El carro había salido del taller por mantenimiento, y al día siguiente había algo extraño en el sonido del motor.
¿Qué es lo que le suena al carro? De nuevo en el taller, el mecánico improvisaba respuestas ante tales atípicos síntomas. Un ruido-raro era la única pista del diagnóstico. Mi onomatopeya del sonido no ayudaba mucho: “BruuuhmmmThrrrrhhhhmmmm”. Lo preocupante era la ‘T’.
Luego de una tanda de aceleraciones a fondo y mirando y tocando y oyendo al motor, el mecánico se arriesgó a revisar las correas de distribución. Claro, con más superstición que certeza, porque el ruido no apareció. Las correas eran nuevas y él mismo las había cambiado, así que la cuestión era seguir los pasos dados anteriormente para cumplir con la garantía de su trabajo.
Comenzó a aflojar tornillos que tensaban el caucho acanalado. “De pronto es el patín… o los rodamientos del alternador… o si no es el aire acondicionado… todo va agarrado de allí…”. El pronóstico sonaba costoso.
Ya sin las correas y con el carro inmovilizado, el ruido no apareció. Con algo de alivio por el “menos mal…” del mecánico, éste volvió a sujetar las correas en sus respectivas poleas. “Eso es que estaba muy templada… la aflojé una cosita de nada”.
Arranqué, y al llegar a la primera esquina de la cuadra el ruido-raro seguía. Una vuelta a la manzana, y de vuelta al taller. “Maestro, eso sigue sonando”, le dije. Su cara de interrogante era ahora de admiración. Luego de media hora más de “adivinación”, me remitió donde otro colega.
Al despedirme le comenté que me iba a ir retumbando por la calle, sobre todo cuando metía los cambios… Su mirada se perdió por unos segundos en un trance que para él serían eternos, sus ojos parecieron brillar más, pero simplemente fue que los abrió para decirme “¡ya sé lo que es!”. Su sonrisa apareció, como el ruido, y emocionado le dijo a su asistente “pasame la diez de copa”.
El recién cambiado filtro de aire no estaba sellando como debía, de manera que la entrada de aire convertía al dispositivo en un rústico fuelle. Como en las primeras pruebas el carro no se movía y el ruido no había aparecido “murphysticamente”, el desfogue por el relevo de los cambios en la combustión del sistema no se presentaba. Con Pegadit y un trozo de neumático, reforzó el empaque del filtro y problema solucionado.
La leyenda cuenta que Arquímedes descubrió una aplicación del empuje del agua mientras tomaba un baño, y gritó “¡Eureka!” (del griego εὕρηκα, ‘he hallado’, una conjugación perfecta de εὑρίσκειν, ‘hallar’). ¿Cómo ocurren esas “iluminaciones”? ¿Qué sinapsis extraordinaria requiere el cerebro? ¿Por qué no ocurre con más frecuencia o en el momento requerido?
La imaginación es un acto creacionista. Son increíbles, bíblicamente fantásticos, esos milisegundos de brillantez mental. Tal vez sea un hecho aburrido para una mente experimentada, pero para el que lo vive con asombro y está atento a esos instantes eurekescos propios o ajenos, se convierte en un hecho fenomenal. Me encantan. Porque a veces es mejor disfrutar la magia que conocer el truco. Luego llegarán las aguafiestas razones.
¿Qué es lo que le suena al carro? De nuevo en el taller, el mecánico improvisaba respuestas ante tales atípicos síntomas. Un ruido-raro era la única pista del diagnóstico. Mi onomatopeya del sonido no ayudaba mucho: “BruuuhmmmThrrrrhhhhmmmm”. Lo preocupante era la ‘T’.
Luego de una tanda de aceleraciones a fondo y mirando y tocando y oyendo al motor, el mecánico se arriesgó a revisar las correas de distribución. Claro, con más superstición que certeza, porque el ruido no apareció. Las correas eran nuevas y él mismo las había cambiado, así que la cuestión era seguir los pasos dados anteriormente para cumplir con la garantía de su trabajo.
