lejos, otro CUMPLEAÑOS sin ver mi gente.
Madre yo te pido humildemente, que en el año nuevo me recuerdes.

Que en la mesa pongas un lugar, para el hijo que no ha de llegar,
y aunque yo no esté para brindar, mi copa esté siempre a rebosar.
Y al llegar la media noche, cuando risa y llanto se confunden en la gente,
mándame un abrazo fuerte, y pídele a todos los presentes

Vamos a brindar por el ausente, que el año que viene esté presente.
Vamos a desearle buena suerte, y que Dios lo guarde de la muerte".

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

"¿Qué hago contigo?"

El amor, diría yo, si me lo preguntaras.

Pero tu pregunta fue lanzada al aire, pidiéndole a Alguien más que te ayude, a tu amigo imaginario, a ti misma. Un consejo que tome por ti la decisión que no quieres tomar. Y yo tampoco.

Llévame contigo, entonces.
Déjame ir a tu lado sin huellas.
Hablemos para que la saliva se acabe.
Escuchemos lo que ya sabemos de los dos.
Acariciémonos y le sacamos brillo a nuestra piel.
Aburrámonos de nuestra inconmensurable tolerancia.

Lo que hagas conmigo estará bien.
Ocultarme en una verdad a medias, mostrarme en una mentira acorde, aceptarme con todas mis querellas o negarme por cualquier razón.

Hay tantas cosas para responderte. Por eso no me preguntaste a mí sino al mundo entero en el tono con que gritan todos los románticos, el desespero, la angustia, la duda, el amor al fin y al cabo. Yo también tengo la misma voz.

Te conformaste con la primera respuesta, la más fácil, la del ejemplo del libro, para hacer conmigo lo que mejor sabes: ¡nada!

Y partiste.

Y ahí quedé yo, con la misma pregunta que me contagiaste, como si se tratara del juego de niños de ‘La Lleva’. ¿Qué haré yo contigo?

Las ideas, filtradas en los ventrículos del corazón, llegaban ozonizadas a mi cerebro, simples y claras, pero con la misma razón. No sirvió de nada purificarlas. Ya sabrás de qué se tratan. Necias, por cierto.

Así que te devuelvo la pregunta: ¿Qué harás tú contigo?

Házmelo saber.

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miércoles, 4 de noviembre de 2009

A quien corresponda - Restaurante

Lo que nos ocurre puede ocurrirle a todo el mundo o solamente a nosotros. En el primer caso, es banal; en el segundo, es incomprensible”.
Fernando Pessoa.
Frase introductoria en El Lamento del Perezoso, de Sam Savage.


Cordial saludo,

Existen otros calificativos que un crítico de cocina podría dar sobre sus diferentes platos, pero sería pretencioso utilizarlos, para bien o para mal, en este momento. Así que me limitaré a decir que su comida es buena. Nada más.

El motivo de mi carta es simple: expresar mi agradecimiento: ¡gracias!

Listo.

Pero mis agradecimientos serían mayores (¡mayúsculos!: los escribiría en una carta posterior) si hicieran algo por los clientes que nos alimentamos de sus ollas. Es algo complejo por la única dificultad que perjudica a la humanidad, que somos humanos, y como tal quedamos indefensos no a las Leyes Naturales y del Tiempo, sino totalmente desnudos ante nuestro libre albedrío.

Tal vez el guante le caiga a más de uno, pero no es mi intención cuestionar a todos lo que están detrás de mis cubiertos. Es evidente que para que los platos estén frescos, calientes y, nuevamente lo digo, buenos, su trabajo ha sido cuidadosa o improvisadamente bien realizado.

Sin embargo, el enorme favor que les pido (pedimos, dicho sea de paso) es que hagan algo con quienes sirven la comida.

Lo malo de la rosca es no estar en ella”, dice el refrán, pero si hay algo peor que la envidia es la injusticia, y es ahí a donde apunta mi solicitud. ¿Qué tengo que hacer para que me sirvan, con un guiño de ojo, dos porciones de maduro asado? ¿Con quién tengo que hablar, susurrar si es necesario, para que en mi plato la ensalada a-parezca verde? ¿Qué debo decir, cuál es la clave, para que mi corte de carne sea más grande? ¿Cómo me gano el derecho a doble mazorca en mi sancocho?

¡Claro, gratis, por supuesto! Pagando, ¿qué gracia tendría mi denuncia?

Es inaudito que al cliente frecuente (tal vez tiene una tarjeta de esas que suman puntos, calorías en este caso) que está delante le agranden la porción de papitas fritas con una sonrisa a la mesera, y que llegue yo, con el mismo gesto de caridad-y-buenachonidad y me diga “es que no me alcanza para todos…”. Que pida igual cantidad de alverjas que quien va dos puestos más adelante y me diga “es que él sí paga doble porción”, a sabiendas de que he estado pendiente de su pago en caja. Que le pida una yuca cocida más grande, como la que acaba de servir, y me diga “¡todas son iguales y sólo es de a una!”. Y además, añade, lastimeramente, “qué pena…”.

Me atrevería a decir, aunque suene mentirosamente increíble, que haría esta misma solicitud si yo también estuviera en la rosca. Es que es tan evidente, tan insensato, tan vergonzoso…

Pensando positivo, aprovecho la arbitrariedad de sus sirvientes para hacer dieta. Es lo único que aleja de mi mente las enormes ganas de hacer un escándalo (no sé cómo vaya a reaccionar… si con quien sirve o con quien recibe esos beneficios adicionales…) cada vez, cada día, cada dos o tres clientes que son bendecidos por la subjetividad generosa de sus meseros y meseras en su restaurante, de donde recomiendo, de verdad, que la comida es buena. Sólo eso.

Atentamente,

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