En el primer semestre marqué el rumbo de mis relaciones académicas-sociales ante el resto de compañeros hasta el final de mi carrera. En una exposición individual cuestioné airadamente el comportamiento de todo el grupo, reclamando por su atención y su respeto en clase. Mi demanda fue demasiado efectiva, tanto que los siguientes semestres continué como comencé: solo.
Esa palabra, “solo”, evolucionó por selección natural hasta convertirse en un mejor referente de mi conducta: ‘sapo’. Había que adaptarse a las condiciones cambiantes y exigentes de ese medio universitario, logrando así una mutación algo verdosa con la firme intención del camuflaje. Y lo hice.
No hubo clase en la que no preguntara, respondiera o participara con algún aporte al tema en discusión para el interés de los presentes. También reía y molestaba con mis pocos buenos amigos, porque creo que la radiación no me alcanzó para evolucionar en un ñoñus mamertus. Parecía, pero no lo era, pues de lo contrario ¿cómo hubiera podido perder materias o cabecear de sueño en casi todas las clases? Y con El Clavo mi naturaleza se condicionó a expresar libremente una posición alternativa frente al entorno. Yo era (o soy) un buen sapo.
Así pasó el tiempo y me gradué. Creí que mutaría nuevamente en el medio laboral (¡de pronto a lagarto!) pero no fue así. En la oficina que estaba seguí saltando, croando –digo– criticando objetivamente todo proceso que necesitara mejorar. Pero a las demás especies no les conviene eso, que un sapo cuestione lo que hacen perezosas marmotas, miedosas ratas, viejos dinosaurios, infinitos parásitos, dudosos camaleones, solapados perros, sagradas vacas, bulliciosas cacatúas, prestas zorras, negligentes pavos reales o chismosos buitres. Por eso aún busco un buen charco.
En estos días unos adolescentes (enormes, de esos criados con concentrado) de mi conjunto se estaban metiendo por el balcón al apartamento de una muchacha (tentadora, de esas nacidas maquilladas a la moda) donde no había nadie esa noche. Pasé justo en ese momento y di aviso al vigilante, pues hacía poco unos ladrones habían entrado al edificio. Éste los sorprendió in fraganti y me llamó para que atestiguara y poder multar así a sus padres por infringir el reglamento residencial. ¡Ah, vaina! ¡Tenía que hacerme ir-responsable de tal acusación…! ¡Ante semejantes gorilones…!
Es aquí cuando uno se cuestiona su papel en esta sociedad: entre tantos enemigos naturales, ¿vale la pena ser un sapo… vivo o muerto?
Mientras contestan, ¿sabían que ‘sapo’ es la voz prerromana de origen onomatopéyico por el ruido que hace este anfibio al caer en un charco o en tierra mojada?
Me voy…
Esa palabra, “solo”, evolucionó por selección natural hasta convertirse en un mejor referente de mi conducta: ‘sapo’. Había que adaptarse a las condiciones cambiantes y exigentes de ese medio universitario, logrando así una mutación algo verdosa con la firme intención del camuflaje. Y lo hice.
No hubo clase en la que no preguntara, respondiera o participara con algún aporte al tema en discusión para el interés de los presentes. También reía y molestaba con mis pocos buenos amigos, porque creo que la radiación no me alcanzó para evolucionar en un ñoñus mamertus. Parecía, pero no lo era, pues de lo contrario ¿cómo hubiera podido perder materias o cabecear de sueño en casi todas las clases? Y con El Clavo mi naturaleza se condicionó a expresar libremente una posición alternativa frente al entorno. Yo era (o soy) un buen sapo.
Así pasó el tiempo y me gradué. Creí que mutaría nuevamente en el medio laboral (¡de pronto a lagarto!) pero no fue así. En la oficina que estaba seguí saltando, croando –digo– criticando objetivamente todo proceso que necesitara mejorar. Pero a las demás especies no les conviene eso, que un sapo cuestione lo que hacen perezosas marmotas, miedosas ratas, viejos dinosaurios, infinitos parásitos, dudosos camaleones, solapados perros, sagradas vacas, bulliciosas cacatúas, prestas zorras, negligentes pavos reales o chismosos buitres. Por eso aún busco un buen charco.
En estos días unos adolescentes (enormes, de esos criados con concentrado) de mi conjunto se estaban metiendo por el balcón al apartamento de una muchacha (tentadora, de esas nacidas maquilladas a la moda) donde no había nadie esa noche. Pasé justo en ese momento y di aviso al vigilante, pues hacía poco unos ladrones habían entrado al edificio. Éste los sorprendió in fraganti y me llamó para que atestiguara y poder multar así a sus padres por infringir el reglamento residencial. ¡Ah, vaina! ¡Tenía que hacerme ir-responsable de tal acusación…! ¡Ante semejantes gorilones…!
Es aquí cuando uno se cuestiona su papel en esta sociedad: entre tantos enemigos naturales, ¿vale la pena ser un sapo… vivo o muerto?
Mientras contestan, ¿sabían que ‘sapo’ es la voz prerromana de origen onomatopéyico por el ruido que hace este anfibio al caer en un charco o en tierra mojada?
Me voy…
[SAP…]
6 comentarios:
muy chévere, me encantó, felicitaciones, andas muy fluido últimamente, mentira!! jajjaja, siempre, pero los últimos me han gustado más.
Darío, ¡vos si sos mucho sapo! Los echaste al -charco-. Yo simplemente te doy la regla de oro que hay en el ejército para eso:
- "El soldado ni se niega, ni se regala. Solo hace lo que le corresponde".
Huy parce yo de ese man lo mato. ¿Como le vas a dañar el polazo asi?. jajaja SAPO!
Largo rato estuve pensando en qué y cómo decirlo.
Mi querido Marqués pertenecemos a una raza de seres humanos con mutaciones genéticas que nos hacen menos incompatibles con nuestros congéneres, las posibles salidas a este resultado son dos, al menos a mi parecer en el momento actual: 1) arrastraremos a la humanidad a un estadio superior de evolución o 2) nos exterminarán por miedo a la extrañeza.
Por ahora seguiremos dando guerra y tendrán que soportarnos con todo y nuestros duros cuestionamientos. Entre más "sapos" estemos cerca, más difícil será acabar con nosotros.
Ya sabes que tú también puedes contar conmigo, pues mientras pueda te echaré una mano cuando la necesites.
Claro, a nadie le gusta que le señalen su mediocridad o que pongan en evidencia su falta de civismo.
Sin querer caer en el pragmatismo (actúo según me convenga) pienso que uno sí debería evaluar qué batallas pelear y cuáles no. Así, habrá ocasiones donde sí valga la pena pasar por sapo, pero hay otras donde es preferible dejar que los demás se regodéen en su propia mediocridad hasta que se caaigan por su propio peso.
¡Croac!
De acuerdo con Meza. Agrego que existen diferentes tipos de sapeada y se relacionan con el motivo:
i) provecho personal
ii) bien común
iii) hacer el mal
Tal vez hayan más categorías pero yo diría que esas tres son básicas. El problema continúa en categorizar cada caso y aplicar algún tipo de heurística que permita saber si conviene o no ser sapo en ese momento.
Tu caso de los gorilas es de los tipo i y ii porque pensaste que podrían ser ladrones y querías proteger tus interesesy los de tu comunidad.
Y de aquí podríamos seguir elucubrando pero mi charco particular me llama.
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