miércoles, 19 de diciembre de 2007

Novena

Ni mi memoria ni yo recordamos haber celebrado de pequeños la Novena de Aguinaldos en mi casa. Cantos y rezos, o no sucedieron, o están en una carpeta olvidada del inconsciente. La natilla y el dulce de leche hechos por mi mamá, las empanadas de Los Mesías, y el champús de la vecina Jaramilla (que no se llama así y no interesa saber cómo es realmente) sí vienen a mi lengua, digo, a mi mente al recordar esas fechas.



Así que la lectura de La Oración para todos los Días la escuché mucho después, una fría noche (bueno, en Pasto eso es una redundancia), cuando con unos amigos vimos que entraba a la iglesia del barrio una preciosa joven a cumplir con la cita navideña.

Era alta, delgada, crespa, perfil griego, unas pequitas en las mejillas y lucía la sudadera del colegio que le tallaba el redondo y firme trasero. A nuestros ojos resultaba hermosa, y más aún, al lado del par de amigas feas que la acompañaban.

Supongo que era 16 de diciembre, y hasta el 24 fuimos puntuales a misa de siete a la Novena, y no para rezar precisamente. La imagen de verla juiciosa, callada, atenta era un complemento de la escena principal: verla de rodillas y luego levantarse.

Estoy seguro de que lo hacía intencionalmente. Ninguna mujer en sus cinco sentidos y en público se pondría de pie en una posición casi de cuclillas, mostrándole al mundo que culo le sobraba a sus escasos 14 o 15 años. Mientras todos los feligreses estaban con los ojos cerrados, nosotros esperábamos el momento justo para abrirlos, y disfrutar de los movimientos de aquella prometedora estrella de cabaret.

Se levantaba despacio. Muy despacio. Sus rodillas apenas si querían desdoblar el ángulo que las sometía a estar por unos minutos en el piso. Su zona lumbar se hundía, formando un caballete entre su espalda y su cóccix. Ninguno de los nueve pantalones que se puso esos días logró con disimular el contorno de su dueña, que cual ninfa, lo único que buscaba era incitar al espectador devoto (fervoroso o esporádico) a contemplar todo el esplendor de una buena cola. Y esa mirada de falsa inocencia… contenía más deseo que la nuestra.

No le hablamos luego del 24 y al siguiente año ya no fue más a la novena. Por supuesto nosotros tampoco. Y ya en la calle verla no tenía mayor encanto: era una mujer bonita y punto. Lo atractivo en ella lo adornaba la época y su inclinación/levantamiento. Tanta sensualidad se volvía casi innecesaria morbosidad. Un plato navideño.

Amén.

5 comentarios:

Andrés Meza Escallón dijo...

Huy, pues creo que el título que le hubiera cuadrado mejor era "Plato navideño", ja, ja, ja :)
Bacano.

MAREÑA dijo...

yo no creo que lo hiciera intencionalmente, más bien la imaginación de "ellos" creía que era intencional, la levantada de la niña, qué imaginación Dios santo, revuelto de manjar blanco, buñuelo, natilla y trasero...

MAREÑA dijo...

amigo marqués tus correos se me devuelven, a qué correo te escribo?

Johanna Pérez Vásquez dijo...

Me antojé de buñuelo.

Johanna Pérez Vásquez dijo...

Olvidé elogiar el bonito mosaico de fotos navideñas, me gustó especialmente la perspectiva del pesebre.