“Las canas son vanas; el diente miente; la arruga saca de duda”
– Dicho popular –
Recuerdo que en un esfuerzo por retener la niñez en mi cuerpo, corté los dos o tres primeros vellos que en mis axilas anunciaban la irreversible adolescencia. Tan delgados, tan vírgenes, tan orgullosos de haber nacido, fueron cortados para desnudar la piel de esa zona que, por ese tiempo, comenzaba a oler algo más salado.
Un día, un fantoche compañerito de salón mostró los horrorosos pelos que desde hacía unos meses ya tenía bajo su brazo, y los demás amigos hicieron lo propio con bastante vanidad. Sólo a mí parecía molestarme tan desagradable cambio físico, y lo único que había que hacer era aceptarlo: ¡adiós tijeras y bienvenido desodorante!
Hace tiempo alguien bromeó con la edad de un cumpleañero diciendo: “¡ya estás tan viejo, que te van a salir pelos en las orejas!”. Mientras todos se reían, yo recordaba lo curioso que me resultaba ver a los ancianos con tupidos mechones de vellos negros en los lóbulos de sus oídos. Como resulta complejo cortarlos en medio de las curvas de los pabellones auriculares, algunos señores andan como perros ovejeros mostrándole al mundo otra inevitable señal de la ancianidad.
¿Qué sucede con los cabellos y vellos de las mujeres? Además de teñirlos en Tecnicolor o arrancarlos estando ensebados (“Artificial”), no sé qué más podría ocurrir.
En la última ocasión el peluquero, con la máquina eléctrica cerca de mis orejas, me preguntó: “¿también los corto, señor?”. Pensé que se refería a las patillas, así que le dije que sí. Con el ruido del aparato, sentí que un monstruo-zancudo entraba a mi cabeza, y lo único que podía hacer era quedarme quieto. No le tomó más de dos segundos hacerlo pero de inmediato le pregunté qué hizo. “Le corté los vellos de su oreja, señor”.
Tenaz. Dramático. Mientras emparejaba el otro lado, la historia de mi vida pasó delante de mis ojos, como en esas películas que muestran lo que recuerda el actor antes de morir. Contundentemente, la vejez se había manifestado por primera vez en mi cuerpo, en un lugar inhóspito para cualquier explorador. Nada que hacer: ni siquiera una estresada cana había sido la causa de suspiros por la añorada juventud física.
Por ahora sólo es uno a cada lado, y al cogerlos se alcanza a oír cómo rechinan entre los dedos que los acarician. Hasta la sensación de dolor al halarlos es nueva: parece que nacieran del cerebro activando nuevos neurotransmisores a su paso. No logro describir lo que se siente: hay una experiencia de vida comprometida. Pero antes de parecerme más a un gato, ¡adiós copitos y bienvenidas tijeras!
– Dicho popular –
Recuerdo que en un esfuerzo por retener la niñez en mi cuerpo, corté los dos o tres primeros vellos que en mis axilas anunciaban la irreversible adolescencia. Tan delgados, tan vírgenes, tan orgullosos de haber nacido, fueron cortados para desnudar la piel de esa zona que, por ese tiempo, comenzaba a oler algo más salado.
Un día, un fantoche compañerito de salón mostró los horrorosos pelos que desde hacía unos meses ya tenía bajo su brazo, y los demás amigos hicieron lo propio con bastante vanidad. Sólo a mí parecía molestarme tan desagradable cambio físico, y lo único que había que hacer era aceptarlo: ¡adiós tijeras y bienvenido desodorante!
Hace tiempo alguien bromeó con la edad de un cumpleañero diciendo: “¡ya estás tan viejo, que te van a salir pelos en las orejas!”. Mientras todos se reían, yo recordaba lo curioso que me resultaba ver a los ancianos con tupidos mechones de vellos negros en los lóbulos de sus oídos. Como resulta complejo cortarlos en medio de las curvas de los pabellones auriculares, algunos señores andan como perros ovejeros mostrándole al mundo otra inevitable señal de la ancianidad.
¿Qué sucede con los cabellos y vellos de las mujeres? Además de teñirlos en Tecnicolor o arrancarlos estando ensebados (“Artificial”), no sé qué más podría ocurrir.
En la última ocasión el peluquero, con la máquina eléctrica cerca de mis orejas, me preguntó: “¿también los corto, señor?”. Pensé que se refería a las patillas, así que le dije que sí. Con el ruido del aparato, sentí que un monstruo-zancudo entraba a mi cabeza, y lo único que podía hacer era quedarme quieto. No le tomó más de dos segundos hacerlo pero de inmediato le pregunté qué hizo. “Le corté los vellos de su oreja, señor”.
Tenaz. Dramático. Mientras emparejaba el otro lado, la historia de mi vida pasó delante de mis ojos, como en esas películas que muestran lo que recuerda el actor antes de morir. Contundentemente, la vejez se había manifestado por primera vez en mi cuerpo, en un lugar inhóspito para cualquier explorador. Nada que hacer: ni siquiera una estresada cana había sido la causa de suspiros por la añorada juventud física.
Por ahora sólo es uno a cada lado, y al cogerlos se alcanza a oír cómo rechinan entre los dedos que los acarician. Hasta la sensación de dolor al halarlos es nueva: parece que nacieran del cerebro activando nuevos neurotransmisores a su paso. No logro describir lo que se siente: hay una experiencia de vida comprometida. Pero antes de parecerme más a un gato, ¡adiós copitos y bienvenidas tijeras!
3 comentarios:
Conozco alguien que si se descuida le salen sendos pelos de dos centímetros, uno en cada oreja. Se ve gracioso y quitárselos a la fuerza puede resultar divertido. Que te sirva de incentivo adicional para cortártelos, o en una reunión de El Clavo te perseguirán todos.
Felices orejas de gato querido Marqués, felices signos de la edad.
JAJAJAJA y eso no es nada comparado con lo que vendrá después...
Bueno, como los únicos pelos que preocupan son los que se ven, otra salida es dejarte crecer el pelo como los Beatles o como los hobbitses de El Señor de los Anillos.
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