Comenzó a aflojar tornillos que tensaban el caucho acanalado. “De pronto es el patín… o los rodamientos del alternador… o si no es el aire acondicionado… todo va agarrado de allí…”. El pronóstico sonaba costoso.
Ya sin las correas y con el carro inmovilizado, el ruido no apareció. Con algo de alivio por el “menos mal…” del mecánico, éste volvió a sujetar las correas en sus respectivas poleas. “Eso es que estaba muy templada… la aflojé una cosita de nada”.
Arranqué, y al llegar a la primera esquina de la cuadra el ruido-raro seguía. Una vuelta a la manzana, y de vuelta al taller. “Maestro, eso sigue sonando”, le dije. Su cara de interrogante era ahora de admiración. Luego de media hora más de “adivinación”, me remitió donde otro colega.
Al despedirme le comenté que me iba a ir retumbando por la calle, sobre todo cuando metía los cambios… Su mirada se perdió por unos segundos en un trance que para él serían eternos, sus ojos parecieron brillar más, pero simplemente fue que los abrió para decirme “¡ya sé lo que es!”. Su sonrisa apareció, como el ruido, y emocionado le dijo a su asistente “pasame la diez de copa”.
El recién cambiado filtro de aire no estaba sellando como debía, de manera que la entrada de aire convertía al dispositivo en un rústico fuelle. Como en las primeras pruebas el carro no se movía y el ruido no había aparecido “murphysticamente”, el desfogue por el relevo de los cambios en la combustión del sistema no se presentaba. Con Pegadit y un trozo de neumático, reforzó el empaque del filtro y problema solucionado.
La leyenda cuenta que Arquímedes descubrió una aplicación del empuje del agua mientras tomaba un baño, y gritó “¡Eureka!” (del griego εὕρηκα, ‘he hallado’, una conjugación perfecta de εὑρίσκειν, ‘hallar’). ¿Cómo ocurren esas “iluminaciones”? ¿Qué sinapsis extraordinaria requiere el cerebro? ¿Por qué no ocurre con más frecuencia o en el momento requerido?
La imaginación es un acto creacionista. Son increíbles, bíblicamente fantásticos, esos milisegundos de brillantez mental. Tal vez sea un hecho aburrido para una mente experimentada, pero para el que lo vive con asombro y está atento a esos instantes eurekescos propios o ajenos, se convierte en un hecho fenomenal. Me encantan. Porque a veces es mejor disfrutar la magia que conocer el truco. Luego llegarán las aguafiestas razones.
4 comentarios:
Marqués, conozco este tema, a mí me pasa seguido, cada trabajo que me piden requiere de una concentración, de una brillantez de ojos, de un trance y pum! la idea aparece y siempre con feliz término, lo mejor del caso es que cuando me sucede un percance y digo se me dañó, la magia vuelve a aparecer y ese error lo remiendo y eso se torna en el elemneto de admiración. Y sí creo que son alucinaciones y siempre me he preguntado de dómde vienen? bueno y no me fumo ni verde ni madura jajaja
¡Muy bueno! Yo recuerdo que más de una vez me acostaba agobiado por un problema de programación y en la mañana me levantaba con la clara imagen en la mente de en qué línea de código estaba el problema. ¡Qué maravillosa sensación!
Definitivamente el cerebro humano es la obra maestra de "el patrón" ;)
En términos de la gramática española, el eureka de Arquímedes, equivale al término serendipidia que más que un descubrimiento pensado, es afortunado. Coloquialmente se le llama chiripa. Saludos.
Esta fue la versión mecánica de Dr. House y claro que los ojos deben brillar, quizás por eso se inventaron el símbolo del bombillo encendido cuando alguien tiene una idea, es que esos momentos se parecen a un enamoramiento, pero más corto y con menos consecuencias, dolorosas claro.
En todo caso como decía Pablo Picasso, es mejor que la inspiración o el eureka te coja trabajando y no vagando.
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