miércoles, 8 de octubre de 2008

Me la metieron

La sentía cómo iba avanzando por dentro, rápido, negra y dura.

¡Hasta el fondo!

Desde el principio me dolió, me retorcí del dolor pero ya no había tutía.

¡Tenaz!

Ya no había para dónde más, y comenzó a darle vueltas a esa cosa.

¡Horrible!

Luego de un rato, la sacó de una, sin importarle ni un poquito mi sufrimiento.

¡Ayayay!

El diagnóstico general de la gastroscopia que me tomaron no es garante alguno para descartar algo más que una gastritis crónica, así que tomaron biopsias para llevarlas al laboratorio. Unas pinzas, igualitas a las del Doctor Octavius en El Hombre Araña 2 o a las de los centinelas de la trilogía de Matrix, arrancaron pedacitos de mis entrañas como cuando uno hala la fruta de un naranjal: se estira, se niega hasta que no puede más y su rama cede, devolviéndose y sacudiéndose del dolor.

Finos hilos de sangre corrieron hacia el píloro cual si fuera un drenaje de tina de baño. Una pavorosa escena que la estaba viendo en vivo y en directo en el monitor a color del endoscopio. Conocí literalmente mi interior y me impresioné: una cosa es ver los especiales de Discovery Channel, y otra cosa es ser el paciente que está presenciando su propio procedimiento. Quise que fuera así, sin anestesia general, para ver cómo era eso, para probar, para aprender, pero no era lo que yo esperaba.


El médico musitó un saludo a través del tapabocas e hizo su trabajo rápidamente sin decir una sola palabra sobre la intervención o sobre mi estado. Las tres enfermeras asistentes tampoco dijeron nada. Antes de entrar a la sala escuché lo que cuchicheaban: “el doctor sigue bravo…”. Y claro, me imagino que yo y los demás pacientes de la tarde pagamos los platos rotos con tal mal trato.

Las lágrimas se me escaparon cuando acabó tal martirio. No sólo eran de dolor, sino de estremecimiento: me sentía irrespetado por dentro y por fuera. En esos casos el poquito de anestesia en la garganta no amortigua los nervios y la ansiedad de ningún paciente. La medicina debe ser humana antes que técnica, y más todavía si uno es consciente de lo que le están haciendo en el cuerpo.

Me entregaron en un frasco mis propios trocitos para que los llevara al laboratorio, y por supuesto un escalofrío, que estoy seguro que mis cachitos de vísceras también sintieron, remató la tanda de sensaciones y emociones indeseables del día.

Si una endoscopia es así de horrible, ¡cómo será el parto de un bebé! A las mujeres, mi más fervorosa admiración.



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3 comentarios:

Andrés Meza Escallón dijo...

¡Ayayay!

Y totalmente de acuerdo con la admiración hacia las mujeres. Un resfriadito me tuvo postrado como dos días y eso que mis síntomas más tenaces eran un leve dolor de cabeza y malestar general. Definitivamente los hombres deberíamos ser más nenas para lidiar con el dolor...

Anónimo dijo...

Ja ja que tal el dolor no lo he sentido pero ustedes son tan cobardes.

LUIS GABRIEL VELÁSQUEZ dijo...

regalaste demasiado rápido el chiste