miércoles, 11 de octubre de 2006

Pura coincidencia


El amor entre dos personas es fundamentalmente una coincidencia, dos vidas que se cruzan por casualidad en el momento y en las circunstancias precisas”.

– Robert H. Hopcke –

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En quinto de primaria, una bonita niña llamaba mi atención entre las demás compañeritas de salón. En grado sexto mezclaron los grupos y quedamos separados a lo largo de todo el bachillerato. Luego de la graduación, perdimos el rastro. Ahora, 10 años después de la última vez que nos vimos y 16 de que jugábamos en el colegio, nos contactamos por una casualidad por correo electrónico. Ella vive en otra ciudad y cuando nos hemos querido encontrar, alguna pequeñez lo ha impedido durante casi un año que lo hemos intentado.

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¿Se imaginan al aeropuerto El Dorado un lunes festivo en la noche en el muelle nacional? La gente pareciera reproducirse mientras espera un avión y el caos aumenta con algún retraso o una maleta extraviada. En ese bullicio, encontrarse con la mujer que vale el amor de toda la historia, es una grata coincidencia. En medio del ajetreo, nos saludamos y nos despedimos con el afán que la multitud nos imponía por dejar del lugar. Esa semana la llamé para salir a tomar un café y seguir escribiendo nuestra historia, pero me dijeron que había viajado para realizar su doctorado. No me dijo nada. Esa vez fue la última vez que la vi.

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Siempre he pensado en lo curioso e incómodo que resultaría que la ex de uno se encuentre por suerte y sin saberlo con la actual pareja, y comience el natural chismorreo entre mujeres. Por lo general, inicialmente esto se da anónimamente al intercambiar experiencias íntimas buenas y malas de sus pasadas relaciones, para luego atar cabos y sorprenderse de que el protagonista de sus orgasmos o sus lágrimas es el mismo hombre. En estos momentos mi ex almuerza en la casa de otra de las mujeres por quien uno abandonaría el futuro y, según sé, aún no lo saben. Y espero que así lo sea.

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Hace un año conocí a una amiga de mi amigo. El muy tacaño se demoró en presentármela porque, supongo, él estaba detrás de ella. Inteligente, bonita, elegante… yo tampoco se la hubiera presentado. Lo cierto es que mi interés por ella no fue un vendaval y sólo un par de veces la volví a ver. Cuando le conté a mi amigo que quería pretenderla, me contó que viajaría a Bogotá. Había aceptado un trabajo y nos invitaba amablemente a su despedida. Creo que casualmente ella también empacó mi aletargado impulso.

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Cuando regresé para instalarme nuevamente en la ciudad y con la intención de formalizar la relación que había quedado truncada por mi intempestivo viaje, me encontré con tremenda coincidencia. La llamé por sorpresa para vernos y todo lo demás. Palabras más, palabras menos, le dije: “Hola, ya llegué. ¿Nos podemos ver?”. Y ella respondió casi por reflejo: “Me voy mañana a trabajar donde estabas”. Los caminos se cruzaron y nuevamente nos separamos, sin esperar mayor cosa para cuando termine el juego del gato y el ratón.

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Hace dos años una entrometida amiga insinuó presentarme a una de sus compañeras de estudio "disponible". Con la dejadez que acompaña todo recién rompimiento (salvo el de mi ex, que disfrutaba de los preparativos de su matrimonio) no acepté tal invitación y no volví a hablar del tema. El otro día me pidió el aburrido favor de acompañarla a visitar a su amiguita que estaba enferma. ¡¿Cómo iba a ir a la casa de una desconocida a fingir mi pesar por su convalecencia?! Por casualidad el sitio de encuentro cambió y con algo menos de tedio la llevé al lugar. Excepto su novio, ¡qué belleza de mujer! “¡Ough!”, me dije. Lo bueno es que el azar no existe. ¿O sí?

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2 comentarios:

MAREÑA dijo...

"Tanto va el cántaro al agua hasta que por fin se rompe"

Andrés Meza Escallón dijo...

Como buen gato, hubieras sido tan tacaño como yo, porque sólo te presenté a mi amiga cuando fue evidente que no sería más que sólo eso.

Sobre las coincidencias, tu texto sólo me reafirma que más que inocentes casualidades, son oportunidades que hay que estar en la jugada para exprimir al máximo.