Versión pirata de la moraleja de El Pastor Mentiroso de Esopo: “A un mentiroso le creen todos, incluso cuando sea verdad lo que dice”.
Hasta la anónima voz corría por las calles del centro de la ciudad al esconderse del lobo, alertando a los pastores que encontraba a su paso. Aunque pudiera ser mentira, nadie correría el riesgo ante el inminente peligro que representaba tal grito. Así, tratando de ver a la gigantesca fiera en la congestión vehicular, cada pirata, digo, pastor, tomaba su mercancía en cajas de cartón de manzanas chilenas y salía despavorido a buscar refugio para ocultarse del cazador en los locales de baratijas y cafeterías con lechona que rodean a los sanandresitos. El ajetreo resultó ser falsa alarma.
En estos casos, la moraleja de la fábula de Esopo necesita ajustarse: si ellos dejan de asustarse por el lobo, perderían toda su mercancía de contrabando, pagarían multas por derechos de autor e irían a la cárcel por lavado de activos. Los vendedores ambulantes que han caído en las fauces de la fiera saben lo que significa. Los ojos verdes de Paola, una minorista conocedora del cine callejero del momento, recuerdan el día en que el lobo les confiscó, a ella y a sus vecinos de andén, sus películas y música en todo formato, teniendo que pagar más de trescientos mil pesos de multa para salvarse de la cárcel. Hasta los banquitos de madera y el cartón que conformaban su negocio se perdieron. El camión de la oficina de espacio público de la Alcaldía, el mismísimo lobo feroz, se lo había tragado en su remolque.
En la cacería, el lobo está acompañado de muchos cerdos, “la Policía”, aclara Paola riéndose de tan extraña asociación de la naturaleza. Las redadas por lo general terminan en alegatos y trifulcas con los dueños de las chucherías, y las excusas del derecho al trabajo son el lema con que justifican su labor diaria. “De esto vivo, con esto llevo a la casa el desayuno para mi hijo”, insiste ella. Todos juzgan su trabajo pero al final la mayoría compra algo pirata. “Todos ganan con esto… mire que hay artistas que son famosos porque sus discos se conseguían en los ‘agáchese’ o en los semáforos”.
Lo que defiende el Municipio es el espacio público, y de chanfle, el control de los productos comercializados fuera de las leyes colombianas. Dos pájaros de un tiro. “No se sabe qué es lo que quieren: si limpiar las calles o quitarnos nuestras cositas”. La periodicidad del misterioso y cambiante camión no está definida, pero cuando pasa, nadie es juzgado como pastorcito mentiroso. “Somos parceros”, dice; solidarios, diría yo. Hay que cuidar el rebaño aunque no sea de ovejitas.
La solución al problema del tránsito local y de la falta de empleo no la dará el lobo. Sería como pensar que la venta y el consumo de drogas se terminan finalmente legalizándola para un mínimo consumo. Los vendedores ambulantes tienen su capital (a veces empeñado) en los corotos regados en una esquina cualquiera del centro, donde ricachones conductores o varados peatones compran cómodamente DVD’s y MP3’s más baratos (y en anticipada primicia, a veces) que en los grandes supermercados o en las videotiendas extranjeras o en las franquicias cinematográficas.
¿Usted ha comprado cosas piratas? ¡Ah! Usted sí que es un pastorcito mentiroso.
En estos casos, la moraleja de la fábula de Esopo necesita ajustarse: si ellos dejan de asustarse por el lobo, perderían toda su mercancía de contrabando, pagarían multas por derechos de autor e irían a la cárcel por lavado de activos. Los vendedores ambulantes que han caído en las fauces de la fiera saben lo que significa. Los ojos verdes de Paola, una minorista conocedora del cine callejero del momento, recuerdan el día en que el lobo les confiscó, a ella y a sus vecinos de andén, sus películas y música en todo formato, teniendo que pagar más de trescientos mil pesos de multa para salvarse de la cárcel. Hasta los banquitos de madera y el cartón que conformaban su negocio se perdieron. El camión de la oficina de espacio público de la Alcaldía, el mismísimo lobo feroz, se lo había tragado en su remolque.
En la cacería, el lobo está acompañado de muchos cerdos, “la Policía”, aclara Paola riéndose de tan extraña asociación de la naturaleza. Las redadas por lo general terminan en alegatos y trifulcas con los dueños de las chucherías, y las excusas del derecho al trabajo son el lema con que justifican su labor diaria. “De esto vivo, con esto llevo a la casa el desayuno para mi hijo”, insiste ella. Todos juzgan su trabajo pero al final la mayoría compra algo pirata. “Todos ganan con esto… mire que hay artistas que son famosos porque sus discos se conseguían en los ‘agáchese’ o en los semáforos”.
Lo que defiende el Municipio es el espacio público, y de chanfle, el control de los productos comercializados fuera de las leyes colombianas. Dos pájaros de un tiro. “No se sabe qué es lo que quieren: si limpiar las calles o quitarnos nuestras cositas”. La periodicidad del misterioso y cambiante camión no está definida, pero cuando pasa, nadie es juzgado como pastorcito mentiroso. “Somos parceros”, dice; solidarios, diría yo. Hay que cuidar el rebaño aunque no sea de ovejitas.
La solución al problema del tránsito local y de la falta de empleo no la dará el lobo. Sería como pensar que la venta y el consumo de drogas se terminan finalmente legalizándola para un mínimo consumo. Los vendedores ambulantes tienen su capital (a veces empeñado) en los corotos regados en una esquina cualquiera del centro, donde ricachones conductores o varados peatones compran cómodamente DVD’s y MP3’s más baratos (y en anticipada primicia, a veces) que en los grandes supermercados o en las videotiendas extranjeras o en las franquicias cinematográficas.
¿Usted ha comprado cosas piratas? ¡Ah! Usted sí que es un pastorcito mentiroso.
2 comentarios:
En un principio yo tenía el concepto de "pobrecitos, están trabajando" hasta que mi padre tocó el tema: él tenía un local en arriendo, como es obvio tenía que pagar su mensualidad,sumamos el agua, la luz, los impuestos del comercio, el salario del ayudante y sus prestaciones legales etc, etc, todo esto hace que un martillo Stanley lo venda en 5.000 pesos (es ejemplo) mientras que alguien llega coloca un plástico frente a ese local y lo vende en 2.500 pues él no tiene que pagar ni aranceles, ni arriendo, ni luz, adivinen a quién le compran? al almacén agáchese, pero se pone uno a pensar si una persona sólo tiene los 5.000 compra el de 2.500 y guarda para su transporte el resto, no se pone a pensar si el señor del local paga arriendo etc etc. todo dentro de la ley y que ese señor vive de eso, no piensa que al comprar en el plástico, está contribuyendo a un señor con mucho dinero, escondido detrás de los vendedores ambulantes.(para colmo de males, pedían el baño prestado a mi padre o si no lo amenazaban)
Me parec�an conocidos los trazos de la ilustraci�n, est� buena, felicitaciones al "autor"
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