miércoles, 21 de enero de 2009

Arriero amateur

Heme aquí subido, contemplando un paisaje impresionante y dándomelas de valiente por acompañar a mis sí valientes sobrinos que querían un paseo a caballo.


Apenas estoy escribiendo mi tercera página en cabalgatas, luego de que en la primera recordara una salida de la finca bajo la lluvia hace muchos años, y la segunda, en la que caí de pequeño cuando apenas el caballo echó a andar.

“Moro” parece automático. El sendero lo recorre sin necesidad de que lo apure, lo frene o lo desvíe. Con tantos kilómetros en su odómetro, ya sabe dónde mordisquear hierba fresca, dónde apurar el paso en los barrancos, dónde dar un brinco para no mojarse sus patas y… bueno, creo que esta cagada no estaba en el itinerario.


Camina rítmicamente junto a, o delante de, o atrás de los otros caballos. Domesticados igual, son una buena pandilla animal. Todos los sonidos de esa experiencia, incluso los silencios silvestres y las risas de los niños, son increíbles.


Uno deja las ganas de poder, de dominar, por el gusto de dejarse llevar, de fluir sin mayor ‘pero’ por el camino trazado. Difícil en la vida real pero fácil sobre una bestia noble. A Dios le quedaría fácil explicar este concepto con esta analogía.


En contradicción con esta premisa, ¿por qué a las mujeres les gusta estar arriba, mandando la parada literal y figuradamente?

Carlos José y María Sofía se bajan felices. Yo, con menos susto del que me subí y con el que me volveré a subir.


"A caballo vamos, pa'l monte
A caballo vamos, pa'l monte".

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3 comentarios:

Andrés Meza Escallón dijo...

Ja, ja, ja :D

Sorry, pero no pude evitar imaginate diciéndole con acento pastuso "¡Apureee!" a tu cabalgadura, ja, ja, ja :D

Johanna Pérez Vásquez dijo...

Sigue así, enfrentando miedos que es buena terapia.
Curioso que sintieras que el caballo te llevaba, dicen quienes montan que el estar encima de una bestia tan grande y poderosa los hace sentirse más grandiosos.

El peregrino dijo...

Leo su entrada, caro Marqués, cierro los ojos y me veo a mí mismo, imberbe, niño, descendiendo las cuestas de las montañas de Antioquia, donde pasó mi mocedad. Un viaje en mula interminables horas, por cerros muy parecidos a los de su foto, me costó dos días de cama y una semana sin poder caminar bien. Iba seguro, convencido de que me las sabía todas y de que manejaba la situación de forma perfecta. Me perdí. Hube de dormir una noche por entre los matorrales hasta que al día siguiente un veterinario avezado me llevó a casa. Gracias a Dios, mi madre nunca se enteró de esto.
Muchas gracias. Saludos desde Bogotá.