A veces pasa que el zancudo que uno está cazando calza justo en el cuenco de una de las manos que lo pretende aplastar. Cuando uno abre el inesperado aplauso, el suertudo sale volando y la persecución vuelve a empezar. Pero en otros casos, el golpe o el ruido lo aturden y cae de la mano íntegro y luego de unos instantes vuelve a volar (la piedra que esto da a las 2:50am es monumental).
Antes de continuar con el relato una aclaración: son los mosquitos hembra los que atacan principalmente a los animales de sangre caliente. Para efectos del artículo y por respeto a los sexos, los denotaré indistintamente de su género.
Estando yo en la cocina, una de esas hembras (de las que arremeten abiertamente hasta que se lo comen a uno), salió victoriosa de mi fallido intento de asesinato, luego de que me chupó casi un litro de sangre de mi tobillo izquierdo. Esperé a ver qué hacía antes de mandarle un segundo manotazo. Pero la suerte de la pobre estaba echada: cayó en la mitad del mesón, justo al lado del camino de hormigas que conducía a una gota miel que yo había derramado antes al aderezar mis tostadas.
La primera hormiga que tocó la pata del zancudo en apenas una fracción de segundo, salió despavorida a avisar a sus compañeras que militaban en una fila que iba y venía con el característico afán. Junto con una segunda hormiga, volvieron a acercarse por detrás y una de ellas (ya no pude distinguir si era la primera informante) salió en pura hacia la fila y regresó rápidamente con dos más. Chismosas.
Esto sucedió en máximo 10 segundos. El zancudo seguía intentando pararse mientras probaba sus alas antes de despegar. Claro, yo estaba presto a darle su trancazo para que me devolviera mi sangre, aunque sea embarrándola en mi mano al aplastarlo [Risa malévola de fondo: Ja, Ja, Ja… Jaa Jaa, Jaa… ].
En seguida, una gran parte de la tropa se desvió hacia el nuevo banquete y lo cercó y lo abordó y lo aplacó. Podía escuchar el grito de batalla de las supernumerarias: “¡Coomiiiidaaaaaaaa!”. Su consigna convocaba la ferocidad de quienes compartieran los estímulos químicos del instintivo mensaje. Una de sus antenas la arrastraba una laboriosa y fortachona hormiga, mientras que la otra la halaban entre dos. La pata que le arrancaron la dejaron a un lado transitoriamente mientras se acomodaban con una logística rápida y calculada para llevar a la víctima viviente hacia la cueva. Ahora la risa malévola musicalizaba a esta familia de insectos sociales.
La zancuda me gritaba desesperada que la salvara, pero no sabía que mi intención seguía siendo acabar con ella. Para cuando el conflicto de sentimientos (“¡Ay, pobrecita, cómo le dolerá…!”), pensamientos (“¡Me picará de nuevo!”) y emociones (“¡Que rasquiña tan #$-&%*@!”) se resolvió y la compasión me invadió, la última de sus alas la arrastraban siete hormigas.
¿Quién o qué nos atacará o protegerá cuando el ciclo de la vida se invierta y seamos nosotros los protagonistas, unos animales organizados y sociales de sangre hirviente? Compraré insecticida por si acaso…
Antes de continuar con el relato una aclaración: son los mosquitos hembra los que atacan principalmente a los animales de sangre caliente. Para efectos del artículo y por respeto a los sexos, los denotaré indistintamente de su género.
Estando yo en la cocina, una de esas hembras (de las que arremeten abiertamente hasta que se lo comen a uno), salió victoriosa de mi fallido intento de asesinato, luego de que me chupó casi un litro de sangre de mi tobillo izquierdo. Esperé a ver qué hacía antes de mandarle un segundo manotazo. Pero la suerte de la pobre estaba echada: cayó en la mitad del mesón, justo al lado del camino de hormigas que conducía a una gota miel que yo había derramado antes al aderezar mis tostadas.
La primera hormiga que tocó la pata del zancudo en apenas una fracción de segundo, salió despavorida a avisar a sus compañeras que militaban en una fila que iba y venía con el característico afán. Junto con una segunda hormiga, volvieron a acercarse por detrás y una de ellas (ya no pude distinguir si era la primera informante) salió en pura hacia la fila y regresó rápidamente con dos más. Chismosas.
Esto sucedió en máximo 10 segundos. El zancudo seguía intentando pararse mientras probaba sus alas antes de despegar. Claro, yo estaba presto a darle su trancazo para que me devolviera mi sangre, aunque sea embarrándola en mi mano al aplastarlo [Risa malévola de fondo: Ja, Ja, Ja… Jaa Jaa, Jaa… ].
En seguida, una gran parte de la tropa se desvió hacia el nuevo banquete y lo cercó y lo abordó y lo aplacó. Podía escuchar el grito de batalla de las supernumerarias: “¡Coomiiiidaaaaaaaa!”. Su consigna convocaba la ferocidad de quienes compartieran los estímulos químicos del instintivo mensaje. Una de sus antenas la arrastraba una laboriosa y fortachona hormiga, mientras que la otra la halaban entre dos. La pata que le arrancaron la dejaron a un lado transitoriamente mientras se acomodaban con una logística rápida y calculada para llevar a la víctima viviente hacia la cueva. Ahora la risa malévola musicalizaba a esta familia de insectos sociales.
La zancuda me gritaba desesperada que la salvara, pero no sabía que mi intención seguía siendo acabar con ella. Para cuando el conflicto de sentimientos (“¡Ay, pobrecita, cómo le dolerá…!”), pensamientos (“¡Me picará de nuevo!”) y emociones (“¡Que rasquiña tan #$-&%*@!”) se resolvió y la compasión me invadió, la última de sus alas la arrastraban siete hormigas.
¿Quién o qué nos atacará o protegerá cuando el ciclo de la vida se invierta y seamos nosotros los protagonistas, unos animales organizados y sociales de sangre hirviente? Compraré insecticida por si acaso…
3 comentarios:
Ja, ja, ja :D MUY BUENO Don Esteban.
Eso me puso a pensar que los insectos responden ante el instinto y no se complican con emociones, razonamientos o sentimientos. Como somos la cúspide de la evolución tendemos a creer que esos inventos son una ventaja y no un encarte, pero a veces no puedo evitar preguntarme si el equipamiento que llevan en su cuerpo supercompacto no será suficiente.
Por si acaso, también compraré un insecticida que le haga compañía al que ya tengo de repuesto (rechapos, se me salió el lado Virgo...).
Antes que nada, resalto con ánimo la foto del viejito Meza, que aparece como primer comentario de este post... tiene pura pinta de tony de Cañaverales en Bogotá.
Bueno, Darío. Me parece que este cuento es una berraquera... no porque yo lo diga, solo que todo lo que leo y me transporta me encanta, por eso estudio historia.
Un abrazo Zancudo ZKT.
Buen escrito, entretenido, chistoso, triste....pero se lo merecía por chupasangre!
Ed. M.
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