¡Increíble conclusión!
¡Terrible descuido!
¿Cómo entrar, entonces?
La solución del cerrajero era taladrar, pero no garantizaba que diera resultado por ser una chapa de seguridad. La solución de mi desespero era llamar a los bomberos; mi imaginación se sentía obesa de tantas caricaturas. La solución del portero era pasarme por el balcón de al lado.
Detalles a considerar: los cimientos de la baranda no se veían muy confiables. Tenía que esquivar el salido tubo del asta de la bandera que nunca izamos. Y vivo en un cuarto piso, a unos 11 metros del sólido cemento.
El vecinito de unos 9 años se ofreció a pasarse; no le insistí a la hermana mayor en que “me lo prestara” para el favor. El jardinero, de unos 25 años, me decía que si fuera en un segundo piso con gusto se pasaba.
Pensé en que la solución estaba en la velocidad de un salto, pero recurrí al plan lento, pues por el afán ya había olvidado las llaves adentro. Me sujetaría de la pared divisoria y apoyaría mis pies en las respectivas barandas con un movimiento calculado.
Y así lo hicimos. El jardinero me agarró de las pretinas del pantalón y logré dar los pasos con firmeza hasta mi apartamento. Luego, el corazón se me veía por encima de la camisa y los colores de mi rostro parecían que se habían recompuesto en luz blanca. Y pensar que Mora lo hace frecuentemente.
¿Qué hubiera ocurrido si las cosas salían de otra manera? ¿Se imaginan cargar en la consciencia con el estado de coma del vecinito? ¿Qué tal ver la paraplejia del jardinero postrado en una silla de ruedas? ¿Qué tal que mi alma tome anticipadamente el camino evolutivo de la siesta eterna?
No vale la pena apostar la vida de buena gana, pues suficiente tenemos con las apuestas viciadas que otros tienen sobre nosotros sin ningún derecho.
Era más económico dañar la puerta de cedro canadiense que verme muerto, sin llegar a ser cuestión de sopesar exageradamente la tacañería y el respeto por la vida (propia y ajena). En Desde Arriba mencioné unas líneas que escribí luego de volar en parapente, y que nuevamente me llevan al mismo punto: ¿cómo vivir sin arriesgar? ¿Cómo arriesgar sin morir? ¿Cómo morir sin vivir?
¡Ah, preguntas!
¡Ah, respuestas!
Riamos y tengamos fe, de y en, cualquier cosa. Con eso basta hasta cuando nos toque por cualquier (V/v)oluntad.
6 comentarios:
Vivir sin arriesgar no es vivir.
orir hace parte del riesgo.
tenemos amigo pa rato
Dfa
Pues los únicos que no tienen miedo de arriesgarse son los que nada tienen qué perder... y esos por lo general ya no se cuentan entre los vivos. ;)
Afortunadamente todavía te da miedito arriesgarte, pero, como en este espisodio de las aventuras del Marqués, aún encuentras el valor para sobreponerte a él y atreverte a vivir experiencias que enriquecen la vida.
yo hubiera cambiado al cerradura, eso a lamentarnos después es mejor.
Este fin de semana me vi una pelicula que decia "No pases un día de tu vida sin hacer algo que te asuste¨ y me gusto mucho. Tratare de hacerlo.
¡Uy qué susto! Pero qué bueno que estás más vivo.
Rica la adrenalina, así sea de vez en cuando y por situaciones forzosas.
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