"Porque te quiero te aporrio".
-Refrán popular-
-Refrán popular-
La primera fue en un momento post-pasión de cama, cuando sólo hay risas exhaustas y dos cuerpos desnudos que quieren seguir tocándose con cualquier excusa, incluso con una palmada en la mejilla originada por cualquier palabra graciosa… de esas que se acompañan con un tierno “tan bobo”… y que rayan entre un golpe y una caricia… No recuerdo más… hace tiempo ya…
Hay que diferenciar de lo que es una nalgada: un toque en los glúteos de la persona. Esas que por amistad, cariño o deseo, entran en una categoría diferente de contacto físico.
Al igual que la primera, la segunda no la vi venir. ¿Que si me la gané? Es posible: no reconocí en ella el límite de paciencia para mis tradicionales palmaditas en el hombro, un gesto que considero afectivo con quienes me relaciono, una forma más cercana que el mero saludo de mano o beso en la mejilla. Por eso, desde ahora, procuraré dejar de hacerlo antes de ganarme otra bofetada de cualquier intolerante.
Estaba ella, bonita mujer y diferente de la primera protagonista, delante de mí. Luego de estar con ella hablando un rato quise llamarla para decirle algo, pero en apenas la tercer cortita palmada en su hombro izquierdo sacó su puño abierto y girando su cuerpo acertó un manotazo en mi brazo derecho con todas sus fuerzas, arriba del codo, en la parte posterior, justó allí donde los gorditos se sumen para disimular su presencia.
Mi extremidad se contrajo hacia mi pecho en un reflejo instintivo de defensa propia. Pensé que la golpiza continuaría porque, además de la velocidad del trancazo, sentí la rabia con que lo hacía, la adrenalina que reverberaba de disgusto por mis mimos con un merecido guantazo.
La piel de mis abullonaditos y sensibles tríceps ardía de dolor. Quemaba de dolor. La cosa no era sólo física y tampoco estaba relacionada con el vano orgullo de ser hombre. La razón era emocional: me cimbró el corazón al recibirla de mi secreta amada (tan secreta, que ni ella misma lo sabe y yo a veces lo sospecho), en un arranque de ira por algo que para mí era sólo una caricia juguetona, un pretexto por tocar su cuerpo.
Ahora, al verla, mi brazo se escalofría hasta llegar a mi pecho, y es entonces cuando tarareo el verso de Silvio Rodríguez para desenraizar la semilla que con el golpe y por ósmosis ella sembró en mí: la del temor de enamorarme una vez más. “La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes”.
¿Será masoquistamente correcto el amoroso refrán? Ojalá…
Hay que diferenciar de lo que es una nalgada: un toque en los glúteos de la persona. Esas que por amistad, cariño o deseo, entran en una categoría diferente de contacto físico.
Al igual que la primera, la segunda no la vi venir. ¿Que si me la gané? Es posible: no reconocí en ella el límite de paciencia para mis tradicionales palmaditas en el hombro, un gesto que considero afectivo con quienes me relaciono, una forma más cercana que el mero saludo de mano o beso en la mejilla. Por eso, desde ahora, procuraré dejar de hacerlo antes de ganarme otra bofetada de cualquier intolerante.
Estaba ella, bonita mujer y diferente de la primera protagonista, delante de mí. Luego de estar con ella hablando un rato quise llamarla para decirle algo, pero en apenas la tercer cortita palmada en su hombro izquierdo sacó su puño abierto y girando su cuerpo acertó un manotazo en mi brazo derecho con todas sus fuerzas, arriba del codo, en la parte posterior, justó allí donde los gorditos se sumen para disimular su presencia.
Mi extremidad se contrajo hacia mi pecho en un reflejo instintivo de defensa propia. Pensé que la golpiza continuaría porque, además de la velocidad del trancazo, sentí la rabia con que lo hacía, la adrenalina que reverberaba de disgusto por mis mimos con un merecido guantazo.
La piel de mis abullonaditos y sensibles tríceps ardía de dolor. Quemaba de dolor. La cosa no era sólo física y tampoco estaba relacionada con el vano orgullo de ser hombre. La razón era emocional: me cimbró el corazón al recibirla de mi secreta amada (tan secreta, que ni ella misma lo sabe y yo a veces lo sospecho), en un arranque de ira por algo que para mí era sólo una caricia juguetona, un pretexto por tocar su cuerpo.
Ahora, al verla, mi brazo se escalofría hasta llegar a mi pecho, y es entonces cuando tarareo el verso de Silvio Rodríguez para desenraizar la semilla que con el golpe y por ósmosis ella sembró en mí: la del temor de enamorarme una vez más. “La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes”.
¿Será masoquistamente correcto el amoroso refrán? Ojalá…
5 comentarios:
Bueno, yo aprendí a dejar de andar como autista por la vida sin medir las consecuencias de mis actos, bienintencionados o no, comprendidos o no. Resulta mucho mejor aprender a interpretar el estado de ánimo de los demás para tener mejor idea de cómo nos recibirán. En el peor de los casos, al menos servirá para predecir cuándo viene una cachetada en camino... ;)
1. Mandala a comer...
2. Si te pegan una vez, te van a seguir pegando.
3. Te lo merecías, esas palmaditas tuyas son súper fastidiosas... y vos lo sabés-
Pues si me has dado palmaditas yo no me he dado cuenta y si me las has dado no me han resultado molestas.
Esa reacción sería perfecta para responder un piropo guarro como abundan en las calles, pero por eso no creo.
Ahora por favor no te creas lo de que como te quiero te aporrio y una preguntica a don Silvio.
¿Los amantes no son hombres? ¿son animales? ¿a qué especie pertenecen?
�Todas las anteriores! pero Marqu�s con que clase de ni�a te est�s "juntando" dile que es mejor el di�ogo que la violencia, un "NO ME GUSTA" es mejor que un golpe bajo y en todos los sentidos, porque fuera del golpe f�sico, est�
el golpe moral
A mí me parece una reacción divertida, eso sin contar con la tuya que es bastante masoquista...porque al parecer sigues viéndola...ahhhh, eso no es tan grave...síguele sacando la piedra, el ser humano es un animal de costumbres, tarde o temprano aprenderán a reirse de ellos
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