“Para escribir dibujitos”, dijo
equivocadamente Yamit Amat, periodista. “O para dibujar palabritas”, respondió
asertivamente Andrea Echeverri, cantautora, en una entrevista sobre el
lanzamiento de su nuevo CD, que viene acompañado de una pequeña agenda.
– Noticiero CM&, Canal 1, Colombia,
marzo 1 de 2013 –
Mientras muchos ocultan su aburrimiento tras sus dispositivos digitales (pues
gozan de capacidades omnipresenciales para prestar atención al ahí físico y estar
en el allá virtual), quien lidera la reunión le dice a uno, que no está ocupado
con un equipo “trabajando”, que anote (me suena a un fetichudo insulto, por cierto).
Tomo entonces el revés de cualquier documento o la servilleta del tinto y
comienzo a copiar las ideas que a ojo de buen cubero considero que valen la
pena guardarse.
Hace poco me preguntaron que cómo era posible que no tuviera en qué
apuntar (se referían a algo no digital, claro), y me decían que me compre algo para
hacerlo (se referían a algo digital, claro). En la navidad pasada me regalaron nuevamente
ese algo en qué registrar mi quehacer, y pensaba que así como los sellos con
lacre derretido en las antiguas cartas fueron reemplazados por passwords alfanuméricos, el tiempo de las
agendas anuales se está acabando. Esos libros o cuadernos diseñados para tomar
apuntes, y no olvidar, lo que se ha de hacer ya no cuentan como característica
de una persona ejecutiva. Ahora cualquier notebook,
su tecnológico equivalente gringo, la reemplaza con creces.
En años pasados recibí agendas de personas a quienes se las regalaban
por publicidad. Los primeros meses llevaba cuenta de mis actividades a diario, en
la mitad del año su uso se volvía intermitente, y al finalizarlo quedaban más
hojas en blanco de las que podía tener una nueva. Una vez, hasta tuve una con
mi nombre grabado, pero no fue suficiente motivación para llevarla juiciosamente
de arriba para abajo.
También he comprado preciosas agendas con diferentes formatos, y me
regalaron una agenda más que especial, una Moleskine, el más característico
distintivo de escritores y artistas famosos. A diferencia de las agendas
comerciales, a ninguna de ellas me atreví a rayarlas… Ahora me reprocho el no
haberlas usado para lo que son, dejando atrás el tema de su colección intacta: una
acumulación de belleza sin utilidad.
Frases bonitas, canciones recomendadas, buenas películas, palabras
raras, recuerdos de sueños, direcciones para ir, teléfonos para llamar, nombres
para olvidar… tantas cosas, tan propias de cada momento y lugar, que ahora que
miro para atrás me doy cuenta de que se volvieron huellas de pasos que di, que
dejé de dar y que no quise contabilizar más.
¿Vale la pena transcribirlas? ¿Guardarlas? ¿Llevar una nueva? ¿Digital?
¿Qué palabritas dibujar y qué dibujitos escribir para recordar en el tiempo? Ojalá
muchas cosas que ameriten usar más veces el separador en la agenda, que se
acaba, de nuestra vida.
“Llene un cuaderno de notas o
recortes con las lecturas que inspiren. En este cuaderno usted puede incluir
todos los poemas, oraciones breves y citas que le atraigan personalmente y le
procuren ánimos. Después, cuando una tarde lluviosa le cause una depresión
profunda, tal vez encuentre en el libro la receta para disipar la lobreguez”.
–
Dale Carnegie –
1 comentario:
Yo tengo como 4 agendas divinas, sin usar, que me encantan. Pacientes esperan sus hojas ser rayadas... un días de estos será!
Todavía exisitimos personas que gustamos del papel para tomar datos que se quieren guardar.
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